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www.medjugorje.ws » Eco de Maria Reina de la Paz » Eco de Maria Reina de la Paz 157 (Majo-Junio 2001)

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Eco di Maria
Regina della Pace

Español 157

 



Mensaje de María del 25 de marzo de 2001:

"Queridos hijos, también hoy os invito a abriros a la oración. Hijitos, vivís en un tiempo en el que Dios os da grandes gracias, pero vosotros no sabéis aprovecharlas. Os preocupáis de todo lo demás, y del alma y de la vida espiritual, lo mínimo. Despertad del sueño cansado de vuestra alma y decid Sí a Dios con todas vuestras fuerzas. Decidíos por la conversión y por la santidad. Estoy con vosotros, hijitos, y os invito a la perfección de vuestra alma y de todo lo que hacéis. Gracias por haber respondido a mi llamada."

¡Despertad!

La desconsolada llamada de María: Despertad del sueño cansado de vuestra alma no puede tomarse a la ligera, ni puede ser archivada rápidamente. Aquí el sueño cansado no es el sueño que restaura nuestro cuerpo; aquí se habla del sueño de nuestra alma: es un sueño que es entumecimiento, coma, muerte. Es un sueño cansado, un coma espiritual profundo que es la antesala de una muerte irreversible, sin resurrección. Hay que reaccionar con fuerza; decir que Sí a Dios con todas las fuerzas. No podemos seguir contemporizando, no podemos seguir contentándonos con algunas prácticas religiosas, con algún gesto formal de piedad. Debemos asumir en plenitud nuestra dignidad de hijos, conquistados por Cristo con su Pasión y Muerte. Debemos reconocer que Dios es realmente Padre, un Padre extremadamente atento, misericordioso, amorosísimo, continuamente inclinado hacia nosotros.
Abrirse a la oración es establecer con Dios una intimidad vital que nos modela como Cristo Jesús. ¡Si consiguiésemos solamente rezar el Padre nuestro como Jesús nos enseñó, qué tesoros de gracia se derramarían en nosotros y en el mundo! Sin embargo, nuestras preocupaciones son muy otras (Mt 6, 25-34) y nos crean afanes y tribulaciones que nos llevan a descuidar lo que es importante de verdad (Lc 10, 41-42).
Os preocupáis de todo lo demás, y del alma y de la vida espiritual, lo mínimo. Así no sólo perdemos nuestra energía y complicamos nuestra vida, sino que desperdiciamos también las oportunidades favorables del tiempo en que vivimos, tiempo de gracia, como María nos recuerda a menudo: vivís en un tiempo en el que Dios os da grandes gracias, pero vosotros no sabéis utilizarlas. ¿Qué hacer entonces? Ante todo, no desesperar: ciertamente, la situación es la que María ha descrito, es una situación que a los ojos del mundo parece malograda.
Pero nosotros sabemos que de la muerte se puede resucitar; si no lo supiésemos, vana sería nuestra fe (1 Cor 15, 13-14); sabemos que ningún sueño de muerte puede encerrarnos definitivamente en una tumba si nosotros no queremos, si nos aferramos a Cristo y en Él pedimos perdón al Padre. Utilicemos las gracias que Dios nos da abundantemente, creamos en su Amor y en su perdón, creamos en la posibilidad de recomenzar desde el principio, de resucitar ya en esta vida. Intentemos paladear el Paraíso ya en esta tierra, intentemos sembrar en torno nuestro el perdón y germinará la paz, intentemos cultivar la paz y crecerá la fraternidad, intentemos vivir las bienaventuranzas del Evangelio y florecerá el Reino de Dios. Todo esto no es una utopía; está a nuestro alcance, y hoy es aún más fácil porque Dios nos da grandes gracias, porque María está con nosotros: Estoy con vosotros, hijitos, y os invito a la perfección de vuestra alma y de todo lo que hacéis. Ella está con nosotros y con Ella podemos alcanzar la perfección a la que nos llama porque Ella tiene la misión de hacernos hijos del Padre.
Decidíos por la conversión y la santidad; parece una invitación impracticable, extremadamente lejana y difícil, prácticamente imposible. Así es como una vez más caemos en el equívoco que procede de un modo de razonar que consideramos humano pero que a menudo proviene del maligno (Mc 8,33). La santidad no es fruto de una conquista humana; es don de Dios y, justamente por esto, está al alcance de todos; el único requisito: nuestra disponibilidad. Si decimos Sí a Dios con todas nuestras fuerzas, si nos abandonamos a Él, si verdaderamente deseamos que obre en nosotros, Él nos hará santos porque Él es Santo (Lv 19,2). El don de Dios se llama Cristo Jesús; acoger su don significa acoger a Jesús; no un mandamiento o una recomendación, sino acoger a Cristo en su integridad, en su persona, en su santidad. Estamos llamados a esto, por esto hemos sido bautizados, por esto nos acercamos a la Santa Eucaristía. María desea hacernos hijos en el Hijo: ¿ a qué esperamos todavía?
Nuccio Quattrocchi

 

Mensaje de María del 25 de abril de 2001:

"Queridos hijos, también hoy os invito a la oración. Hijitos, la oración obra milagros. Cuando estéis cansados y enfermos y olvidéis el sentido de vuestra vida, coged el rosario y orad; orad hasta que la oración sea un encuentro gozoso con vuestro Salvador. Estoy con vosotros e intercedo y ruego por vosotros, hijitos. Gracias por haber respondido a mi llamada."

La oración obra milagros

La presencia de María en Medjugorje es una invitación constante a la oración. Hoy, que nos ocupamos y preocupamos predominantemente de lo que no refiere al alma y a la vida espiritual (cf mensaje del mes pasado), debemos cambiar decididamente el rumbo. María nos invita a la conversión, a encontrar, o reencontrar, una relación vital con Dios. ¡Cuántas veces nos ha pedido que nos decidamos por Dios, que nos abandonemos a Él! La oración obra milagros: ante todo el milagro de la comunión con Dios, de la relación de amor entre la criatura y su Creador. Así es como la gracia de Dios desciende sobre nosotros, inunda nuestra alma y nuestro cuerpo, sanando, santificando. Como brota el agua del lado derecho del templo (Ez 47, 1-12), como el agua y la sangre manan del Corazón traspasado de Jesús (Jn 19,34). La oración que María nos sugiere es el rosario: cuando estéis cansados y enfermos y olvidéis el sentido de vuestra vida, coged el rosario y orad. Quien identifica su vida con el papel que desarrolla en el mundo puede resultarle extraño rezar el rosario para recuperar fuerzas en el cansancio, salud en la enfermedad e incluso paradójico recurrir a él para descubrir el sentido de la propia vida. Viene a la mente la irritación del poderoso Naaman ante la invitación del profeta Eliseo de bañarse siete veces en el Jordán para sanar de la lepra (2 Re 5, 9-14; Lc 4,27). Pero cuando acepta la invitación de sus siervos y hace todo lo que le pide Eliseo, Naaman queda sanado. ¿Queremos por fin también nosotros intentar seguir la invitación de María? Más que tantos discursos sobre nuestros hijos ¿por qué no intentamos, desde que son pequeños, intentar rezar con ellos el rosario en familia? La receta para la sanación de muchos males es a menudo más sencilla de lo que nos imaginamos. Pero, cuidado, hay que orar hasta que la oración se convierta en un encuentro gozoso con nuestro Salvador. De otra manera, la oración no alcanza su finalidad, y se queda en una práctica fría y estéril, o incluso puede inclinarse hacia la superstición o la idolatría. No basta con decir Señor, Señor (Mt 7, 21); también los hebreos oraban, pero su oración no les permitió reconocer el tiempo de la visita (Lc 19, 44) ni les impidió el rechazo y la condena a muerte de Jesús. No hacen falta grandes palabras para rezar, basta con abrir el corazón; nuestro Dios es Padre de misericordia y no espera más que eso para poder colmarnos de gracias y beneficios (Lc 11, 9-13). Él nos dará su Espíritu Santo y entonces ya no nos pesará el cansancio, ni nos afligirá la enfermedad; no nos preguntaremos más por el sentido de nuestra vida ¡porque Jesús será nuestra vida! Cansados o sosegados, físicamente sanos o enfermos, tendremos en el corazón y en el alma su paz, su amor, y será verdadera alegría, aquella alegría que nadie podrá quitarnos (Jn 16, 23).
Todo esto se realizará, se está ya realizando, porque María está con nosotros, ora e intercede por nosotros.
N.Q.

 

El primado de la gracia

En la carta pastoral Novo millenio ineunte, Juan Pablo II recuerda el primado de la gracia de Cristo sobre cualquier otro esfuerzo humano, incluso espiritual (cf Eco 156): un punto sobre el que vale la pena reflexionar, sobre todo porque constituye un aspecto fundamental del mensaje cristiano.
Un elemento ineludible de la Buena Nueva (Evangelio=Buena Nueva) que se nos exhorta a conocer y transmitir en este tercer milenio.
El tema de la gracia ha sido tratado muchas veces en la historia de la Iglesia originando numerosas polémicas teológicas.
Las palabras y los gestos de Jesús que relata el Evangelio y que son el punto de referencia principal del cristianismo han hecho necesaria una interpretación, una actualización: éste es el objetivo de la teología que luego se concreta en la Tradición de la Iglesia. El apóstol Pablo es uno de los primeros y más autorizados intérpretes (teológicos) de Cristo: sobre el tema de la gracia entran en polémica las corrientes judaizantes del cristianismo primitivo que, para la salvación del hombre, tendían a resaltar más el esfuerzo del hombre mismo, las obras que él realizaba de acuerdo con la Ley mosaica, que la gracia de Dios a través de la fe en Cristo. La carta a los Gálatas y la carta a los Romanos constituyen la síntesis de su reflexión.
En los siglos siguientes el argumento recobra su actualidad con San Agustín en la polémica contra Pelagio (s.V). Más tarde es Lutero, y en respuesta el Concilio de Trento (s. XVI), quien lleva el tema de la gracia al centro de la reflexión teológica. Más recientemente, Santa Teresa de Lisieux (s.XIX) - doctora de la Iglesia - ha vuelto a proponer una profunda reflexión sobre la gratuidad de la salvación. Finalmente - y es historia de nuestro tiempo - la declaración de Augusta entre católicos y luteranos (octubre de 1999) ha permitido una reflexión unitaria de las dos iglesias sobre este tema que constituye uno de los fundamentos de la teología protestante (sola fe, sola gracia, sola escritura).
El primado de la gracia confronta la antigua economía de la salvación fundada en la Ley con la nueva economía fundada en la gracia (término latino que traduce el griego charis: de gratia deriva también la palabra gratis). Este principio constituye una de las diferencias más significativas entre la Primera Alianza - la del monte Sinaí establecida con Moisés para todo el pueblo de Israel - y la Nueva y eterna Alianza establecida por Cristo para todos.
La expresión Ley indica las normas religiosas, cultuales y morales que Dios dio al pueblo de Israel a través de Moisés (la Torah constituye los cinco primeros libros de la Biblia: Génesis, Éxodo, Números, Levítico y Deuteronomio); pero de una manera más general indica el esfuerzo del hombre, su empeño (ciertamente encomiable y meritorio) por vivir de acuerdo a los preceptos religiosos: éste es el significado que tiende a adoptar en las cartas de San Pablo.
Para el antiguo Israel el hombre que vivía según la Ley era un hombre justo y por tanto salvado en virtud de la propia justicia, porque se había ganado la salvación. En síntesis ésta era la economía salvífica (es decir, el camino de la salvación). Pero Cristo perfecciona este principio, Cristo instaura una Nueva economía salvífica fundada no ya exclusivamente en la ley, es decir, en los méritos del hombre, sino principalmente en la gracia de Dios, en la benevolencia divina, en la misericordia del Padre.
Esta novedad tiene un alcance liberador puesto que la relación del hombre con Dios (es decir, la Alianza) ya no está fundada en la fidelidad del hombre en el cumplimiento de los propios deberes, sino simple y más espléndidamente, en la fidelidad eterna de Dios hacia el hombre, en su amor gratuito por el que se ha entregado a sí mismo no sólo por los justos, sino también por los pecadores (cf Rm 5, 6-10).
El primado de la gracia se manifiesta sobre todo en la cruz de Cristo: la cruz no hace superfluo el esfuerzo ascético del hombre, sino que lo pone en segundo plano. La cruz relativiza (¡no anula!) el esfuerzo moral del hombre y en consecuencia también su fracaso: no se obtiene todo con la virtud y no todo está perdido con el pecado. Para san Pablo la salvación llega a la humanidad únicamente a través de Cristo, por medio del acontecimiento de su Cruz y Resurrección, que se nos comunica por medio de la fe (y de los sacramentos) y no por medio de un meticuloso cumplimiento de la ley. De ninguna ley. Para Pablo entender otra cosa significa desfigurar la muerte de Cristo: si la justicia procediese de la ley, entonces Cristo ha muerto en vano (Gal 2,21). No es la ley la que salva.
La Iglesia desde sus comienzos ha reconocido siempre el primado de la gracia, a pesar de que arraigó una línea cultural que acentuaba mayoritariamente el esfuerzo del hombre, su compromiso ascético, su sacrificio para merecer el favor divino. De la vida cristiana se ha subrayado sobre todo la dimensión (en cualquier caso ineludible) del voluntarismo, del combate espiritual, y no tanto la iniciativa de Dios, el primado de su gracia que precede a cualquier respuesta humana. Así los santos han aparecido a menudo como héroes a los que invocar, y no tanto como hermanos a los que imitar, por resultar demasiados lejanos de nuestra experiencia de fragilidad.
Acoger el primado de la gracia de Dios significa concretamente perder la propia vida, es decir, la pretensión de auto-salvarnos por nuestra bondad y reconocer en cambio nuestra necesidad de ser salvados por Otro, nuestra necesidad de Cristo, su centralidad en nuestra vida. Esto nos conduce a una dimensión de adoración y contemplación de la vida, a una oración de alabanza que nace de la gratitud por el amor que Dios nos tiene, a una actitud de humilde acogida del don de Dios.
Sin embargo, hay que huir de cualquier equívoco para no proponer una gracia a buen precio, una especie de depreciación de la misericordia de Dios: tampoco es ésta la novedad cristiana. No se trata pues de proponer un perdón sin arrepentimiento, una absolución sin confesión, un bautismo sin consecuencias, una vida cristiana sin compromiso, una santidad que no se alimenta de la oración y de las obras. La gracia que Dios nos da le ha costado cara: la encarnación de su Hijo, su pasión y muerte en Cruz. Por esto el hombre, por su parte, está llamado a colaborar responsablemente con el don de la gracia sin acomodarse en su propia mediocridad y ceder al relajamiento, y al mismo tiempo sin desesperarse de los propios fracasos.
Mirco Trabuio

 

Reunidos en el Unigénito

"Yo soy el camino, la verdad y la vida" (Jn 14,6). Estas palabras del Evangelio de Juan han alumbrado la Semana de oración por la unidad de los cristianos que termina hoy: éstas brillan como una especie de programa para el nuevo milenio en el que estamos ya encaminados.
Así comienza el Santo Padre la homilía final de la Semana de oración por la Unidad de los Cristianos (18-25 enero). Es una cita anual importantísima en la que toda la Iglesia se reúne en oración, promoviendo innumerables iniciativas, para implorar a Dios el don de la unidad entre las Iglesias que profesan a Jesucristo como único Salvador del mundo.
Muchos, especialmente los jóvenes, se preguntan qué camino recorrer. En la tormenta de palabras que hoy les asalta, se preguntan cuál es la verdad, cuál es la orientación justa, cómo se puede derrotar con la vida el poder de la muerte - continúa el Pontífice. Son interrogantes de fondo, que expresan el despertar en muchos de una nostalgia de la dimensión espiritual de la existencia. Jesús ya respondió a estos interrogantes cuando afirmó: "Yo soy el camino, la verdad y la vida". Es tarea de los cristianos volver a proponer hoy, con la fuerza de su testimonio, este decisivo anuncio.
Sólo de esta manera los hombres de este tiempo podrán comprender que Cristo es la potencia y la sabiduría de Dios (cf 1 Cor 1, 24), que sólo en Él está la plenitud de cada aspiración humana (cfr Gaudium et Spes, 45).
El movimiento ecuménico del siglo XX se ha esforzado por afirmar con claridad la urgencia de este testimonio. Tras siglos de separación, de incomprensiones, de indiferencia e, incluso, de contraposiciones, ha renacido en los cristianos la conciencia de que están unidos por la fe en Cristo, y que ésta es una fuerza capaz de superar todo aquello que los separa (cfr Carta Encíclica Ut Unum Sint, 20). Por la gracia del Espíritu Santo, en el Concilio Vaticano II, la Iglesia Católica se ha comprometido de forma irreversible a recorrer el camino de la búsqueda ecuménica (cfr ib. 3).
Son afirmaciones importantísimas como conclusión de un año jubilar que ha puesto entre sus objetivos principales el diálogo ecuménico, desgraciadamente siempre amenazado por incomprensiones (por utilizar una expresión del Papa) que retrasan una posibilidad real de unificación. No se deben ni se pueden disminuir las diferencias que todavía existen entre nosotros. El verdadero empeño ecuménico no busca convenios y no hace concesiones respecto de la Verdad, afirma con decisión. Sabe que las separaciones entre los cristianos son contrarias a la voluntad de Cristo; sabe que son un escándalo que debilita la voz del Evangelio. Su esfuerzo no es ignorarlas, sino superarlas.
Al mismo tiempo, sabemos que lo que nos une es mucho mayor que lo que nos separa: es el mismo Jesús, en el que nos hacemos un solo Cuerpo a través del sacramento del Bautismo, en una comunión no plena todavía, y sin embargo real. El dolor por las incomprensiones o los malentendidos debe superarse con la oración y la penitencia, con gestos de amor - exhorta Juan Pablo II. El diálogo de la caridad, sin embargo, no sería sincero sin el diálogo de la verdad: la superación de nuestras diferencias comporta una seria búsqueda teológica.
Finalmente, el sucesor de Pedro nos recuerda que no podemos hacer nada si no es el Señor quien nos lo otorgue: no se nos concede a nosotros "hacer la unidad". Ésta es un don del Señor. Es bueno entonces concluir con la oración que resuena en cada S. Misa: "Oh Señor, no mires nuestros pecados, sino la fe de tu Iglesia, y dale la paz y la unidad según tu voluntad".
Stefania Consoli

 

¡Nunca tan numerosos!

Son 44 los nuevos cardenales nombrados por el Papa el pasado 21 de febrero, aumentando así a 185 el número de los miembros del colegio cardenalicio, el más "numeroso" de la historia. Los países representados son 63, y entre ellos, Italia continúa siendo el país más representado.
"Quien quiera ser grande entre vosotros, que se haga servidor de todos" (Mc 10,43). El Santo Padre saludó con estas palabras inequívocas a los nuevos Purpurados reunidos en la Plaza de San Pedro con motivo del 1er Consistorio del milenio: "El Hijo del hombre no ha venido a ser servido sino a servir y a dar la vida en rescate por muchos" (Mc 10, 45), continúa el Pontífice. No es la primera vez que el Papa se dirige a los miembros de la Curia Romana con estas palabras del Evangelio. En otras ocasiones ha subrayado que la Curia debe ser un lugar donde se respire santidad y donde no debe haber competitividad y carrerismo: la Iglesia no se fundamenta en cálculos y potencias humanas, sino en Jesús crucificado y en el testimonio coherente que Él dio a los apóstoles, a los mártires, y a los que confiesan su fe. Es un testimonio que puede exigir incluso el heroísmo de la entrega total de sí mismo a Dios y a los hermanos.
Los Cardenales están llamados a prestar su servicio ayudando al Sucesor de Pedro en las distintas regiones, pero para hacerlo, ellos tendrán que esforzarse en seguir fielmente a Cristo, el Mártir por excelencia y el Testigo fiel, y ser siempre signos elocuentes de comunión: Si sois promotores de comunión, se beneficiará la Iglesia entera, exhorta el Papa. "Muchas partes" de la Iglesia encuentran su expresión en vosotros, que habéis madurado vuestras experiencias en continentes diversos y en distintos servicios al Pueblo de Dios. Es esencial que las "partes" que representáis sean recogidas en "un único todo" por la caridad, que es el vínculo de la perfección. Sólo así se cumplirá la oración de Cristo: "Que todos sean uno; como Tú, Padre, en mí y yo en Ti; que así ellos estén en nosotros, para que el mundo crea que Tú me has enviado" (Cf Jn 17,21).

El Cardenal del ecumenismo

Walter Kasper, secretario del gabinete vaticano para el ecumenismo, es uno de los 44 nuevos cardenales. Teólogo alemán, ex profesor de la prestigiosa universidad de Tubinga, se dedicó desde los primeros años de enseñanza al diálogo con las otras Iglesias. Recientemente ha declarado: "Es cierto que para la unidad no servirá sólo el diálogo teológico: hay que desarrollar sobre todo la cercanía entre las personas, las parroquias, las diócesis. Hay que multiplicar los encuentros para superar los prejuicios recíprocos y aumentar la confianza mutua.
Considero también importante intentar penetrar la espiritualidad de las otras comunidades eclesiales. Finalmente, lo que está claro es que la unidad que buscamos no será uniformidad: será una unidad esencial de la fe, de los sacramentos, de los ministerios, y pluralismo de las espiritualidades, de las tradiciones, de las disciplinas, con intercambio de dones y de enriquecimiento mutuo".

He vivido en la cárcel

Durante trece años, de los cuales nueve los he pasado aislado, en los que celebraba la Eucaristía con pocas gotas de vino y de agua mezcladas en la palma de la mano y un poco de pan escondido en el paquete de cigarrillos. "He estado en la cárcel por obediencia, pero estoy feliz. El Papa me envió a servir a los fieles de la diócesis de Saigon (Vietnam), no podía abandonarlos". Una entrega llevada hasta el sacrificio total de la propia libertad. Mons. F. X. Nguyen Van Thuan, presidente del consejo Pontificio para la justicia y la paz, ha realizado ya en su vida lo que el Papa ha definido: un testimonio que puede exigir hasta el heroísmo de la entrega total de uno a Dios y a los hermanos. El Prelado lleva grabados en su interior los años de persecución pasados entre campos de concentración y de "reeducación", cuando se veía obligado a esconder su cruz de obispo en el jabón. Las autoridades vietnamitas lo arrestaron con la acusación de haber llevado a cabo actividades antirrrevolucionarias y espionaje a favor de los americanos. Excarcelado en el '88, fue declarado persona indeseable por las autoridades de Hanoi.
Un cardenal pues que sabrá hacerse cercano a todos los miembros de la Iglesia que todavía son perseguidos en varias partes del mundo por el solo hecho de pertenecer a Cristo. En él, como en otros, se llenan de significado las palabras pronunciadas por el Santo Padre: para poder afrontar dignamente los nuevos retos hay que cultivar una comunión cada vez más íntima con el Señor. El mismo color púrpura de las vestiduras que lleváis os recuerda esta urgencia. ¿No es, acaso, este color, el símbolo del amor apasionado a Cristo? ¿Ese rojo encendido no indica acaso el fuego del amor por la Iglesia que debe alimentar en vosotros la disponibilidad presta, si necesaria, incluso al supremo testimonio del martirio?

Hay que caminar desde Cristo, ¡Resucitado!

Hay que caminar desde Cristo ha sido la invitación que el Papa ha lanzado a la Iglesia entera al comienzo del Nuevo Milenio. En los días inmediatamente precedentes a la Pascua, y en la misma Solemnidad, su mensaje podría sintetizarse muy brevemente en una expresión parecida a la anterior: "Hay que caminar desde Cristo, Resucitado".
De hecho, se puede verificar una continuidad en los temas tratados por el Santo Padre en el arco de los últimos meses, precisamente los que inauguran el Nuevo Milenio, como si quisiera acompañarnos, a través de distintos itinerarios, a la única fuente de fe, de esperanza y de amor: Jesucristo.
Así pues, también con motivo de la Pascua, como por otra parte durante todo su pontificado, su mensaje está fundamentado en Cristo, en su misterio de amor, en su muerte y resurrección que recuerda a cada creyente que en la resurrección de Cristo ha resucitado la vida de todos; por esto hay que sacar de Él, que es Fuente de vida, la fuerza necesaria para hacerse a la mar y, bajo el ejemplo de Pedro, intentar aquella pesca milagrosa que sólo por su Palabra es posible acometer.
El Santo Padre, dignamente preparado para revivir, en el Triduo pascual, las etapas conclusivas de los acontecimientos últimos de la vida terrena de Jesús, presidió las citas más significativas de la Semana Santa: desde la Misa Crismal del jueves a la Misa del día de Pascua; y por si fuera poco lo vimos confesar el Viernes Santo en San Pedro, en cinco lenguas durante más de una hora a al menos doce personas.
Los temas tratados a lo largo de estos días han sido numerosos:
El Jueves Santo se dirigió a los sacerdotes en su acostumbrada carta y les invitó en primer lugar a revalorizar el sacramento de la reconciliación, que no debe confundirse con una práctica de apoyo humano o de terapia psicológica, y el camino personal de santidad. ¡Redescubramos nuestra vocación como misterio de misericordia!... Sólo quien ha sentido la ternura del abrazo del Padre como lo descubre el Evangelio en la parábola del hijo pródigo, puede transmitir el mismo calor, cuando de destinatario del perdón pasa a ser ministro.
El Viernes Santo, en la breve intervención que improvisó al final del pío ejercicio del Via Crucis en el Coliseo, el Papa trató el tema tan discutido del sufrimiento cuya comprensión, explicó, puede acontecer sólo en la contemplación del Rostro de Jesús Crucificado: En aquel rostro se condensan las sombras de todos los sufrimientos, las injusticias, las violencias padecidas por los seres humanos de cada época histórica. Pero ahora, ante la Cruz, nuestras penas de cada día, incluso la muerte, aparecen revestidas de la majestad de Cristo abandonado y agonizante. El nuestro ya no es un dolor, porque Él nos ha rescatado con su sangre derramada hasta la última gota. Entró en nuestro sufrimiento y rompió la barrera de nuestro llanto desesperado... En aquel Rostro santo pueden encontrar respuesta adecuada muchos interrogantes y dudas que agitan el corazón humano.
En la Vigilia Pascual, madre de todas las Vigilias, la Iglesia entera, unida a su Pontífice, permanece a la espera cerca de la tumba del Mesías, sacrificado en la Cruz. Es la noche en la que, como nos recuerda el Santo Padre, no reinan las tinieblas, sino el fulgor de una luz inesperada, que irrumpe con el conmovedor anuncio de la resurrección del Señor; es la noche en la que se invierte totalmente la perspectiva de la historia: la muerte cede el paso a la vida. Vida que ya no muere. Esta noche todo se condensa prodigiosamente en un nombre, en el nombre de Cristo resucitado.
El día de Pascua, finalmente, las palabras del Santo Padre resonaron como un canto de alabanza, como un himno de agradecimiento y de adoración elevado al cielo por el don de la vida nueva en Cristo que abre los corazones a la esperanza.
En Cristo resucitado, anuncia, toda la vida renace. Hoy el cielo y la tierra cantan el nombre inefable y sublime del Crucificado Resucitado. Todo parece igual, pero en realidad nada es lo mismo. Él, Vida que no muere, ha redimido y ha reabierto a la esperanza toda existencia humana...
Nuestro mundo puede cambiar: la paz es posible incluso allí donde desde hace tiempo se combate y se muere...
Y dirigiéndose una vez más a los hombres y las mujeres de todo el mundo como a sus propios hijos a los que siente el deber de animar, casi al final de la homilía les dice: Vosotros, hombres y mujeres de todos los continentes, sacad de su tumba ahora vacía para siempre el vigor necesario para derrotar las fuerzas del mal y de la muerte y poner cualquier búsqueda y progreso al servicio de un futuro mejor para todos.
Agnese Rubino

 

750 años del Escapulario carmelita

El 2001 es "Año mariano carmelita" para celebrar los 750 años del Escapulario de Nuestra Señora del Carmen. El aniversario recuerda la milagrosa entrega del escapulario que hizo la Virgen a San Simon Stock, carmelita inglés que en el s.XII fue prior general de la Orden.
El Papa, en su mensaje a toda la familia carmelita dijo: Ésta es una ocasión maravillosa que tenéis para profundizar en vuestra espiritualidad mariana. Juan Pablo II recordó que las distintas generaciones del Carmelo, en su itinerario hacia la "montaña santa, Jesucristo nuestro Señor", han buscado modelar su propia vida siguiendo el ejemplo de María. Por esto en el Carmelo, y en cualquier alma movida por un tierno afecto hacia la Virgen y Madre Santísima, florece la contemplación de Ella que, desde el principio, supo estar abierta a la escucha de la Palabra de Dios y obediente a su voluntad (Lc 2, 19-51). María, de hecho, educada y modelada por el Espíritu (cf Lc 2, 44-50) fue capaz de leer su propia historia a la luz de la fe (cf Lc 1, 46-55) y, dócil a las sugerencias divinas, avanzó en la peregrinación de la fe y mantuvo fielmente su unión con el Hijo hasta la cruz.
Como Madre de la Iglesia, la Virgen Santa está unida a los discípulos "en continua oración" (Hch 1, 14); justamente por esto los carmelitas y las carmelitas han escogido a María como su Patrona y Madre espiritual - comenta el Santo Padre - y tienen siempre ante los ojos del corazón a Ella, la Virgen Purísima que guía a todos al perfecto conocimiento e imitación de Cristo.
Este rico patrimonio mariano del Carmelo se ha convertido, con el tiempo, a través de la difusión de la devoción al Santo Escapulario, en un tesoro para toda la Iglesia. El signo del Escapulario evidencia una eficaz síntesis de espiritualidad mariana, que alimenta la devoción de los creyentes, sensibilizándolos a la presencia amorosa de la Virgen María en sus vidas.
¿Pero qué es realmente el Escapulario? El Escapulario es esencialmente un 'hábito'. Quien lleva el Escapulario es introducido en la tierra del Carmelo, y experimenta la dulce y maternal presencia de María, se compromete cotidianamente a revestirse interiormente de Jesucristo y a manifestar a los demás esta vida de Cristo en su interior. El Escapulario es signo de 'alianza' y comunión recíproca entre María y los fieles, concluye el Pontífice. ¡También yo llevo el Escapulario del Carmen sobre mi corazón desde hace mucho tiempo! Por el amor que tengo a nuestra Madre celeste, cuya protección experimento continuamente.
Redacción

 

El hombre del Espíritu

Serafim de Sarof es el santo más amado y venerado (junto a san Sergio) de todos los santos rusos. Es un santo seráfico, dulce y pacífico de corazón, también llamado el san Francisco de Oriente. Serafim repite y testimonia con su vida que la finalidad de la vida cristiana es la adquisición, la posesión, la vida en nosotros del Espíritu Santo.
Su vida se sitúa entre 1759 y 1833. Desde su infancia, las curaciones milagrosas, las apariciones de la Virgen, las predicciones lo acompañan y lo encaminan al monasterio de Sarov. A los 28 años hace los votos monásticos y recibe el nombre de Serafim, nombre hebreo de la primera jerarquía de ángeles, que significa "llameante", "resplandeciente". En efecto, se le recuerda como "ángel terrestre y hombre celeste". Cuando fue ordenado diácono, en la liturgia del jueves santo, vio a Cristo rodeado de ángeles.
Dieciséis años después de su entrada en el monasterio, se retira al bosque para llevar una vida de ermitaño. Su deseo era quedarse solo con Dios: "No me parecía estar viviendo en la tierra, tal era la plenitud de alegría en mi alma", dirá más tarde. Para los demás era extraño comprender aquel gozo, pues la vida de Serafim era extremadamente austera, compartía su ración de pan con los animales del bosque. En aquellos años de aislamiento, sin embargo, el monje pasó como todos por el crisol de la purificación profunda, una lucha terrible contra las fuerzas del mal: "El que ha elegido el desierto y el silencio debe sentirse continuamente crucificado". La "oración del corazón" (o "oración de Jesús") era en cualquier caso una llama encendida que lo mantenía vivo: tras la repetición incesante del Nombre de Jesús sobreviene su presencia, y el hombre en esa presencia se transforma. Finalmente Serafim se había convertido verdaderamente en oración viva, encarnada.
Cuando vuelve al monasterio se convierte en punto de referencia espiritual para muchos y, luego, como starec, manifiesta las dotes de sanación, confesor y profeta. Así es como responde Serafim a quien le interroga sobre la elección entre la vida contemplativa y la vida activa: "Alcanza la paz interior, y una multitud de hombres encontrará su salvación cerca tuyo".
Durante los cuatro primeros días de la semana, Serafim leía los 4 evangelios enteros. Su espiritualidad no era sin embargo cristocéntrica, sino que, siguiendo la tradición de su Iglesia, el monje vivía perfectamente el equilibrio trinitario, con la atención puesta en la teología del Espíritu Santo, propia del monacato oriental: "Toda alma está vivificada por el Espíritu Santo para ser iluminada por el santo misterio de la unidad trinitaria", afirmaba.
Le gustaba también citar el libro de los Proverbios: "Oh hijo, dame tu corazón, y el resto lo haré yo mismo" (Pr 23, 26) que complementa la expresión evangélica: "Buscad el reino de Dios, y todo lo demás se os dará por añadidura" (Lc 12, 31). Y cuando en la oración del Padre Nuestro rezaba "venga tu reino" en realidad decía: "venga tu Espíritu Santo", identificando de esta manera la venida del reino con la venida del Espíritu de Dios. Con esto Serafim intentaba invitar al hombre a comprender que buscar "la única cosa necesaria", el Reino, significa buscar el Espíritu Santo. Y es en el ofrecimiento del corazón a Dios que el Espíritu se manifiesta e introduce el alma en la circulación eterna del amor entre el Padre y el Hijo. Esto es el Reino.El ofrecimiento del corazón a Dios es la expresión máxima de la libertad humana. Y ofreciendo el propio corazón, el hombre invoca el espíritu y lo recibe, porque la respuesta del Padre a esta invocación es inmediata; su misma esencia es, en efecto, ser don, respuesta, gracia gratuita. Es conocido el saludo que Serafim dirigía habitualmente a todos aquellos con los que se encontraba: "¡Mi gozo, Cristo resucitado! Eso revela una cualidad permanente de su alma, el júbilo pascual que permanece por encima de todo y que todo lo llena de su luz.También con este gozo el monje llegó a su paso a la eternidad. A un monje entristecido por las palabras que había dicho: "pronto os dejaré" (se lo había advertido la S. Virgen), le dijo: "No es el momento del dolor, amigo mío, es el de la alegría".
El día de fin de año de 1833, era un domingo, el santo se comunicó y saludó a todos los hermanos presentes. Por la tarde, a pesar de que el tiempo litúrgico no correspondía, se le oía cantar cánticos pascuales. Por la mañana estaba arrodillado ante el icono de la Virgen llamada "gozo de los gozos", con las manos cruzadas sobre el pecho y los ojos cerrados.
S.C.

 

Esperando Pentecostés
del p. Tomislav Vlasic

"Si el grano de trigo no muere al caer en tierra, queda infecundo; pero si muere, produce mucho fruto. El que ama su vida la perderá, y el que aborrece su vida en este mundo, la guardará para la vida eterna." (Jn 12, 24-25).
Lo natural en el hombre es echarse atrás ante las pruebas de la vida, sea cual sea su naturaleza. Pero son sobre todo las pequeñas pruebas de cada día las que forman una especie de telaraña que enturbia la vista, el oído, el alma y el corazón del hombre, que se hace de este modo incapaz de percibir la presencia y la acción del Espíritu Santo. Esta telaraña, con el tiempo aumenta de espesor, tanto que convierte en habitual no advertir más los impulsos del Espíritu (¡hasta se llega a pensar que el Espíritu no existe!). Para abrirse nuevamente a la presencia del Espíritu Santo hay que, ante todo, desprenderse de uno mismo. También en este caso es fundamental la aportación del Espíritu Santo, porque un "desprendimiento" en el que prima la acción humana lleva siempre a la rigidez, al fanatismo, al formalismo, todos síntomas de un yo demasiado pronunciado o, al contrario, muy débil. A este respecto, San Pablo escribe que aunque repartiéramos todos nuestros bienes, si no tuviésemos Caridad, de nada nos serviría (cf 1 Cor 13,3).
El grano de trigo que "muere" realiza simultáneamente dos acciones paralelas: se priva de la cubierta externa (se "desprende") y al mismo tiempo revela la vida nueva que contiene en sí. Es un proceso armónico y natural, inserto perfectamente en la dinámica de la creación de la que el Espíritu Santo es partícipe. Quien vive el propio desprendimiento a través del Espíritu Santo experimenta una realidad dulce, bella, como Jesús que, caminando hacia la muerte, permanecía sereno, y así consolaba a los otros, porque estaba completamente inmerso en el Espíritu Santo.
El desprendimiento completo pertenece a la dinámica del bautismo, porque el bautismo supone morir a uno mismo, morir al pecado. Así lo explica San Pedro a los primeros fieles después de Pentecostés: "Arrepentíos y que cada uno de vosotros se bautice en el nombre de Jesús para la remisión de vuestros pecados, tras haber recibido el Espíritu Santo".
Los primeros cristianos se preparaban para este desprendimiento total con la penitencia, con la catequesis y la decisión firme de vivir para Dios. También nosotros hoy debemos aniquilar el hombre viejo, el que habita en nuestra mente, en el corazón, en la voluntad para dejar la iniciativa a la acción del Espíritu Santo y para estar abiertos a la gracia de Aquel que se ofrece a nosotros completamente, sin reservarse nada.
Para derrotar la muerte, el dolor, el pecado y a Satanás dentro nuestro, y permitir al mismo tiempo que el Espíritu Santo manifieste su omnipotencia en cada rincón de nuestro ser, hay que liberar la mente: "No os conforméis con la mentalidad de este siglo, sino, por el contrario, transformaos con una renovación de la mente, para que podáis discernir cuál es la voluntad de Dios, qué es lo bueno, agradable y perfecto" (Rom 12,2). Cuando se acepta morir a uno mismo, a través del Espíritu Santo, allí donde había muerte nace la vida. Por el contrario, si no lo hacemos, permanecemos muy frágiles, susceptibles y cualquier contrariedad, por pequeña que sea, nos afecta y destruye. En este caso, hasta las pruebas más insignificantes provocan amargura y necesidad de protegerse. Los chismes, las críticas, las murmuraciones son armas que empuñamos para golpear a los demás. Cuando, por el contrario, invocamos al Espíritu Santo, es Él el que nos defiende de forma inofensiva y vital, capaz de construir y no de destruir.
Muchas personas se protegen o agreden a otras simplemente por miedo. Adoptando una actitud de humildad nos abrimos al Espíritu Santo que tiene el poder de purificar y sanar el corazón. Luchar con odio contra las personas que nos hieren es muy dañino para nuestra alma, porque el odio es una puerta abierta a Satanás. Si en cambio respondemos a la ofensa con una sonrisa, con la bondad, con la oración, el infierno quedará paralizado, y no podrá entrar en nosotros. Así crecemos, nos hacemos recios, mientras que los frutos del Espíritu Santo se transformarán en virtud.
Morir a sí mismos, abiertos al Espíritu Santo, quiere decir esencialmente convertirnos en una nueva criatura. Hay que darlo todo al Espíritu Santo, para que cambie la mente, el corazón, purifique el alma. Sólo en la apertura total a él tiene lugar la transformación de la persona. En este punto descubrimos las virtudes fundamentales: la fe, la esperanza, el amor. Es la vida que florece, es la dinámica del Espíritu Santo dentro nuestro: una fe que no es sólo confianza humana, sino un don que nos une a Dios. Descubriremos entonces que los siete dones del Espíritu Santo son la plenitud de la acción de Dios en nuestro interior, un tesoro escondido y preciosísimo. Pero lo que podremos descubrir realmente es infinito, porque Dios es infinito. Es pues importante acoger los impulsos del Espíritu Santo y sentir la necesidad de ponerse en camino y de progresar, sin esfuerzos, sin obligaciones, sin disminuciones, sino por el contrario, con naturalidad, animados por la necesidad de vivir.

 

Una llamada constante del Amor que salva
(continuación de Eco 156)

La Reina de la Paz exhorta a sus "queridos hijos", verdadera "estirpe de la Mujer" (Gen 3, 15), que Dios ha escogido y llamado "en su gran plan de salvación para la humanidad" (Mens.25.01.1987) a hacer presente la llama de amor de su Corazón Inmaculado en todas las partes del mundo, y convertirse casi en una prolongación de Su especial presencia de gracia entre los hombres: "Os invito a vivir con amor los mensajes que os doy y a transmitirlos a todo el mundo para que un río de amor corra entre la gente llena de odio y sin paz" (Mens. 25.02.1995); "A través de vosotros deseo renovar el mundo. Comprended, hijitos, que hoy vosotros sois la sal de la tierra y la luz del mundo" (Mens.25.10.1996).
Como en Lourdes y en Fátima a algunos escogidos, también en Medjugorje a multitud de llamados, a los que se les ha dado una experiencia especial del misterio ardiente del amor trinitario, a través del encuentro vivo y personal con la "zarza ardiente" del Corazón Inmaculado, se les ha confiado también un mandato espiritual preciso: ser testigos y portadores del Amor misericordioso del Padre hasta las más oscuras profundidades y heridas de los hombres, para que "cualquier tierra devastada sea llamada Su complacencia" (Is 62,4), que todas las realidades sean redimidas plenamente y resplandezcan con el fulgor pascual los nuevos cielos y la nueva tierra: "Os invito hijitos a llevar la paz donde no hay paz y luz donde hay tiniebla, para que todos los corazones acepten la luz y el camino de la salvación" (Mens.25.02.1995).
Para que se cumpla este esencial plan de gracia, en la aurora "de un nuevo tiempo" (Mens.25.01.1995), marcado por el triunfo anunciado de su Corazón Inmaculado, María nos llama a testimoniar entre los hermanos una amor de calidad muy distinta de la que comúnmente entiende el mundo. No es el amor humano, es el Amor de Dios. Es el que se ha revelado plenamente en el Misterio pascual de Cristo a través del escándalo de la Cruz, es el fruto de aquella "sabiduría divina, misteriosa, que ha permanecido escondida, que Dios predestinó antes de todos los siglos para nuestra gloria" (1 Cor 2, 7), es el amor que se glorifica plenamente en el Cordero Inmolado que ilumina la nueva creación (cf Ap.21, 22-23): la Reina de la Paz nos llama ante todo al amor sacrificado. "Queridos hijos, hoy os invito al amor, que agrada a Dios. Hijitos, el amor acepta todo, todo lo que es duro y amargo, como Jesús que es amor. Por esto, queridos hijos, orad a Dios para que os ayude: ¡pero no según vuestros deseos, sino según su amor!" (Mens.25.06.1988). "Reconciliaos unos con otros y ofreced vuestra vida para hacer reinar la paz en toda la tierra" (Mens.25.12.1990). Éste es el camino real de las Bienaventuranzas evangélicas, trazado por Cristo para todas las generaciones de los redimidos, que María, dócil sierva de la Palabra, con su presencia especial de gracia quiere hacer vivo y luminoso en este tiempo en el corazón de sus hijos: "Deseo que améis a todos, buenos y malos, con mi amor. Sólo así el amor se impondrá en el mundo" (Mens.25.05.1988); "Deseo acercaros cada vez más a Jesús y a Su Corazón herido, para que de vuestros corazones brote una fuente de amor sobre cada hombre y sobre los que os desprecian: así, con el amor de Jesús, seréis capaces de vencer todas las miserias en ese mundo doloroso que está sin esperanza por aquellos que no conocen a Jesús" (Mens.25.11.1991).
Este amor divino, acogido y entregado, engendra continuamente el misterio de la Iglesia, fruto supremo del Camino Pascual de Cristo y verdadero "sacramento de salvación para el mundo". En éste se hace visiblemente presente la imagen y la gloria de la familia trinitaria.
La Virgen, con sencillez y una conmovedora ternura, nos invita a entrar en el calor de amor de su Corazón Inmaculado, para vivir, con especial intensidad y plenitud, este misterio de comunión dado desde lo alto: "Deseo que mi Corazón, el Corazón de Jesús y vuestro corazón se fundan en un único corazón de amor y de paz... Yo estoy con vosotros y os guío por el camino del amor" (Mens.25.07.1999). Y para esto suscita nuevos espacios de comunión, familias espirituales y grupos de oración donde, a través de la gracia de su particular presencia, brille de forma más intensa y luminosa la verdad del Amor trinitario, para proclamar al mundo la alegría inefable de la entrega de Cristo, consumada en el fuego de amor del Espíritu, por la salvación de los hermanos: "...formad grupos de oración, así experimentaréis el gozo de la oración y de la profunda comunión. Todos los que oran y forman parte de grupos de oración, tienen el corazón abierto a la voluntad de Dios y testimonian gozosamente el amor de Dios" (Mens.25.09.2000).
La Virgen, que es "Mater Ecclesiae", en consonancia perfecta con la intuición del Papa, que entre los significativos actos del itinerario jubilar quiso celebrar la "purificación de la memoria" de la Iglesia, desea que en este tiempo la Esposa se renueve plenamente y resplandezca de vida nueva ante su Señor, que cualquier "mancha y arruga", residuo de vejez humana no redimida, y que anida aún en muchas estructuras eclesiales, convertidas en "medios sin alma, máscaras de comunión" (cf Carta ap. Novo Millenio Ineunte), se consuma por el ardiente amor del Cordero, al que la Reina de la Paz quiere reconducir incansablemente a sus hijos, para que todos los corazones sean sanados completamente y renovados por el "río de agua viva límpida como el cristal" que "mana incesantemente de Su trono" (Ap 22, 1):"Oremos hijitos, por aquellos que no quieren conocer al amor de Dios, incluso dentro de la Iglesia. Oremos para que se conviertan: que la Iglesia resucite en el amor. Sólo así, con el amor y la oración, hijitos, podéis vivir este tiempo que se os da para la conversión" (Mens.25.03.1999).
Hacia este trono real "al que traspasaron" (Jn 19, 37), hoy vuelven inconscientemente la mirada cada vez mayores multitudes de hermanos, sedientos de ese agua viva que el Padre quiere darles a través de nuestra libre respuesta de amor. Confiemos a la ternura de la Reina de la Paz el peso de nuestra debilidad y de la incapacidad radical de amar que está presente en las profundidades heridas de nuestros corazones, para que todo sea plenamente transformado en luz sobreabundante de gracia, que pone ante nosotros aquellas "manos extendidas de Dios que busca la humanidad" (Mens.25.02.1997).
Giuseppe Ferraro

 

María, mujer del tercer día
Me gustaría que fuese María en persona quien entrase en vuestra casa, y abriese la ventana de par en par, para desearos una BUENA PASCUA

Un inmenso deseo, como los brazos del condenado extendidos en la cruz o extendidos hacia los cielos de la libertad. Muchos se preguntan sorprendidos por qué el evangelio, mientras nos habla de las apariciones de Jesús en los días de Pascua a tantas personas, como a la Magdalena, a las devotas mujeres y a los discípulos, no relata en cambio ninguna aparición a la Madre del Hijo resucitado. Yo tendría una respuesta: ¡porque no hacía falta! No hacía falta que Jesús apareciese a María, porque ella, la única, estuvo presente en la resurrección. Los teólogos nos dicen que este acontecimiento se sustrajo a los ojos de todos, se desarrolló en las profundidades insondables del misterio y, en su desarrollo histórico, no tuvo ningún testigo.
Yo pienso, sin embargo, que hay una excepción que fue María, la única. Tuvo que estar presente en esta peripecia suprema de la historia. Como estuvo presente, la única, en el momento de la encarnación del Verbo. Como estuvo presente, la única, a la salida de Él de su seno virginal de carne. Y se convirtió en la mujer que miró por primera vez a Dios hecho hombre. Así, tuvo que estar presente, la única, en el momento de la salida de su regazo virginal de piedra: el sepulcro "donde nadie había sido colocado todavía". Y fue la mujer que primero vio al hombre hecho Dios. Los demás fueron testigos del Resucitado. Ella, de la Resurrección. Por lo demás, si la unión de María con Jesús fue tan estrecha que compartió toda la experiencia redentora, es impensable que en la resurrección, momento vértice de la salvación, haya quedado disociada del Hijo. Sería la única ausencia: y sería además, una ausencia injustificada.
Como confirmación, además, de cómo la vivencia de la Madre está unida con la Pascua del Hijo, hay en el evangelio al menos dos páginas, en las que la frase "tercer día", sigla cronológica que designa la resurrección, se refiere a la presencia, cuando no expresamente, al protagonismo de María. La primera página es de san Lucas. Explica la desaparición de Jesús a los doce años en el templo y su "reencuentro" al tercer día. Los estudiosos están de acuerdo en interpretar este episodio como una profecía velada de lo que iba a ocurrir luego a los discípulos, cuando Jesús cumplió su paso de este mundo al Padre, siempre en Jerusalén, en una Pascua, muchos años después. Sería, pues, una parábola que alude a la desaparición de Jesús tras la piedra del sepulcro, y a su gloriosa aparición después de tres días.
La segunda página es de san Juan. Tiene que ver con las bodas de Caná, en las que la intervención de María, anticipando la hora de Jesús, introduce en el banquete de los hombres el vino de la nueva alianza pascual, y hace estallar al mismo tiempo, la "gloria" de la resurrección. Pues bien, también este episodio está marcado por una señal de origen conocido: "El tercer día".
María, pues, tiene mucho que ver con el "tercer día", hasta el punto que no sólo es la hija primogénita de la Pascua, sino en un cierto sentido, también es la madre.
"Santa María, mujer del tercer día, despiértanos del sueño de la roca. Y en el corazón de la noche santa, tráenos tú el anuncio que es Pascua también para nosotros. Santa María, mujer del tercer día, danos la certeza de que, a pesar de todo, la muerte ya no tendrá poder sobre nosotros. Que las injusticias de los pueblos tendrán los días contados. Que los destellos de las guerras se reducirán a luces crepusculares. Que los sufrimientos de los pobres darán los últimos estertores. Y que, finalmente, las lágrimas de todas las víctimas de la violencia y del dolor serán enjugadas como se deshace la escarcha con el sol de primavera. Y danos la esperanza de que, cuando llegue el momento del reto decisivo, para nosotros y para Jesús, tu serás el árbitro que, al tercer día, nos concederá finalmente la victoria".
Don Tonino Bello - obispo

 

Bendita entre todas las mujeres

del p. A. Gasparino

Es importante conocer más a María porque hay demasiada superficialidad en el amor a la Madre de Dios, seguramente causado por el hecho mismo de que no se la conoce suficientemente. Con esta finalidad, nos puede ayudar un documento de la Iglesia Redemptoris Mater, que vamos a sintetizar para hacerlo accesible a las personas sencillas. Nos centraremos particularmente en el n.9 de la carta apostólica.
"Dios nos ha escogido antes de la creación del mundo para ser santos e inmaculados en su presencia en la caridad predestinándonos a ser sus hijos adoptivos por obra de Jesucristo."
¿Cuál es entre los hombres la criatura humana más bendecida por Dios? Sólo hay una respuesta: es María. Ella ha sido elegida antes de la creación del mundo, santa e inmaculada ante Dios, predestinada a dar al mundo a Jesús, Hijo de Dios. Dios, en realidad, ya nos ha bendecido a todos en Cristo y María, antes de que naciésemos nos bendijo. Él se inclinó sobre la miseria del hombre y, a través de María, inauguró un mundo nuevo, el mundo de los hijos de Dios. Es ante todo en María, pues, que hemos alcanzado toda bendición espiritual de Cristo. ¿No es acaso María a quien Isabel saludó diciendo: bendita entre todas las mujeres?
Cuando el ángel apareció a María para anunciarle que sería la Madre de Dios, pronunció estas palabras: "Te saludo llena de gracia, el Señor está contigo". ¿Por qué saluda a María como "Llena de gracia"? La Encíclica Redemptoris Mater responde: "Porque en ella se ha manifestado toda la gloria de la gracia, la gracia que el Padre nos ha dado en su querido Hijo". Hay que remarcarlo bien, el ángel no llama a María con su nombre propio (Miriam era su nombre); el ángel la llama con un nombre nuevo: el nombre marcado en el registro divino, la llama: "La llena de gracia".
María es saludada como la criatura santísima, porque está unida a Cristo que es la cima de la Santidad. El Papa dice: la elección de María es completamente excepcional y única. Sí, María se disocia de toda criatura humana, por su excepcional misión. Única y excepcional es la misión de ser el instrumento de la Encarnación del Hijo de Dios. Por esto, ante Dios tiene un título excepcional y único. El Concilio dice: "La primera entre los hombres y los pobres del Señor, que esperan y reciben la salvación, es María".
Un amigo protestante me dijo: yo rezo a Dios, pero no rezo a María. Respondí: ¿Has considerado seriamente lo que significa la oración del Ave María? Toda la primera parte del Ave María es bíblica, por esto debería encontrar acuerdo con cualquier protestante. En la segunda parte, ¿has examinado las palabras del Ave María? Decimos: "Ruega por nosotros pecadores". También nosotros nos dirigimos a María, pero para pedirle que ruegue por nosotros. Más que rogar a María pedimos la oración de María. En la comunión de los Santos, es normal que nos dirijamos también a nuestros seres queridos que viven en Dios, para pedir sus oraciones, para pedir su intercesión. Desde la óptica de la comunión de los santos, pues, el culto a María encuentra su justificación plena. El Concilio dice: "Llena de gracia significa toda santa, significa criatura santísima."
El Concilio además afirmó con fuerza en la Lumen Gentium (n°53) que "María, por el don de gracia eximia que recibe, antecede con mucho a todas las criaturas celestiales y terrenas". La Iglesia afirma, pues, que María es la mayor criatura terrena: toda la grandeza de los santos se difumina ante la grandeza de María. María es más grande que cualquier criatura celeste: toda la grandeza de los ángeles no se puede comparar con la grandeza de María. Éste es el motivo que nos impulsa a tener una confianza ilimitada en María. Quien no comprende la grandeza de María es porque no comprende la grandeza de la Encarnación.
María elegida y preparada por Dios para realizar el prodigio de la Encarnación, es verdaderamente la primera entre todas las mujeres, la más grande y la más cercana a Dios.
Nuestros hermanos protestantes se preocupan mucho del culto a María que se ha desarrollado en la Iglesia Católica, y aún más en la Iglesia ortodoxa. Pero el misterio de la Encarnación no cesa de admirar a la teología de todos los tiempos. Ciertamente, debemos velar sobre las exageraciones del culto a María, pero tenemos también que decir que no comprenderemos nunca suficientemente su grandeza y la necesidad que tenemos de Ella.
Sí, María debe ser muy amada, pero con una devoción que, para ser auténtica, tiene que estar bien fundamentada en la Escritura y en la Tradición, valorando ante todo la liturgia y extrayendo de ella orientación segura para las manifestaciones más espontáneas de la religiosidad popular. Subraya el Santo Padre: "No basta el culto, el mero culto. El culto debe convertirse en imitación de María."
El Papa recomienda una devoción mariana que extraiga agua de la fuente que es la grandeza de María, y se convierta en un incesante Magnificat de alabanza al Padre, al Hijo y al Espíritu Santo. Si la devoción a María no lleva a Jesús, es una falsa devoción. María siempre tiene que llevar a Jesús, porque María siempre quiere traer a Jesús "Haced lo que Él os diga". ¡Esto es lo que María quiere de nosotros!

 

* El Eco de María es gratuito y vive sólo de donaciones, que se pueden enviar al nuevo número de c.c.p. 14124226, o mediante un cheque a nombre de Eco di Maria, cuenta corriente n° 68068/0: Banca Agricola Mantovana, Ag.4, Frassino, Mantova, coordenadas CAB 11504, ABI 5024. ¡Gracias a tu contribución el Eco podrá continuar su misión en el mundo!

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Os comunicamos el nuevo número de telefono/fax de la Secretaría del
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Estoy con vosotros esta tarde. No hablaré en el bullicio, yo hablo en el silencio, al corazón sereno, al corazón lleno de amor, lleno de calor hacia el hermano. Deseo
invitaros a vivir de verdad mi presencia..."
"Sí, yo soy vuestra Madre y deseo serlo siempre. Deseo que a través de vosotros todos sientan que soy la Madre de todos los hombres..."
Con estas palabras, la Virgen se dirigía, a través de Jelena, al grupo de oración de Medj. Frases sencillas, y sin embargo cargadas de ternura y amor por esos hijos que Ella quiere llevar al encuentro con el Hijo Jesús, la Palabra encarnada. Sólo una madre sabe indicar, con el tono apropiado y en el momento justo, lo que es útil para el crecimiento de los propios hijos. Pero sólo la madre María sabe tocar los corazones y abrirlos, para que cada semilla de la Palabra dé fruto en su tiempo.

 

Virgen, madre y mujer fecunda
de Jelena Vasilj

La contemplación de María es el fruto del encuentro con la Madre de Jesús, con la persona humana. Meditar en ella no representa únicamente la elección de un tema de especial relevancia para nuestra vida espiritual, sino la búsqueda que el corazón humano tiene de expresar lo que nace en su ánimo después de haberla aceptado como madre propia. Como persona, María es un misterio inagotable que Dios pone ante nosotros y por esto requiere nuestra humildad y fe para poder participar de él.
María se reveló en su ser como madre y virgen, y es de esta verdad que nuestro corazón se nutre al encontrarla, y cualquier espiritualidad mariana tiene que estar fundamentada en su persona. Hoy se corre el riesgo de que la devoción mariana nos lleve a una serie de acciones externas que no contemplen la interioridad de María, y en base a ella, ser sus hijos en la semejanza del alma, es decir, en nuestra integridad de la fe y en la fecundidad.
¿Qué es la fecundidad de María y qué es nuestra fecundidad? María se caracteriza por dos tipos de fecundidad, la física, que se realiza en el ofrecimiento que hace de su naturaleza material desde el momento de la Encarnación de Dios, durante su pasión y hasta su resurrección. Pero la ofrenda que María hizo de sí no es sólo externa y puntual, puesto que la madre no es sólo madre en el momento del parto sino que continúa alimentando a su hijo también después del parto; este gesto externo va sobre todo acompañado por un gesto interior mucho más importante para nosotros, puesto que no todos están capacitados para la maternidad física.
Esta actitud interior de María es el fundamento de una espiritualidad femenina. Una actitud no reservada únicamente a las mujeres sino que, de alguna manera, todos estamos llamados a ser la Madre de Dios (cf Lc 8, 21). María llevó en su seno a Jesús, pero en su corazón llevó la Palabra. Con su fecundidad externa, la Virgen es un ejemplo de quien da a luz de una manera física pero sobre todo de quien debe dar a luz en su interior. Por lo tanto, todos estamos invitados a quedar fecundados por la Palabra de Dios, a estar llenos de gracia. (cf Lc 2, 51).
¿Qué es esta maternidad en sentido práctico, cómo se realiza? El verbo griego diatereo de San Lucas nos ilumina a este propósito; su significado es "guardar cuidadosamente como un tesoro", dejar por tanto que la Palabra sea un tesoro en nuestro corazón. En el bautismo Dios siembra en nuestro corazón el Verbo, la semilla que requiere nuestro cuidado, nuestro sí cotidiano para que Él pueda traer frutos a nuestra alma. Un sí a la vida misma de Dios en nosotros, no sólo a una tarea específica de mi misión, sino un sí que estará en la base de cualquier acción; es un sí sobre todo a la Eucaristía, al mismo Jesús que María llevó en su corazón, a los sacramentos, a la palabra de Dios mediante su lectura cotidiana; un sí que no se concreta sólo en los gestos, sino también en la fe. La fe es la necesaria adhesión interior que purifica el corazón de nuestras palabras, de nuestras fantasías sobre Dios, y es la que conserva íntegra nuestra interioridad y virgen nuestro corazón.
La distinción entre interioridad y exterioridad no debe entenderse en la línea de que nuestros gestos externos no son importantes. El análisis debe hacernos comprender que la exterioridad y la interioridad van unidos. Si sólo considerásemos importante el espíritu estaríamos despreciando el mismo misterio de la encarnación. La espiritualidad mariana nos propone ese equilibrio, una espiritualidad humana puesto que no sólo es un don llevarlo en la interioridad sino que María lo llevó también externamente. Lo mismo nos ocurre a nosotros en la Eucaristía, la llevamos también físicamente durante 10 minutos en nuestro cuerpo pero nos beneficia sólo si la llevamos a nuestra interioridad, y por esto le dice Isabel a María: "Bienaventurada tú que has creído" (Lc 1, 45).

 

Noticias de la tierra bendita

Sor Elvira:
"La mujer es el bien del mundo"

En el número anterior del Eco publicamos la noticia de la apertura en Medj. del "Campo de la alegría", la rama femenina de la Comunidad Cenáculo.
Sor Elvira - fundadora de la comunidad - recordó a las chicas que llegaban para abrir la casa el valor particular que tiene la mujer, indicando el modo cómo este bien puede ponerse al servicio de los demás.

Queremos amar, y el amor es tu vida que se desarrolla con una mirada, con un gesto, con el dolor. La mujer lleva en su interior de una manera especial el fuego del amor, un fuego que abrasa. La maternidad forma parte de su ser, su sangre, sus ojos, su cerebro, todo en ella es maternidad. Dios ha querido así a la mujer. Estamos hechas para amar, y cuando una mujer tiene la paz verdadera dentro suyo no puede guardársela para sí; la mujer ha nacido para la vida y ser este fuego de bien, de vida en la humanidad.
La mujer es un apóstol que puede llevar a la gente la alegría, la felicidad, la confianza, la esperanza, pero puede llevar también la desesperación. Puede llevar una familia a la tortura, a la violencia, a la ruina. Si la mujer no tiene prisa en su maduración interior hará bien a todos. Es un bien para el mundo. El bien más precioso del mundo no son las minas de oro y plata, los descubrimientos de la ciencia y de la técnica. El bien del mundo es una mujer sabia, una mujer sincera, uno mujer limpia y ordenada que allá por donde pasa siembra la vida, la esperanza, la paz. Vosotras, chicas, tenéis que ser capaces de transmitir esto que ninguna cultura, ninguna ciencia puede transmitir, y que sin embargo puede hacer una mujer llena de serenidad, de paz interior, de Espíritu Santo, una mujer que ora".

* Mirjana y la Virgen - Como de costumbre, la vidente tuvo su aparición anual el 18 de marzo con ocasión de su cumpleaños (¡el regalo más grande que uno puede desear!). Más de 1000 personas estaban presentes en la Comunidad Cenáculo para rezar juntos el Rosario, en espera de la aparición, que duró 5 minutos. La Virgen, con un tono resuelto y maternal, se dirigió a Mirjana diciendo: "Queridos hijos, hoy os invito al amor y a la misericordia. Daos amor unos a otros, como el Padre os lo da a vosotros. Sed misericordiosos (pausa) de corazón. Haced buenas obras sin esperar demasiado. Cualquier misericordia que sale de vuestro corazón os acerca a mi Hijo".

* "El confesionario del mundo" - Es uno de los apelativos de Medj. De hecho, en este lugar de gracia, desde el inicio de las apariciones hasta hoy, millares de personas han reencontrado la paz en Dios ( y con la paz, también a sí mismos) a través del sacramento de la reconciliación. Por esto durante muchos años los sacerdotes confesaron al aire libre. En 1989 se crearon confesionarios que sin embargo, con el paso de los años, se desgastaron. A finales del año pasado, se renovaron completamente.

* Miedo y estupor ante los carros blindados - Los acontecimientos externos son un reflejo visible de la lucha entre las invisibles fuerzas del bien y del mal. Sólo a la luz de esta realidad podemos observar los desagradables acontecimientos que en la tarde del Martes santo implicaron, muy a su pesar, a los presentes en Medj. Eran cerca de las cuatro cuando los soldados de la SFOR atravesaron Medj con vehículos militares, asustando a la población y a más de un millar de peregrinos que caminaban en dirección al Podbrdo. Para abrir camino al convoy, formado por cerca de 10 vehículos militares en equipo de guerra, los soldados bajaron de los vehículos y dirigieron las armas contra los peregrinos confundidos y asustados; luego continuaron su camino.
Con este motivo, el párroco I. Sesar ha escrito, contrariado, una carta dirigida a los responsables de la ONU: "Estamos desconcertados y queremos expresar nuestra profunda desaprobación por un comportamiento tal, incomprensible e inconcebible para nosotros. Pedimos de corazón que nadie venga a este lugar con ningún tipo de arma puesto que cualquier incomprensión o problema pueden resolverse mediante un diálogo pacífico. Muchos soldados de las Naciones Unidas han venido aquí de visita. Ellos, como hombres de buena voluntad, continuarán siendo peregrinos estimados. Sólo pedimos no traer inquietud a este lugar de oración y de paz...¿No es acaso muy triste ver soldados en carros blindados, camiones y armados, junto a peregrinos con el rosario entre las manos?"
(Press Bulletin)

 

Las "Vírgenes peregrinas"
para una nueva evangelización

Al comienzo del tercer milenio, mientras el Santo Padre invita a todos los cristianos a trabajar para la nueva evangelización del mundo, el crecimiento de la oración en torno a la Vírgenes peregrinas aparece como un medio privilegiado para llegar a todos aquellos que aún no conocen a Jesús y a su Madre. Acoger una Virgen peregrina para una vigilia de oración que incluye predicación, Santa Misa, oraciones, rosario, adoración y confesión, permite en efecto una intensa evangelización.
El movimiento, nacido en 1995 por iniciativa de la Confraternidad Nuestra Señora de Francia, que en Roma depende del Cardenal Medina, Prefecto de la Congregación para el culto divino, tenía el objetivo principal de preparar el Jubileo. Los frutos de conversión, de alegría y de paz y las numerosas vocaciones sacerdotales y religiosas verificadas por todas partes han suscitado una demanda cada vez más creciente de nuevas estatuas en muchos países, sobre todo en Europa del Este, en Asia, en África y en América Latina. La oración en torno a las Vírgenes peregrinas por la unidad de los cristianos y la conversión del mundo ha sido animada por muchos Obispos, Arzobispos, Patriarcas y Cardenales de todos los continentes. 7000 imágenes de la Virgen (iconos y estatuas) han sido enviadas hasta ahora, gracias a todos los que han colaborado, entre los cuales hay muchos lectores del Eco.
Nosotros, que sabemos que el mundo llegará a Cristo a través de María, debemos encontrar juntos personas disponibles a la oración y a comprometerse para que estas "visitas de la Virgen" puedan multiplicarse en todos los países. Si muchos de vosotros se comprometieran con esta iniciativa y decidieran colaborar, entonces haríamos realidad las palabras proféticas del Card. Wyczynski, retomadas por Juan Pablo II: "Si llega la victoria, llegará a través de María". La Virgen María es más necesaria que nunca y esperada en todo el mundo: ¡dejemos que esta Madre incomparable visite a todos sus hijos!
Para vuestros donativos:
Notre Dame de France - 11 Rue des Ursulines - 93200 Saint Denis - Francia
(transferencia a la cuenta "Confrérie ND de France" - Crédit Lyonnais Saint Denis Basilique - n° 30002/00536/0000008657 R/78).
Para recibir una estatua:
fax: 0033 1 64 59 65 22
o al e-mail: olbns@easynet.fr

 

Un testimonio de la Costa de Marfil

Queridísimos amigos, en diciembre de 1998, cuando comenzaba mi primer año de catecumenado, conocí el Eco que me ayudó mucho en mi camino espiritual. A través de los mensajes de la Virgen y los diversos artículos del periódico, he aprendido a conocer a la Virgen, a amarla y a venerarla. Gracias a Ella descubro cada día el rostro de su Hijo y rezando el rosario medito todos los misterios de la vida de Jesús e intercedo con Mamá María por el mundo.
En todo momento descubro que Jesús está siempre presente y que está más cerca nuestro en las pruebas. He podido experimentar esto aquí en Costa de Marfil, cuando el Papa hizo Cardenal a Mons. Bernard Agré. La noche de Pascua recibiré el bautismo y estoy seguro de que será una verdadera efusión del Espíritu Santo. Ruego por vosotros, para que el Señor os dé el ciento por cien de todo el bien que hacéis por los lectores. Que el Señor os bendiga.
Kuoassi Kouaku Clément, Abidjan

 

20 Aniversario de las apariciones:
Una novena como regalo a María

Todos los grandes misterios de la salvación se preparan en el silencio. El silencio nos da la posibilidad de reconocer la Palabra y deja el espacio para la acción de la Gracia.
Los frailes de la parroquia de Medj. han escogido este camino, el camino del silencio, de la oración y de la adoración para preparar y celebrar a través de ellos el 20 aniversario de las apariciones de la Virgen. Con todo, manteniendo este espíritu, han preparado como regalo a la "Gospa" algo especial, en lo que se puedan unir todos sus hijos dispersos en el mundo: La oración con la Reina de la Paz.
Sólo la oración unida "por Cristo, con Cristo y en Cristo" desconoce fronteras de lenguas, países, distancias... Ésta nos vincula a todos en una unidad, la Iglesia de Cristo. Obtengamos con la oración, como la misma María nos dice, la verdadera paz y la reconciliación, la conversión del corazón. Sólo la oración tiene el poder de parar tanto las guerras armadas como las de la incredulidad y del miedo al futuro, así como las catástrofes naturales... La oración propuesta por los frailes es una NOVENA. Cada día se dedica a una intención particular por la que se rezan los Misterios Gloriosos del Rosario con la reflexión de textos preestablecidos (el primero es un fragmento del Evangelio; el segundo, un mensaje de la Virgen de los años pasados; el tercero, un fragmento del Catecismo de la Iglesia Católica).
Se han elegido los Misterios Gloriosos del Rosario para que, a través de la oración, nos podamos integrar en la liturgia de la parroquia de Medj., que los reza después de la Santa Misa vespertina.

Las intenciones son las siguientes:

1er día: oramos por los videntes
2° día: oramos por los sacerdotes que atienden el Santuario
3er día: oramos por los fieles de la parroquia
4° día: oramos por todos los responsables de la Iglesia
5° día:oramos por todos los peregrinos que han visitado Medjugorje
6° día: oramos por todos los peregrinos que visitarán Medjugorje
7° día: oramos por todos los grupos de oración y los centros inspirados en Medj. de todo el mundo
8° día: oramos por la realización de los mensajes y los frutos de Medj.
9° día: oramos por las intenciones de la Reina de la Paz.

El texto de la novena está en Internet, en la dirección del Santuario www.medjugorje.hr. La novena también se ha publicado en un librito, en croata, inglés, francés, alemán e italiano. El librito puede adquirirse en la tienda de recuerdos de la parroquia o encargarlo al Centro de informaciones a esta dirección: informacije@medjugorje.hr o bien al tel/fax 00387.36651988.
(de la corresponsal del Eco en Medj. Paula Jurcic)

 

"Los ojos de la Madre
se llenaron de alegría
al ver al Hijo resucitado
y, en Su rostro divino,
Ella fijó su mirada".

Si nuestros ojos buscan la presencia de Jesús vivo lo reconocerán al "partir el pan". No será vana nuestra espera de su espíritu, con María.

Que el Señor nos bendiga.

Don Alberto

Villanova M. 1 de mayo de 2001