Comentario del Mensaje, 25 de enero de 2007


¡Queridos hijos! Pongan la Sagrada Escritura en un lugar visible en su familia y léanla. Así conocerán la oración con el corazón y sus pensamientos estarán en Dios. No olviden que son pasajeros como una flor de campo, que se ve de lejos, pero desaparece en un instante. Hijitos, dondequiera que vayan, dejen un signo de bondad y amor, y Dios los bendecirá con la abundancia de su bendición. ¡Gracias por haber respondido a mi llamado!

La Virgen María nos ama y no desiste en llamar a sus hijos a la vida con Dios. Eso lo hace también en este mensaje suyo que comienza con las siguientes palabras: “Pongan la Sagrada Escritura en un lugar visible en su familia y léanla.” Estos llamados y palabras maternales nos son conocidos de sus mensajes anteriores en los cuales nos ha llamado a la lectura de la Sagrada Escritura. De esa misma forma, en enero del año pasado, María nos dice: “Hijitos, no olviden leer la Sagrada Escritura. Pónganla en un lugar visible y testimonien con su vida que creen y viven la Palabra de Dios.” En el mensaje del 25 de junio de 1991, María nos dice: “Hijitos, oren y lean la Sagrada Escritura, de tal manera que, por medio de mi venida, descubran en la Sagrada Escritura el mensaje para ustedes.” En el mensaje del 25 de agosto de 1993: “Queridos hijos, lean la Sagrada Escritura, vívanla y oren para comprender las señales de este tiempo.” En el mensaje del 25 agosto de 1996: “Hijitos, coloquen la Sagrada Escritura en un lugar visible en sus familias, léanla y vívanla.” En el mensaje del 25 de enero de 1999, nos dice: “Pongan la Sagrada Escritura en un lugar visible en sus familias. Léanla, medítenla y aprendan cómo Dios ama a su pueblo. Hoy también se manifiesta Su amor ya que me envía para llamarlos al camino de la salvación.” En el mes de junio de 1999, nos dice: “Los invito a que renueven la oración en sus familias leyendo la Sagrada Escritura, y que experimenten la alegría en el encuentro con Dios, quien ama a sus criaturas infinitamente.”

Muchas veces en sus mensajes maternales, la Virgen María nos ha dicho: “Queridos hijos, vivan mis mensajes y hagan vida cada palabra que les doy. Que estas palabras sean preciosas para ustedes porque vienen del Cielo. Hijitos, vivan alegremente los mensajes del Evangelio, que les estoy repitiendo desde que estoy con ustedes.”

Quizás en algún lugar de nuestro interior esperamos que la Virgen María nos explique aún más, interprete y nos haga más claros sus mensajes. Sin embargo, los mensajes de la Virgen no nos dan recetas para la felicidad. Ella ha venido a encauzar nuestra mirada hacia Jesús, quien es nuestro único Salvador y objetivo de vida. A fin de que podamos caminar por la vía de la conversión y de la salvación, Ella nos ayuda con su presencia, llamados y amor. Ella no ha venido a contarnos cuentos, a jugar con nosotros o a entretenernos. Nos ha venido a llamar a la verdad, a la luz y a la exigencia de la Palabra de Dios. Nos llama a que leamos y vivamos la Sagrada Escritura para que descubramos la fuerza vivificante de la Palabra de Dios que nos habla. El Espíritu Santo inspiró la Sagrada Escritura, y por eso la Sagrada Escritura rezuma con el Espíritu Santo. Eso lo descubrimos leyendo la Sagrada Escritura que impulsa y mueve nuestra voluntad hacia el bien, ilumina nuestra mente y los sentimientos de nuestro corazón. San Gregorio Magno se preguntaba: ¿Con qué se puede comparar la palabra de la Sagrada Escritura? Y respondió: “Ella se parece a un pedernal, que está frío cuando lo tenemos en la mano, pero cuando lo golpeamos con un hierro, saltan chispas de él y prende un fuego. Las palabras de la Sagrada Escritura permanecen frías si se comprenden de forma literal, pero cuando alguien las forja con atención, inspirado por el Espíritu Santo, producen un fuego místico.”

Solamente si nos apoyamos en la verdad de la Palabra de Dios, descubriremos la transitoriedad de nuestra vida y la seguridad de las palabras de Jesús: “El cielo y la tierra pasarán, mas mis palabras no pasarán.” (Mt 24,35) Escuchemos a la Virgen María por el bien nuestro y de nuestra vida.

Fr. Ljubo Kurtovic
Medjugorje, 26.01.2007


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Para que Dios pueda vivir en sus corazones, deben amar.

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