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www.medjugorje.ws » Eco de Maria Reina de la Paz » Eco de Maria Reina de la Paz 174 (Marzo-Avril 2004)

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Mensaje del 25 de enero de 2004:
“Queridos hijos, también hoy os invito
a orar. Orad, hijitos, de manera especial
por todos aquellos que no han conocido el
amor de Dios. Orad para que sus corazo-
nes se abran y se acerquen a mi corazón y
al corazón de mi Hijo Jesús, para que
podamos transformarlos en hombres de
paz y de amor. Gracias por haber respon-
dido a mi llamada.”
Hombres de paz y de amor
Un nuevo siglo, un nuevo milenio se
abren en la luz de Cristo. Pero no todos ven
esta luz. Nosotros tenemos la misión estu-
penda y exigente de ser su reflejo
. Así nos
exhorta el Santo Padre en la Novo Millenio
Ineunte
(n. 54) y María nos sugiere el modo
de ser el reflejo de la luz de Cristo: queridos
hijos, también hoy os invito a orar.
¡Qué
distinto es de nuestros métodos esta invita-
ción de María! ¿Puede la oración resolver los
problemas del hombre? Mucho puede la ora-
ción del justo hecha con insistencia
(St 5, 16)
y María insiste en pedirnos oración. No para
que nos evadamos de nuestras responsabili-
dades, sino para hacernos cargo de ellas con
sabiduría consciente.
No para delegar la solución de nuestros
problemas a un Dios lejano, sino para sacar
en Él y de Él la luz necesaria. Orar es dejar-
se alcanzar por Dios en una relación concre-
ta y vital, capaz de transformar, día tras día,
nuestra vida y la de los demás. Y esta trans-
formación no alcanza sólo a aquellos que
están físicamente cerca de nosotros sino a
todos aquellos a los que encontramos en
Cristo, aunque estén lejos de nosotros en el
espacio y en el tiempo.
Orad, hijitos, de manera especial por
todos aquellos que no han conocido el
amor de Dios.
La oración es un canal a tra-
vés del cual fluye el amor de Dios y nosotros
hoy estamos invitados a permitir que este
amor alcance a todos aquellos que no lo
han conocido.
Se trata de aquellos que
nunca han oído hablar de Dios (y éstos qui-
zás son pocos) pero también de aquellos que
más o menos conscientemente han rechaza-
do este Amor (y éstos son ciertamente
muchos y, quizás, entre ellos estamos tam-
bién incluidos nosotros).
Orad para que sus corazones se abran
y se acerquen a mi corazón y al corazón
de mi Hijo Jesús.
No se trata de pedir algu-
na gracia, de obtener algún favor celeste,
sino la apertura del corazón, el abandono a
Dios tan pedido por María. Se trata de obte-
ner la conversión real y total que acerque
cada vez más el corazón del hombre a los de
Jesús y María y que les permita transfor-
marse en hombres de paz y de amor.
Nuestro mundo comienza el nuevo mile-
nio cargado de las contradicciones de un
crecimiento económico, cultural, tecnológi-
co, que ofrece a unos pocos privilegiados
grandes posibilidades, dejando a millones y
millones de personas no sólo en los márge-
nes del progreso, sino atrapados en condi-
ciones de vida muy por debajo del mínimo
debido a la dignidad humana.
En este esce-
nario tan realista delineado por el Santo
Padre (Novo millenio ineunte, n. 50) es en
cualquier caso necesario y urgente ser hom-
bres de paz y de amor.
No basta con decir alguna oración, par-
ticipar en alguna vigilia. Es absolutamente
necesario ser el reflejo de la luz de Cristo en
el mundo de hoy, dejarse transformar por Él,
dejarse vivir por Él. Hay que recibir de
AQUEL QUE ES nuestro SER. No decir o
hacer,
sino ser. Ser hombres de paz y de
amor
para que Su Amor, Su Paz lleguen a
cada hombre, a cada mujer, a cada criatura
viviente. Ser hombres de paz y de amor
para testimoniar que Cristo está vivo y pre-
sente hoy en el mundo, que está siempre
dispuesto a enjugar cualquier lágrima, a
sanar cualquier herida.
Para decir a todos, con la vida más que
con las palabras, que Dios se inclina sobre
el pequeño y el necesitado, que abraza la
víctima pero no desprecia al perseguidor.
Entreguemos a María nuestras vidas para
que en el mundo triunfen la paz y el amor.
Paz y gozo en Jesús y María.
Nuccio Quattrocchi
Mensaje del 25 de febrero de 2004:
“Queridos hijos, también hoy, como
nunca antes, os invito a abrir vuestros
corazones a mis mensajes. Hijitos, sed de
los que atraen las almas a Dios y no los
que las alejan. Yo estoy con vosotros y os
amo a todos con un amor especial. Éste es
un tiempo de penitencia y de conversión.
Desde lo profundo de mi corazón os invi-
to: sed míos con todo el corazón y enton-
ces veréis que vuestro Dios es grande por-
que os dará abundancia de bendiciones y
de paz. Gracias por haber respondido a
mi llamada.”
Como nunca antes
Lo que pasó en tiempo de Noé pasará
también en el tiempo del Hijo del hombre;
comían, bebían y se casaban ellos y ellas
hasta el día que Noé entró en el arca; enton-
ces llegó el diluvio y acabó con todos. Lo
mismo sucedió en tiempo de Lot: comían,
bebían, compraban, vendían, sembraban y
construían; pero el día que Lot salió de
Sodoma llovió fuego y azufre del cielo y
acabó con todos. Así sucederá el día en que
se manifieste el Hijo del Hombre.
(Lc 17, 26-
30). Y también: aquellos galileos cuya sangre
Pilato había mezclado con la de sus sacrifi-
cios no eran más pecadores que los demás;
ni aquellos dieciocho que murieron aplasta-
dos por la torre de Siloé eran más culpables
que todos los habitantes de Jerusalén. Pero,
si no os convertís
– dice el Señor – todos
vosotros pereceréis también
(Lc 13, 1-5).
Enfrascados en las tareas humanas es
fácil el riesgo de ser arrollados, morir. Si no
creéis que Yo soy, moriréis en vuestros peca-
dos,
dice Jesús (Jn 8, 24b). Creer en Jesús no
significa saber que Él es; satanás sabe esto
mejor que nosotros. Creer en Él significa
vivir con Él, de Él. María nos invita a este
encuentro y Su invitación es hoy más acu-
ciante y apremiante que nunca: también hoy,
como nunca hasta ahora, os invito a abrir
vuestros corazones a mis mensajes.
Ella,
nuestra Arca de la Alianza, aún nos espera.
Las puertas de Su Corazón están siempre
abiertas, pero ¿se nos permitirá a nosotros
poderlas atravesar? Hoy ciertamente sí, esta-
mos todavía a tiempo: sois míos; ¿pero
mañana? Éste es un tiempo de penitencia y
de conversión,
tiempo cuando menos propi-
cio para enmendarse y volver a la casa del
Padre (Lc 15, 11-32). Convertios y abando-
nad todas vuestras iniquidades,... Liberaos
de todas las iniquidades cometidas y formaos
un corazón nuevo y un espíritu nuevo...
Convertios y viviréis
(Ez 18, 30b-32).
También nosotros como nunca antes
queremos estar disponibles, oh Madre, para
acoger Tu invitación. Queremos ser Tuyos
con todo el corazón,
completamente Tuyos,
sin reservarnos nada para nosotros. Que el
Espíritu Santo atraviese cada parcela de
nuestra persona, para transformarlo todo,
No se haga mi voluntad,
sino la Tuya.
(Lc 22, 42)
Marzo - abril 2004 - Editado por: “Eco de Maria”, C.P.
27 31030 Bessica (TV)
(Italia) Tel/ fax (39) 0423.470331
A. 20 N° 3-4 - Esp. Ab. Post., art. 2, com. 20/c, leg. 662/96 filial de MN - Autor. Trib. MN: 8.11.86
174
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El ayuno
fruto del amor
Quien escribe ciertamente no tiene la
estatura ni la fama de un gran asceta sino
que, como tantos, es muy débil y ante el
ayuno cuaresmal o ante las peticiones de la
Reina de la Paz de ayunar a pan y agua el
miércoles y el viernes, se pregunta: “¿cómo
es posible? ¿Lo conseguiré?”, o quizás está
un poco desanimado porque los distintos
intentos han naufragado miserablemente.
Ciertamente la propuesta del ayuno, en
nuestro tiempo, tiene un valor distinto del
que tuvo en el pasado,
ya sea porque ciertas
asperezas del pasado son impensables hoy –
pues hoy todos somos mucho más débiles –
ya sea porque sentimos que la penitencia cor-
poral debe ir acompañada de una mayor aten-
ción a la dimensión interior y espiritual, tal
como ya pedía el Señor a través del profeta
Isaías (Is 58, 1-10). Pero esto no quita ni el
valor ni la posibilidad del ayuno en general o
del ayuno que pide la Bienaventurada Virgen
María en Medjugorje; si no Ella misma no
nos lo habría pedido.
Indudablemente también para noso-
tros hoy el ayuno encierra en sí algunos
valores
hacia los que estamos muy sensibili-
zados: la búsqueda de la esencialidad frente
al consumismo desenfrenado, el cuidado y el
respeto al propio cuerpo demasiado enmara-
ñado de tantas cosas, la necesidad de una
mayor libertad de espíritu frente a las atadu-
ras de las cosas terrenas, el compartir con los
pobres que ayunan obligados por la miseria.
Además de tener un valor el ayuno es
una posibilidad real. Quizás lo hemos
experimentado un poco todos: si una perso-
na quiere una cosa, la hace… Pero son nece-
sarios algunos cuidados. El ayuno propuesto
por la Reina de la Paz no es obligatorio, es
una “cálida invitación” a unirse voluntaria-
mente a los sufrimientos y a la muerte de
Jesús en la cruz para la salvación de los
hombres, para refrenar el odio y la violencia,
el pecado y la muerte. Ni el Señor ni la
Virgen María nos miran mal si no ayuna-
mos, porque el problema no es tanto la omi-
sión en el ayuno, sino el hecho de que aún
estamos espiritualmente inmaduros…
Todavía no hemos madurado en nuestra
mente la necesidad de unirnos a la Cruz de
Cristo porque no somos suficientemente
conscientes, como Jesús y María, de la gra-
vedad del pecado presente en el mundo.
El ayuno, pues, no es fruto de un
esfuerzo voluntarista destinado a durar
un poco y a entristecernos;
pero tiene sus
tiempos y sus modos, que en la tradición del
Antiguo Testamento (Dt 9, 9.18) y en los
tiempos de Jesús (Mt 4, 1-2) eran bien cono-
cidos, al igual que en la praxis cristiana
ascética de siempre (Hch 13, 3) y que noso-
tros tenemos que redescubrir para vivir bien.
Si obramos de otro modo no estamos muy
lejos del ayuno y de la “justicia” de los fari-
seos a la que se refiere Jesús: “Cuando ayu-
nes, perfúmate la cabeza y lávate la cara,
para que tu ayuno lo note, no la gente, sino
tu Padre, que está en lo escondido; y tu
Padre, que ve en lo escondido, te recompen-
sará”
(Mt 6, 16-18).
El ayuno es un don de gracia que se
recibe con la vida nueva en Cristo, entre-
gada a nosotros en el bautismo.
Es expre-
sión de la “vida según el Espíritu”, obra de
la nueva criatura que ha sido generada en
nosotros, que hace morir al hombre viejo
Juan Pablo II:
En la Cuaresma
pensemos en los niños
“Con el sugerente rito de la imposición
de la Ceniza, comienza el tiempo sagrado de
la Cuaresma, durante el cual la liturgia
renueva en los creyentes el llamamiento a
una conversión radical, confiando en la
misericordia divina”. Con estas palabras
comienza el mensaje que el Santo Padre ha
escrito para acompañar nuestro camino cua-
resmal, inspirado en un tema cuando
menos actual: los niños.
“El que reciba a un niño como éste en mi
nombre, a mí me recibe” (Mateo 18,5); este
tema – continúa el Papa - ofrece la oportuni-
dad de reflexionar sobre la condición
de los niños, que también hoy en día
el Señor llama a estar a su lado y los
presenta como ejemplo a todos aque-
llos que quieren ser sus discípulos.
Las palabras de Jesús son una
exhortación a examinar cómo son
tratados los niños en nuestras
familias, en la sociedad civil y en la
Iglesia.
Asimismo, son un estímulo
para descubrir la sencillez y la con-
fianza que el creyente debe desarro-
llar, imitando al Hijo de Dios, el cual
ha compartido la misma suerte de los
pequeños y de los pobres.
Jesús amó a los niños y fueron
sus predilectos “por su sencillez, su
alegría de vivir, su espontaneidad y su fe
llena de asombro”. Ésta es la razón por la
cual el Señor quiere que la comunidad les
abra el corazón y los acoja como si fueran Él
mismo: “El que reciba a un niño como éste
en mi nombre, a mí me recibe”
. Junto a los
niños, el Señor sitúa a los “hermanos más
pequeños”, esto es, los pobres, los necesita-
dos, los hambrientos y sedientos, los foraste-
ros, los desnudos, los enfermos y los encar-
celados. Acogerlos y amarlos, o bien tratar-
los con indiferencia y rechazarlos, es como si
se hiciera lo mismo con Él, ya que Él se hace
presente de manera singular en ellos.
En los años de su vida pública, repitió
con insistencia que solamente aquellos que
se hubiesen hecho como niños podrían
entrar en el Reino de los Cielos
. En sus
palabras, el niño se convierte en la imagen
elocuente del discípulo llamado a seguir al
Maestro divino con la docilidad de un niño:
“Así pues, quien se haga pequeño como este
niño, ése es el mayor en el Reino de los
Cielos”
(Mt 18, 4).
“Hacerse” pequeños y “acoger” a los
pequeños: son dos aspectos de una única
enseñanza, que el Señor renueva a sus discí-
pulos en nuestro tiempo. Sólo aquél que se
hace “pequeño” es capaz de acoger con
amor a los hermanos más “pequeños”.
Pienso con grata admiración en todos los
que se hacen cargo de la formación de la
infancia en dificultad, y alivian los sufri-
mientos de los niños y de sus familiares cau-
sados por los conflictos y la violencia, por la
falta de alimentos y de agua, por la emigra-
ción forzada y por tantas injusticias existen-
tes en el mundo.
Junto a toda esta generosidad, debemos
señalar también el egoísmo de quienes no
“acogen” a los niños. Hay menores profun-
damente heridos por la violencia de los
adultos
: abusos sexuales, instigación a la
prostitución, al tráfico y uso de drogas,
niños obligados a trabajar, enrolados para
combatir, inocentes marcados para siempre
por la disgregación familiar, niños pequeños
víctimas del infame tráfico de órganos y per-
sonas. ¿Y qué decir de la tragedia del SIDA,
con sus terribles repercusiones en África?
De hecho, se habla de millones de personas
azotadas por este flagelo, y de éstas, muchí-
simas contagiadas desde el nacimiento. ¡La
humanidad no puede cerrar los ojos ante un
drama tan alarmante!
¿Qué mal han cometido estos niños
para merecer tanto sufrimiento? Desde
una perspectiva humana no es sencillo, es
más, resulta imposible responder a esta pre-
gunta inquietante. Solamente la fe nos ayuda
a penetrar en este profundo abismo de dolor.
Haciéndose “obediente hasta la muerte y
muerte de cruz”
(Fil 2,8), Jesús ha asumido
el sufrimiento humano y lo ha iluminado
con la luz esplendorosa
de la resurrección. Con
su muerte, ha vencido
para siempre la muerte.
Queridos hermanos y
hermanas – concluye el
Pontífice en su mensaje -
iniciemos con confianza
el itinerario cuaresmal,
animados por una más
intensa oración, peniten-
cia y atención a los nece-
sitados. Que la Cuaresma
sea ocasión útil para
dedicar mayores cuida-
dos a los niños en el pro-
pio ambiente familiar y
social: ellos son el futuro de la humanidad.
Con la sencillez típica de los niños nos
dirigimos a Dios llamándolo, como Jesús
nos ha enseñado, “Abbá”, Padre, en la ora-
ción del Padrenuestro ¡Padre nuestro!
Repitamos con frecuencia a lo largo de la
Cuaresma esta oración
. Llamando a Dios
“Padre nuestro”, nos daremos cuenta de que
somos hijos suyos y nos sentiremos herma-
nos entre nosotros. De esta manera, nos
resultará más fácil abrir el corazón a los
pequeños, siguiendo la invitación de Jesús:
“El que reciba a un niño como éste en mi
nombre, a mí me recibe”.
renovarlo todo, orientarlo todo en gloria y
alabanza de Dios. Obtennos, Madre, que
sepamos ofrecer nuestra vida,
con alegría,
con naturalidad, con extrema sencillez.
Obtennos el abrazo de Jesús, un abrazo tan
estrecho que nos haga desaparecer en Él y
así resultar en Cristo un único Hijo en la pre-
sencia del Padre.
Oh Madre, no es por desear nuestra glo-
ria que nosotros Te invocamos así, sino sólo
para poder estar en la presencia del Padre y
hacer lo que a Él le agrada (Jn 8, 29). Tú
misma nos pides que seamos de los que lle-
ven las almas a Dios y no los que las ale-
jan.
¿Cómo serlo si Cristo no vive en noso-
tros? Tú estás con nosotros y nos amas a
todos con un amor especial
y esto encien-
de nuestra esperanza. Obtennos el perdón de
nuestros pecados para que nuestra descon-
fianza se transforme en fe, cada espera en
esperanza, nuestra vida en amor (Jn 15, 13).
Desde lo profundo del corazón de María
nos llega una invitación y una promesa: sed
míos con todo el corazón y entonces veréis
que vuestro Dios es grande porque os
dará abundancia de bendiciones y de paz.
Nosotros testimoniamos que esta promesa
Tuya, oh Madre, es ya una realidad y te
damos gracias por Tu obra de salvación.
N. Q.
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con todas sus exigencias y ambiciones y
hace nacer al hombre nuevo, capaz de vivir
no sólo de pan sino de toda palabra que sale
de la boca de Dios.
Hay otro pasaje del Evangelio donde los
fariseos enojados reprenden a los discípulos
de Jesús porque no ayunan. Jesús responde
que no es el momento, que todavía no están
preparados; aún están en la fase en la que
necesitan sentir cerca suyo la presencia del
“Esposo” (Jesús mismo) y de gustar la fies-
ta del reino que está llegando. Luego cono-
cerán la cruz (el Esposo les será quitado) y
entonces serán capaces de ayunar. Parece
que Jesús quiera decir que también para el
ayuno es necesaria una pedagogía y una gra-
dualidad.
El ayuno forma parte de esta vida
nueva del cristiano y es fruto del amor. Si
aún no eres una criatura nueva, madura, no
puedes pretender de ti mismo lo que no pue-
des dar. No puedes saltar dos metros si aún
no eres capaz de saltar veinte centímetros.
Es capaz de ayunar quien es capaz de amar,
porque es capaz de sacrificarse por la perso-
na amada sólo quien ama auténticamente. Es
capaz de amar quien ha comprendido el
amor de Jesucristo Crucificado por nosotros
y lleva en su interior el amor auténtico hacia
los demás. Pero también aquí es necesario
un amor puro, no comercial: “Yo te doy…tú
me das…”,
o un amor que teme a Dios.
En el Evangelio se habla de un fariseo
que ayuna dos veces a la semana, con todas
las cartas en regla ante la Ley, pero que no
está “justificado”, es decir, no entra en comu-
nión de vida con Dios porque aquel ayuno le
sirve sólo para alardear de sus méritos y juz-
gar con desprecio a los demás (Lc 18, 9-14).
Dios no necesita nuestros sacrificios; éstos
nos benefician a nosotros porque nos abren a
Él y a su vida en nosotros. Dios no nos impo-
ne nada, no nos controla. Por esto quien
ayuna debe hacerlo por amor, no por miedo
de gustar a Dios y de no gozar de sus favores
y no obtener las gracias pedidas.
Dios sabe esperar y ama y respeta
también a quien aún no es capaz de ayu-
nar.
Por lo demás, la Iglesia, que medita en
el rostro misericordioso de Dios, oficial-
mente pide poquísimo el ayuno: apenas dos
veces al año – el Miércoles de Ceniza y el
Viernes Santo – pero no se cansa de propo-
ner a sus hijos un estilo de vida sobrio y
desapegado de las cosas terrenas.
El ayuno, pues, es don de Gracia, por
esto no hay ayuno sin oración; porque la
Gracia no viene de nosotros sino que es un
don que se pide en la oración insistente. Y
aunque fuese posible, el ayuno sin la oración
sería sólo un hecho biológico. De hecho hay
mucha gente que hace muchos sacrificios
para adelgazar y mantenerse en forma físi-
ca… pero esto no tiene nada que ver con el
ayuno cristiano. ¡Este tipo de ayuno puede
hacerlo también un ateo!
El ayuno cristiano exige también la
oración, no sólo porque ésta nos obtiene del
Señor la fuerza para renunciar a la comida,
sino porque expresa sobre todo el amor que
te impulsa a ayunar. Cuando estamos ante
Jesús crucificado para meditar su Pasión,
vemos cómo desaparece el apetito. Al igual
que cuando contemplamos los sufrimientos
de María y nos hacemos cargo, como Ella,
de las ruinas que satanás provoca en las
almas, en las familias y en el mundo… ya no
sentimos el hambre. Otras cosas se convier-
ten en más importantes y se siente dentro
una libertad interior que ensancha el corazón
y que, incluso sin comer, hace que te sientas
bien y te hace sentir sereno y en paz contigo
mismo y con los demás.
Los demás: cuando te sientes más cerca
del Corazón de Dios, cuando en ti viven los
mismos sentimientos del Corazón Inmacu-
lado de María, sientes que puedes hacer
alguna cosa por los demás: ellos se convier-
ten en alguien más importante que tú, que
tus preocupaciones y necesidades. Querrías
hacer alguna cosa, querrías hacerlo todo por
ellos, especialmente por los que más quieres
y los que más sufren. Pero también en este
caso viene a tu encuentro la Palabra del
Señor: “Algunos demonios se vencen sólo
con el ayuno y la oración”
(Mt 17, 21).
¡Ánimo pues! Pidamos al Señor, por interce-
sión de la Bienaventurada Virgen María, la
gracia del ayuno cristiano y nos será dado
(cfr Mt 7, 7-11).
Don Nicolino Mori
Con las manos
bañadas de Pasión
Aquellas manos clavadas. Aquellas
manos heridas. Aquellas manos contraídas
por el espasmo de un dolor más allá de todo
límite, mientras el hierro del clavo lacera las
carnes aún vivas.
Manos de un Dios que las ha querido para
bendecir, para acariciar, para sanar, para indi-
car el camino. Manos consagradas del Cristo
– el Ungido del Padre – enviado a la tierra
para ejercer un sacerdocio destinado a llevar
la salvación definitiva y el rescate. El único
capaz de abrir al hombre las puertas del
Reino, consumando su propio sacrificio sobre
un altar de madera clavado en el Calvario.
En el primer misterio doloroso contem-
plamos las manos juntas de Jesús en ora-
ción implorante.
Acababan de realizar gestos solemnes,
destinados a ser rememorados perennemen-
te. Habían partido el pan, lo habían bendeci-
do y luego distribuido a los comensales,
hambrientos de amor y de verdad. Pero antes
de consagrar la mesa, aquellas mismas
manos habían tocado sus pies; lavados y
secados, en un humildísimo gesto de sumi-
sión y de servicio. Frías ahora por el rigor de
la noche, están allí, unidas, aferradas una a
la otra, en un acto extremo de pura humani-
dad: “Padre mío, si es posible, aparta de mi
este cáliz”
(cf Mt 26, 39).
Permanecen así un largo rato, en el oscu-
ro huerto de Getsemaní. Bañadas de dolor y
de pasión, o mejor de dolor apasionado por
los hombres de todos los tiempos a quien el
Cristo espera llegar ahora con su grito.
Pero en la entrega, su victoria... En el
segundo misterio doloroso contemplamos,
de hecho, cómo Dios entrega a los hombres
sus manos para ser atado a una columna.
Con sencillos gestos bendicientes habían
liberado a muchos hombres de enfermeda-
des, de espíritus inmundos y del pecado.
Habían abierto los ojos a los ciegos y los
oídos a los sordos, restituyéndoles la liber-
tad y la dignidad. Habían absuelto adúlteras
y condenado a sus acusadores, escribiendo
sencillamente en la arena sus culpas.
Anudadas en un lazo, sus manos aprisio-
nan ahora el movimiento de un cuerpo
entregado a los flagelos. Convertidas en
impotentes por la prepotencia, acogen dócil-
mente las culpas que, inexorablemente,
transforman los miembros en jirones.
En el tercer misterio doloroso contem-
plamos las manos inermes de Jesús, inde-
fensas ante las ofensas.
Una lluvia de otras manos se abate sobre
él: lo empujan, lo abofetean, lo desnudan...
Manos enloquecidas, manos violentas,
manos inquietas. Manos de gente pagana,
engañada por su misma ignorancia.
Pero no hay razón de tanto bullicio para
el Cordero directo al matadero. A él no se le
admiten réplicas: es la hora de la manse-
dumbre. No intenta defenderse. No usa sus
manos para ofender, ni para sacarse de la
cabeza aquella maraña de espinas que pre-
tenden matar sus pensamientos. Las deja así,
abandonadas, desarmadas; y aún cargadas
de mucha compasión.
En el cuarto misterio doloroso contem-
plamos las manos del carpintero de
Nazaret estrechar el madero de la Cruz.
Lo coge con todos los dedos. Lo agarra
con experiencia. Percibe las fibras de la cor-
teza, la sucesión de los nudos, la resina aún
pegada. Muchas veces habían pasado entre
sus manos en forma de tacos y cuñas, lo
había modelado para hacer mesas, sillas o
humildes arneses para la vida de los hom-
bres. Había heredado el oficio de su padre,
José, y de él había también aprendido a dis-
tinguir el perfume de un acero, de un nogal,
de un fresno. Había amado y respetado los
secretos de un arte que servía, en su senci-
llez, a dar alegría a la gente.
Quizás el tronco que ahora le oprime los
hombros pertenecía a un árbol nacido expre-
samente para esto: convertirse en su estan-
darte y trono de realeza. Desconocido el
nombre de quien lo había plantado; conoci-
do el nombre de quien iba a ser plantado
sobre él. I.N.R.I. sus iniciales. Pronto se
expondrán bien a la vista, para que todo el
mundo pueda reconocerlo.
“Cuando sea elevado sobre la tierra atra-
eré todos hacia mí” (cfr. Jn 12,32), había
dicho un día. Palabras lejanas, recuerdo de
una predicación en la orilla del lago, que
ahora están a punto de convertirse en reali-
dad. Un paso más y lo consigues – susurra
escondida una voz en su corazón – no sueltes
este madero bendito que la tierra ha hecho
crecer para ti, hijo de David. Tus dedos perci-
ben la dureza del madero y lloran la dureza de
los corazones que te van a crucificar. Como
madero arrancado a la tierra, déjate quemar
por ellos y el calor de tu amor los salvará.
Ha llegado a la meta. Casi todo está
cumplido. En el quinto misterio doloroso
contemplamos las manos de Jesús clavadas
a la cruz.
Abiertas, sangrantes, definitivamente blo-
queadas...Cumplido. El hombre ha consegui-
do, en su soberbia, inmovilizar a Dios, y toda-
vía no entiende que Dios había nacido preci-
samente para darle la libertad. Sin embargo el
hombre no lo quiso comprender aquel día en
el que se sintió amenazado en su sed de
poder, por quien le proponía la impotencia
como única arma posible. No, no podemos
arriesgarnos. No hay tiempo que perder...
¡Paremos sus manos! Y aún no comprende,
pobre hombre, que precisamente con aquellas
manos abiertas, colocadas como cima de los
brazos abiertos, Cristo está ahora elevando al
Padre toda la humanidad. Sumo sacerdote,
Cordero inmolado y sin mancha, con su san-
gre está lavando nuestro pecado. Mientras
María, debajo de Él, recoge cada gota.
Stefania Consoli
Mistérios Dolorosos
3
Eco 174
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Noticias de la tierra bendita
Los dones “extraordinarios”
del p. Tomislav Vlasic
Es importante que quien quiere progre-
sar en la vida espiritual tenga siempre pre-
sente la esencia, el desarrollo y la totali-
dad
de su recorrido personal. Cada uno de
nosotros está creado a imagen y semejanza
de Dios, una identidad que el Señor desea
hacer madurar en una relación viva con Él.
Somos como el capullo de una flor que, si se
riega con la Gracia del amor de Dios, se
desarrolla según Su plan. Cada uno tiene su
crecimiento personal, pero es importante
que sepamos cómo caminar, con seguridad,
hacia lo que es esencial, para alcanzar la
realización plena de toda nuestra existencia.
En el camino espiritual ocurre a
menudo que las personas ponen el énfasis
en las experiencias extraordinarias,
ya sea
a nivel humano o espiritual. Sin embargo,
todo lo que es extraordinario para el hombre
no lo es necesariamente para Dios. De
hecho, la experiencia extraordinaria en sí
misma no constituye una entrada automática
en el reino de los cielos, sino que más bien
puede ser un obstáculo. Lo que es extraordi-
nario a nuestros ojos debe ceder el puesto a
lo que es extraordinario para Dios; y para Él
lo más extraordinario es la vida de la
Santísima Trinidad que vive en nosotros.
Las experiencias extraordinarias pue-
den convertirse fácilmente en una religio-
sidad a buen precio;
experiencias a las que
damos mil vueltas, o que se convierten en
una especie de adorno espiritual bajo el que
se esconden personas inmaduras, incomple-
tas, o incluso personas que no desean una
conversión real. Todo esto es muy peligroso.
San Pablo en la primera carta a los
Corintios escribe que nos quiere mostrar
un “camino mejor que todos”.
Es el Amor
de Dios, un amor que supera cualquier amor
humano. De hecho, mientras éste está cons-
tituido por tantas “cosas extraordinarias”, el
amor divino es pura armonía, perfección,
omnipotencia: “El amor es paciente, es afa-
ble; el amor no tiene envidia, no se jacta ni
se engríe, no es grosero ni busca lo suyo, no
se exaspera ni lleva cuentas del mal, no
simpatiza con la injusticia, simpatiza con la
verdad. Disculpa siempre, se fía siempre,
espera siempre, aguanta siempre. La cari-
dad nunca acabará.”
(1 Cor 13, 4-8).
Si miramos atentamente la descrip-
ción del amor hecha por san Pablo, vemos
en ella a una persona armónica, completa y,
al mismo tiempo, inmersa en el Espíritu de
Dios. De hecho, todas estas expresiones
sobre el amor no son más que los frutos del
Espíritu Santo, que en nosotros se traducen
en auténticas gracias.
Recuerdo a este propósito una experien-
cia que para mí fue muy significativa. Me la
explicó un día la pequeña Jelena Vasilj, des-
pués de haber tenido un encuentro con la
Virgen. Jelena había visto interiormente una
flor; todos los pétalos estaban frescos, sanos,
unidos entre ellos. Era una bella flor. La
Virgen entonces le dijo: “Mira, cuando un
alma es como esta flor, cuando en ellas todas
las virtudes están sanas, frescas, unidas
entre ellas, entonces satanás no puede coger
la flor, nadie puede hacerlo, porque aquella
flor pertenece completamente a Jesús”.
Si una persona permite que Dios sea
en ella lo único esencial, Él podrá dirigir
libremente cualquier experiencia según la
necesidad, el ritmo y la misión de la persona,
que Dios conoce muy bien. A la persona sólo
le queda permanecer abierta, como María,
para acoger todo lo que Dios le da; partici-
pando en su iniciativa y dejando que Dios
promueva en ella la voluntad y la acción.
Cuando en cambio nos concentramos
demasiado en las experiencias extraordi-
narias
(según el criterio humano) y dirigi-
mos nuestras capacidades sólo en aquel sen-
tido, nos bloqueamos fácilmente en torno a
ellas y las utilizamos para realizar nuestros
deseos. Entonces, a través de nuestro yo,
satanás se insinúa mordiendo la flor de
nuestra vida y sacándole la frescura y la
armonía, hasta marchitarla.
La Sagrada Escritura viene en nues-
tra ayuda para comprender mejor estos
conceptos;
en particular la segunda carta de
san Pedro apóstol: “Su divino poder, al dar-
nos conocimiento de aquel que nos llamó
con su divino esplendor y potencia, nos ha
concedido lo necesario para la vida y la pie-
dad. Con eso nos ha concedido también los
inapreciables y extraordinarios bienes pro-
metidos, que os permiten escapar de la
ruina que el egoísmo causa en el mundo y
participar de la naturaleza de Dios.”
Dios ha previsto pues que cada uno de
nosotros entre a formar parte de su natu-
raleza divina.
Por esto San Pedro continúa:
“Precisamente por eso poned todo empeño
en añadir a vuestra fe la virtud; a la virtud,
el conocimiento; al conocimiento, el domino
de sí; al dominio de sí, la constancia; a la
constancia, la piedad; a la piedad, el cariño
fraterno; al cariño fraterno, el amor. Estas
cualidades, si las poseéis y van creciendo,
no permiten ser remisos e improductivos en
la adquisición del conocimiento de nuestro
Señor, Jesús Mesías. El que no las tiene es
un cegato miope que ha echado en olvido la
purificación se sus antiguos pecados. Por
eso, hermanos, poned cada vez más ahínco
en ir ratificando vuestro llamamiento y elec-
ción. Si lo hacéis así, no fallaréis nunca, y
os abrirán de par en par las puertas del
reino eterno de nuestro Señor y Salvador,
Jesucristo”
(2 Pe, 3-11).
¿Qué es extraordinario para nuestra
vida? Es extraordinaria la resurrección de
Jesucristo. Es extraordinaria su Ascensión,
con la que ha llevado al Padre nuestra natura-
leza humana. Es extraordinaria también la
Asunción de la Bienaventurada Virgen María
al Cielo, que la ha inmerso en alma y cuerpo
en la vida de la Santísima Trinidad. Éste es el
camino y ésta es la meta para todos nosotros.
En este camino el ideal más grande
para nosotros es María Santísima. Tanto
en el Evangelio como en las apariciones y
en las experiencias místicas, Ella nunca se
manifiesta de un modo “extraordinario” –
como en cambio esperan los hombres -.
María se muestra sencilla, humilde, obe-
diente. En el centro de cada manifestación
suya siempre está Dios, mientras ella per-
manece como la esclava.
La Virgen sólo desea introducirnos en una
relación más plena con Dios, para que noso-
tros podamos tener la plenitud de vida,
aquella misma plenitud que le hizo cantar un
día: “Mi alma magnifica al Señor…”
Es muy importante que nuestra espi-
ritualidad asuma este carácter sencillo y
vital,
de modo que nuestra oración se haga
vida, y nuestra vida sea una oración; y
ambas nos lleven a vivir en comunión con
Dios. Si vivimos así, cada día descubrire-
mos verdaderos y auténticos milagros, y
comprenderemos que no hay nada más
extraordinario que un Dios que ha decidido
vivir en el corazón de cada hombre.
Padre Ljubo:
¡La Virgen ha venido aquí
antes que yo!
El P. Ljubo Kurtovic es capellán en
Medjugorje desde hace tres años y ha susti-
tuido al p. Slavko en varias tareas, entre las
cuales está el comentario al mensaje mensual
y los encuentros con los peregrinos que visi-
tan el santuario. De uno de estos testimonios
suyos – grabado por Alberto Bonifacio –
hemos extraído algunas reflexiones, útiles
para comprender la actualidad de la presen-
cia de María, hoy, entre sus hijos.
“La Virgen ha venido aquí mucho antes
que yo,
hace más de 22 años…
Naturalmente el Medjugorje de hoy no es
como el de los inicios, pero la Virgen es la
misma, al igual que su amor materno ha per-
manecido el mismo… tampoco sus palabras
han sido cambiadas. Nosotros podemos, y
debemos, cambiar y mejorar, pero la Virgen
no necesita cambiar.
Si viésemos a la Virgen ya no creeríamos
Los videntes ven a la Virgen en tres
dimensiones: pueden tocarla, oírla, hablar
con Ella tal como nosotros hablamos unos
con otros. Ver a la Virgen con los ojos es
ciertamente una gracia, un gran don, pero
cuando los videntes preguntaron a la Gospa
por qué no se aparece a todos, Ella les res-
pondió con palabras bíblicas:
“Bienaventurados los que crean sin haber
visto”
(Jn 20, 29). Nosotros podemos pensar
que si viésemos a la Virgen creeríamos más;
pero la fe no entra por los ojos, la fe está en
la dimensión del corazón y del espíritu. Se
puede encontrar, experimentar y también
amar a la Virgen muy profundamente sin
verla a través de los ojos del cuerpo.
La Virgen aquí en Medjugorje
no nos revela nada nuevo
No satisface nuestra curiosidad, no pre-
dice el futuro, no nos asusta, sino que senci-
llamente nos dirige unas invitaciones.
Medjugorje hoy es un signo manifiesto de
que Dios está buscando al hombre, porque el
hombre tiene necesidad de Él. Medjugorje
es la voz del Dios del Edén que dice a Adán:
“¿Dónde estás? Hombre, ¿por qué te escon-
des de mí? ¿Por qué me temes?” No debe-
mos pues esperar conocer aquí algo nuevo,
sino que debemos comenzar a vivir lo que ya
sabemos.
Algunos sostienen que el cristianismo
hoy está en crisis. No es verdad en absoluto,
son los cristianos los que están en crisis, por-
que el cristianismo no es una ideología, sino
una persona. Y a todos los que dicen que el
cristianismo está envejecido y no tiene ya
nada que aportar a este mundo, yo le diría
que en realidad el cristianismo aún no ha
sido descubierto, no ha sido descubierta su
fuerza, la fuerza de Jesús.
Jesús puede decirnos a todos nosotros
cristianos, como le dijo a Felipe: “¡tanto
tiempo con vosotros y aún no me conocéis!”
La Virgen ha venido aquí para que nosotros
conozcamos mejor quién es Jesús, porque
sólo así nos podremos conocer mejor a
nosotros mismos.
Dios y la Virgen han venido a buscarnos
porque nos aman
En general nosotros rezamos a Dios,
pero me atrevería a decir que también Dios
4
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reza por nosotros… A través de la Virgen
hoy Dios nos ruega que creamos en Él y Lo
amemos; porque al igual que nosotros nece-
sitamos el amor de Dios, Él necesita nuestro
amor, nuestro corazón y nuestra confianza.
Seguramente algunos mensajes de la
Virgen no son atrayentes, fáciles, cómodos.
La Virgen ha venido aquí para incomodar-
nos, para llevarnos por el camino de la sal-
vación, por el camino de la vida y nos indi-
ca un camino sin asfaltar, lleno de piedras,
duro y estrecho.
Las apariciones de la Virgen no son una
invención, no son una fantasía
Si leemos la Biblia vemos cómo toda
nuestra fe está fundada en aparicio-
nes. La Biblia está llena de aparicio-
nes, de visiones, de revelaciones, no
es algo imposible. La única diferen-
cia entre Lourdes,
Fátima y
Medjugorje es que la Virgen hoy se
aparece aquí… No sé dónde se apa-
recerá mañana. Pienso de hecho que
una Madre no puede estar callada,
inmóvil. La Virgen ha sido asunta al
cielo, pero “no está jubilada”. El
amor que tiene hacia cada uno de
nosotros la impulsa a venir entre
nosotros y hablarnos.
Dios se ha dado todo
y nos pide todo
En los primeros días, y también
en los primeros años de las aparicio-
nes, había un entusiasmo mayor,
como es natural en todas las cosas de
la vida. Es fácil entusiasmarse un
día, un mes, un año, pero siempre hay que
crecer, esforzarse por luchar. La vida es una
lucha, sobre todo la espiritual, una dura
lucha por permanecer en el camino que nos
lleva a Dios. Pero para esta batalla la Virgen
nos da instrumentos eficaces que debemos
saber usar... Podemos leer también todos los
mensajes de la Reina de la Paz, pero si no
los escuchamos o si después de cinco minu-
tos los olvidamos, no nos sirven.
Los mensajes son un poco repetitivos...
Es una frase que se oye a menudo. Es
verdad. También yo he estado tentado de
preguntar a la Virgen: “Por qué no me dices
algo nuevo, algo sensacional, que no haya
oído nunca...” Pero luego he comprendido
que el problema no estaba en el mensaje o
en la palabra pronunciada por la Virgen,
sino en mí, en mi corazón egoísta. En reali-
dad lo que yo quería es que la Virgen solu-
cionase lo que tenía que resolver yo. Los
mensajes son como señales que indican el
camino, pero si nos sentamos al lado de una
señal en el camino, nunca llegamos adonde
queremos ir. Nadie nos puede sustituir,
nadie puede vivir en nuestro lugar, nadie
puede sufrir o morir por nosotros. Cada uno
de nosotros está invitado a responder perso-
nalmente a Dios, a decirle “sí” o “no”.
Dios lo quiere todo de nosotros,
es muy exigente
Dios lo busca todo de nosotros, porque
Él nos lo ha dado todo: se ha entregado
completamente a sí mismo, todo su amor, su
vida, y de nosotros lo quiere todo. ¿Cómo
encontrar a Dios? Sólo hay que desear
encontrarlo. Una vez un discípulo fue a ver
a su maestro espiritual y le preguntó:
“¿Cómo puedo encontrar a Dios? He leído
muchos libros y he dado la vuelta al mundo,
pero no lo he encontrado”. Entonces el
maestro lo llevó cerca de un río, le cogió la
cabeza y la sumergió bajo el agua, cogién-
dola fuertemente. El chico intentaba liberar-
se inútilmente. En un momento determinado
el maestro lo sacó fuera y le preguntó:
“¿Qué es lo que más has deseado cuando te
tenía bajo el agua?” Y el discípulo respon-
dió: “El aire”. Entonces el maestro replicó:
“Cuando desees a Dios con esta fuerza, lo
encontrarás seguro”.
No podemos engañar a nuestra alma: el
alma busca a Dios porque ha salido de la
mano y del corazón de Dios y cuando no
percibe su presencia da indicios de nervio-
sismo, de extravío. Sólo hay que reconocer
estos signos: es el alma que grita en noso-
tros, un alma enflaquecida que busca su ali-
mento, busca a Dios.
La Virgen pide una fe fuerte
Nos invita a la fe que no es
una autosugestión,
porque fe
quiere decir abrir la puerta a
alguien, abrir la puerta del cora-
zón. El miedo es contrario a la fe.
A veces incluso entre creyentes
encuentras alguno que tiene
miedo del pasado, del futuro, de
la enfermedad, que tiene miedo
del número 13, del gato negro,
etc… Porque cuando hay una pér-
dida de fe, aumenta la supersti-
ción y así los cristianos se hacen
ridículos.
Si no estoy cerca de Dios, lo
temeré todo. Pero si tu Dios es
omnipotente, ¿qué vas a temer?
Todo está en sus manos: toda la
historia, todo el universo, así
como tu vida y tu muerte.
Pero, como dice san Agustín: Dios nos ha
creado sin nosotros, pero no quiere salvarnos
sin nosotros,
sin nuestro “sí”. Muchas perso-
nas cuando vienen a Medjugorje dicen que
encuentran la paz y que consiguen rezar
mejor, pero el problema viene cuando vuel-
ven a casa… La Virgen es siempre la misma,
en África, en América, en Italia, en
Medjugorje, ¡los que cambiamos somos
nosotros! Quizás estamos con Dios sólo
cinco, diez minutos, una hora… Luego deja-
mos a Dios en la iglesia y nosotros nos vamos
solos a vivir nuestra vida cotidiana.
¿Por qué orar?
Dios necesita mi corazón
La oración es el alimento de nuestra fe.
Tanto rezo, tanto creo: una y otra cosa van
juntas. La oración sólo es un medio, no el
objetivo. Rezar por rezar no tiene sentido,
porque Dios no necesita mi oración, Dios
necesita mi corazón, mi vida, me necesita a
mí. Es más fácil dar a Dios la oración que el
propio corazón. La oración es un instrumen-
to que prepara el terreno, porque si en mi
vida no hay oración, tampoco existe el espa-
cio en el que Dios puede venir a mí.
Dios sabe esperar, y cuando me encuen-
tra no me pregunta: “¿Qué has hecho? ¿Por
qué has pecado?¿Dónde has estado?”,
sino
más bien: “¿Crees en mí? ¿Me amas?”. Lo
que a Dios le interesa sustancialmente no
son nuestros pecados, somos nosotros.
La Virgen se acerca a nosotros
con un gran respeto
No nos obliga, no nos fuerza, pero insis-
te y nunca dice “vosotros debéis”, sino más
bien: “Me inclino ante vuestra libertad”. Si
pensamos que es mejor pecar, también
podemos pecar; nadie nos puede obligar a
no pecar, nadie nos lo puede impedir. Cada
pecado es una realidad que atrae, algo que
promete mucho; ningún pecado exterior-
mente es feo, pero te da poco y, al final, te
lo quita todo, te atrapa en una red de la que
sólo la Gracia de Dios puede liberarte.
Medjugorje confesionario del mundo
La Virgen nos invita, sobre todo aquí, a
la confesión. De hecho se dice que
Medjugorje hoy es el confesionario del
mundo. Últimamente la confesión ha entra-
do en crisis porque se ha perdido la con-
ciencia del pecado. De hecho, si no existe
Dios, tampoco existe el pecado… El pecado
es una realidad espiritual que influye en
nuestras relaciones, en la vida y sólo vemos
las consecuencias, pero no vemos la causa
del nerviosismo y de la inquietud que pro-
voca el pecado. Así es como los confesiona-
rios están vacíos y las clínicas psiquiátricas
llenas; porque si se descuida el espíritu del
hombre, su corazón, la realidad espiritual,
se descuida también al hombre. Nuestra
alma es como una ventana, como un cristal:
cuando está iluminado por el sol se ven
todas las manchas. Así ocurre cuando nues-
tra alma, nuestro corazón está iluminado por
Dios, por su sol, por su gracia: se ven todas
las manchas. Por esto los santos más gran-
des se han sentido también los más grandes
pecadores. No por humildad, sino por ver-
dad, porque se veían mejor a sí mismos.
La Virgen nos habla de manera sencilla,
como una mamá
Ella nos ama, pero también sufre con
nosotros. Sufre cuando yo sufro y siente
dolor cuando yo no me la tomo en serio,
cuando no la escucho, cuando me alejo de
Ella. Sus mensajes pueden ser simples,
incluso parecer banales, pero la Virgen no
ha venido aquí para dar una catequesis inte-
lectual o teológica; ha venido para hablar-
nos con un lenguaje sencillo, con el lengua-
je de una madre. En una familia en la que
los hijos van por el camino recto, los padres
no necesitan hablar, repetir, aconsejar; en
cambio, cuando los hijos emprenden un
camino equivocado los padres no dejan de
reprenderles. Lo mismo sucede en el
mundo: si todo va bien, las apariciones de la
Virgen no hacen falta: éstas son sólo un
signo de nuestro tiempo, un signo de que
Dios quiere decirnos algo… A través de las
apariciones de la Virgen Dios se inclina
hacia nosotros antes de que nosotros nos
dirijamos a Él. Como dice el apóstol San
Juan: “No somos nosotros los que hemos
amado a Dios, sino que es Él el que nos ha
amado primero”
(1 Jn 4, 10)”.
Con Jesús en brazos
“Un acontecimiento sin precedentes ha
tenido lugar en Medjugorje. Desde 1981, la
Virgen aparecía la noche de Navidad llevan-
do en los brazos al Niño Jesús recién nacido.
Por primera vez, después de 22 años, María
se ha aparecido con el Niño Jesús un día dis-
tinto de Navidad, durante su aparición a
Mirjana del 2 de enero.
Pero esta vez, en lugar de llevarlo en bra-
zos, ella elevaba al Niño en alto delante
suyo, con el rostro dirigido hacia la muche-
dumbre para que su mirada pudiese abrazar
a todas los presentes.
Cuando Mirjana salió del éxtasis estaba
tan conmovida por el acontecimiento que se
puso enseguida a escribir el mensaje recibi-
do durante la aparición: “Hoy os traigo a mi
Hijo, vuestro Dios. Abrid vuestros corazones
para poder aceptarlo y llevarlo con voso-
tros. Acoged la felicidad y la paz que os
ofrece. Gracias por haber respondido a mi
llamada”.
Sor Emmanuel
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Un frío punzante aflora en la piel cuan-
do, una vez llegados al pueblo herzegovino,
se baja del coche con el corazón lleno de
esperas. El cierzo, típico viento de los
Balcanes, elimina todo rastro de polvo y
hace el aire limpio, transparente y seco. En
la primera bocanada uno cree haber llegado
a la fuente de algo que mana limpio y casto.
Pero no son las condiciones meteorológicas
las que crean esta sensación, sino más bien
la certeza de que el Corazón de María,
purísimo e Inmaculado,
aquí en
Medjugorje está abierto, como una fuente
que derrama agua fresca y de manantial, un
agua capaz de mitigar cualquier ardor.
Quien está obligado a vivir en el implacable
mecanismo de una sociedad que produce y
consume a ritmos desenfrenados, se siente
absorbido por muchas cosas que requieren
cada día su atención, tiempo y energías y
que en cambio restituyen el veneno de una
vida exigente y cada vez más inquinada. Nos
afanamos por conseguir objetivos que enve-
jecen enseguida, dejándonos aún más vací-
os, de sentido y de vitalidad. Corremos para
“conseguir hacerlo todo” y luego nos damos
cuenta que quizás muchas cosas eran inúti-
les, banales, impuestas por un sistema que
vive sólo de apariencia y de consumo.
Por esto es importante venir aquí, a
esta preciosa Fuente de Gracia. Y templar-
se. Y limpiarse. Y dejar que ésta nos despoje
de todo aquello que se ha insinuado en los
pliegues de nuestro ser y de nuestro espíritu,
haciéndonos pesados y asfixiándonos.
Especialmente en estos días del final del
invierno, en el que el pueblo está poco visi-
tado por los peregrinos, en Medjugorje se
saborea una calma muy especial, donde cada
cosa está impregnada de silencio y del sabor
de las cosas de cada día. Se ve a los niños ir
y volver del colegio, a los hombres reparar
las casas, a las mujeres atareadas en mil
cosas y al humo salir de las chimeneas, signo
de que ahí dentro hay un fuego encendido, en
torno al cual la familia se mueve pero tam-
bién se para. Olores fuertes de carne deseca-
da y mejillas enrojecidas por el frío. Tiendas
de souvenirs cerradas y el ruido sordo de un
martillo que golpea la madera. Aquí vive
María.
En la normalidad y en la sencillez de
la jornada de todos. No quiere ser vista con
los ojos, sino que desea vivir dentro de noso-
tros y mirar con nuestra mirada, hablar con
nuestra voz, orar con nuestro corazón.
Ha venido del cielo para hacer más bella
nuestra vida colmándola de Sí; trayéndonos
la Gracia de la que María está “llena” y
que nos hace, como Ella, inmaculados.
Sólo con esta transparencia interior que Ella
nos da, podemos vivir nuestro día sin afanes,
incluso en el sufrimiento que a menudo nos
acompaña. La Madre nos enseña a elevarnos
con naturalidad por encima de nuestra condi-
ción humana y a afrontar cada cosa con un
espíritu que sabe mirar más allá, con una
mente que comprende más allá de los razona-
mientos y con un cuerpo que, incluso desti-
nado a perecer, sabe que un día estará asumi-
do en la eternidad. Como Ella, María, asunta
al cielo y presente todavía hoy sobre la tierra.
Subo la colina para ir a darle las gracias
y para devolverle el abrazo que Ella me dio
a mi llegada. Me acompañan sólo las pie-
dras, pisadas en estos largos años de apari-
ciones por una multitud de peregrinos. No
hay necesidad de orar, ni de pensar... El aire
Frescura
de Fuente cristalina
“Volved al fervor primitivo”
La importancia del Corazón
en los mensajes de María
II parte
Como ya lo hizo en Fátima, la Virgen
en Medjugorje nos invita con insistencia
singular a la CONSAGRACIÓN A SU
CORAZÓN INMACULADO,
atribuyendo
un valor decisivo a este paso espiritual, un
camino casi obligado para acoger plenamen-
te las gracias particulares que Dios ofrece al
mundo en este tiempo: “Consagraos a mi
Corazón Inmaculado. Abandonaos totalmente
a mí y yo os protegeré y rezaré al Espíritu
Santo para que se derrame sobre vosotros…”
(Mens. 02.08.1983); “…deseo que las fami-
lias se consagre cada día al Sagrado Corazón
de Jesús y a mi Corazón Inmaculado…”
(Mens. 19.10.1983); “Suplicad ardientemente
a mi Corazón y al Corazón de mi hijo y reci-
biréis todas las gracias. Consagraos a noso-
tros”
(02.07.1983).
¿Pero cuál es el significado profundo
de esta consagración especial, a la que
María da tanta importancia? ¿Qué es lo que
puede añadir a la única y fundamental consa-
gración bautismal, fuente y principio de toda
gracia perfecta? puede objetar algún sabio
ceñudo. La Virgen misma se encarga de
responder con sencillez luminosa:
“Me
gustaría acercaros más, hijitos, de una mane-
ra especial al Corazón de Jesús. Por esto,
hijitos, hoy os invito a la oración dirigida a
mi querido hijo Jesús, para que todos vues-
tros corazones sean suyos. Y además os invi-
to a consagraros a mi Corazón Inmaculado.
Deseo que os consagréis personalmente,
como familias y como Parroquias, de forma
que todo pertenezca a Dios a través de mis
manos”
(25.10.1988); y también: “Invito a
todos los que me han dicho “sí” a renovar la
consagración a mi Hijo Jesús, a su Corazón
y a mí, de manera que podamos usaros aún
más eficazmente como instrumentos de paz
en este mundo sin paz...”
(25.04.1992).
La Virgen, de hecho, en este tiempo se
ofrece a sí misma de un modo especial al
Altísimo,
“Yo ardo de amor y sufro por
cada uno de vosotros”
(Mens. 20.11.1984),
para que cada uno de sus hijos se haga cada
vez más partícipe de aquella misma vida
inmaculada que incendia de amor celestial a
su Corazón materno, para que todos estén
plenamente asociados a su misma gran
misión corredentora de regenerar la vida del
Hijo en las almas de los hermanos y en todo
el universo. “Yo soy vuestra madre y deseo
que vuestros corazones se parezcan a mi
Corazón...”
(Mens. 25.11.1994): “...queri-
dos hijos... ayudad a mi Corazón a triunfar
en un mundo de pecado”
(25.09.1991).
María, la única criatura perfectamen-
te unida al Corazón del Hijo, no cesa,
como Él, de “consagrarse a sí misma a Dios,
para que también nosotros seamos consagra-
dos en la Verdad” (cfr Jn 17, 19), suplicando
al Padre que haga de cada uno de sus hijos
verdaderos “amigos del Cordero” (Ap 14,
4), perfectamente unidos en su Corazón a su
oferta regia para realizar la salvación de la
creación entera: “...personas que en el
momento del sacrificio de Jesús en el altar
están dispuestas a unirse a Él para conver-
tirse con El en un mismo sacrificio para la
salvación del mundo”
(8.11.1984).
La Gospa habla por la radio…
Queridos amigos y todos vosotros que
honráis a la Reina de la Paz, esta Navidad nos
ha traído una gran alegría: la radio “Mir”
Medjugorje comenzó a emitir su progra-
ma en vivo vía satélite.
De esa manera, el
programa de oración y la oración pueden ser
escuchadas por los amigos de la Gospa en
Europa, en Oriente Próximo y en África. Así
hemos dado otro paso adelante en la difusión
del mensaje de la Gospa, según su llamada.
Nuestra radio transmite cada tarde en
directo desde la iglesia parroquial la ora-
ción del rosario, la misa y la adoración.
Según las investigaciones, nuestra radio se
encuentra entre las más escuchadas de este
territorio. Retransmite programas que pro-
mueven los valores cristianos y la vida en la
fe. Estamos especialmente orgullosos de
tener una amplia audiencia entre los jóvenes.
Nuestra radio no tiene financiación organiza-
da, no está sostenida por ninguna organiza-
ción y vive de la providencia de Dios y de la
generosidad de los miembros que la sostie-
nen. Hasta hoy, hemos podido funcionar con
estos medios. Hoy - y a petición de los pere-
grinos - hemos comenzado a emitir via saté-
lite, y por ello los gastos de funcionamiento
han aumentado considerablemente y ya no
podemos asumirlos con los medios que nor-
malmente están a nuestra disposición.
Por esto hoy nos dirijimos a vosotros
por primera vez pidiéndoos apoyo y
ayuda, según vuestras posibilidades, para
que la voz de la Gospa que resuena en
Medjugorje pueda alcanzar el máximo
número de personas. Podéis escuchar nuestra
radio con el satélite HOT BIRD 6 (Ver nues-
tra página web: www.medjugorje.hr -
http://www.medjugorje.hr/)
Si deseáis hacer un donativo, podéis enviarlo
a la siguiente cuenta bancaria:
Informativni centar MiR Medjugorje
Zagrebacka banka BH D.D. Mostar
Swift: ZABA BA 22 7100-48-06-027746
Os rogamos que pongáis el nombre y apelli-
do completo del benefactor o el nombre de la
institución.
P. Mario Knezovic’ - Director
que respiro es mi oración; el sol que calien-
ta mis pasos, mi pensamiento. Continúo
subiendo sencillamente e ir al encuentro de
Ella, que me espera.
Una estatua indica el lugar en el que la
Virgen en tantas ocasiones ha mostrado su
rostro. En torno a ella dos, tres, cuatro per-
sonas encogidas, inmersas en un coloquio
secreto con la Madre. Cuentas del rosario
pasan lentamente entre sus dedos. Escojo
una piedra para sentarme y me adentro, con-
tenta, en los brazos de María.
Listas mudas de nombres comienzan
poco a poco a desplegarse en mi silencio,
trayendo a la mente las necesidades, las
penas y los deseos de muchos, conocidos y
desconocidos. Los ofrezco a María y perma-
nezco quieta. Pero es precisamente entonces
cuando de la Fuente a la que había acercado
mi corazón, comienza a desbordarse una
Gracia incontenible, que irrumpe como un
río a pleno caudal que, atravesando mi alma
como un canal, comienza a correr en todas
las direcciones. No se puede explicar su
belleza. Se expande sola. Ebria de su pureza,
me detengo en el abrazo y descubro cómo
me he convertido yo misma, poco a poco, en
fuente de paz y de bendición.
Stefania Consoli
6
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La Virgen en sus mensajes
siempre ha subrayado la
importancia de la Cuaresma
como un tiempo privilegiado
de gracia y de conversión. En
particular al Grupo de ora-
ción, a través de Jelena, le
había dicho: “Decidid firme-
mente qué hacer de especial
en esta Cuaresma. Me gusta-
ría daros una idea. Durante este tiempo
intentad vencer cada día un defecto evitan-
do una de vuestras debilidades y carencias
más frecuentes, como la irascibilidad, la
impaciencia, la pereza, la murmuración, la
desobediencia, el rechazo de las personas
antipáticas. Si no conseguís soportar a una
persona orgullosa, tenéis que intentar
acercaros a ella. Mostradle que la humil-
dad vale más que el orgullo. Así pues
meditad cada día sobre vosotros mismos y
buscad en vuestro corazón lo que hay que
cambiar, las debilidades a superar, los
vicios que hay que eliminar. Tenéis que
comprometeros y esforzaros al máximo.
Tenéis que desear sinceramente que esta
cuaresma transcurra en el amor. Así esta-
réis más cerca de mí y del Padre celeste.
Seréis más felices y serán más felices los
que os rodean.”
La lucha en el desierto
hace nacer al hombre que ama
de Jelena Vasilj
Para nosotros los cristianos el desierto
tiene una larguísima tradición. Ya en los
primeros siglos después de Cristo, en
Egipto, Siria y Palestina; más tarde en Asia
menor y luego en Italia, en Francia hasta
Irlanda, surgen grandes hombres y mujeres
amantes del desierto. Son llamados desde el
principio anacoretas, un término de origen
griego que significa: apartarse a un lugar o
a una región como el desierto.
El término no
es extraño ni siquiera para Jesús que, inme-
diatamente después de nacer, tuvo que reti-
rarse a Egipto para huir de la amenaza de
muerte de Herodes.
También la persona espiritual, frente a
las amenazas a la propia vida interior, se
siente inclinada a adentrarse en un desierto
interior. Sin embargo, sólo cuando llega al
desierto - lejos de lo que parecía constituir el
peligro - con gran sorpresa se encuentra en
la auténtica lucha. De hecho, los “padres del
desierto” escogían el desierto no para huir
de lo que no podían soportar por su propia
debilidad, sino para afrontar la lucha verda-
dera. Nuestra lucha está en cambio a menu-
do camuflada bajo la apariencia de un com-
bate fingido, que en realidad sólo pone de
manifiesto la no voluntad de combatir a
nuestros verdaderos enemigos: las potesta-
des del mal, como dice San Pablo. Quien
conoce un poco el desierto, comprende que
los padres lo escogían precisamente porque
carece de todos los consuelos, que a menu-
do retardan, si es que no detienen, el creci-
miento espiritual.
¿Cuál es esta verdadera lucha que la
persona descubre que debe afrontar,
cuando toma conciencia finalmente de
tener que elevarse a las altas cumbres de
la vida espiritual?
Nos ilumina a este pro-
pósito una bellísima frase de san Agustín:
“Mientras tanto, hermanos, es difícil que
consigamos vivir sin disputas. Estamos lla-
mados a vivir en la concordia, se nos manda
estar en paz con todos; debemos esforzarnos
y emplear todas nuestras energías para
alcanzar finalmente la paz más completa; y
sin embargo litigamos por lo máximo con
los mismos que son objeto de nuestras pre-
muras. Hay quien se equivoca y tú quieres
reconducirlo por el camino recto; él te
opone resistencia y tú disputas.
A veces, cansado de luchar, uno dice:
¿quién me lo manda, seguir soportando a los
que me contrarían y a los que me devuelven
mal por bien? Yo quiero ayudarlos, pero
ellos quieren perderse; me paso la vida dis-
cutiendo, nunca estoy en paz; además me
hago enemigos entre los que podrían ser mis
amigos, si tuviesen en cuenta mi preocupa-
ción por ellos; ¿por qué debo soportar todo
esto? Quiero retirarme del todo, estar solo,
pensar en mí mismo e invocar a mi Dios.
Sí, refúgiate dentro de ti, y también en
ti encontrarás la lucha. Si has comenzado
a seguir a Dios, en ti habrá lucha. ¿Qué
lucha? La carne tiene deseos contrarios a los
del espíritu, y el espíritu deseos contrarios a
los de la carne (cfr Gál 5, 17). Ahora hete
aquí, estás solo, solo contigo mismo; no tie-
nes que soportar a nadie; pero ves en tus
miembros otra ley que se contrapone a la ley
de tu espíritu, y que tiende a hacerte esclavo
de la ley del pecado que está en tus miem-
bros. Eleva, pues, tu voz y, en medio de la
lucha que está dentro de ti, grita a Dios, para
que él te ponga en paz contigo mismo…”
Dice bien san Agustín cuando afirma: Si
has comenzado a seguir a Dios, en ti habrá
lucha.
Es necesario que ésta exista. Pero si
todavía lucho solo contra los demás, signifi-
ca que en mi vida espiritual estoy encon-
trando aún muchas excusas para no afrontar
la lucha verdadera que hay dentro de mí.
Para esto debe entrar en sí mismo y
mirarse tal cual es ante su Dios: para él
puede ser una ventaja que los que le rodean
sean santos, pero esto no significa que él
esté creciendo en la santidad. La llamada al
desierto es pues una invitación a examinar la
propia casa interior; no a convertir a los
demás, sino sobre todo a la propia conver-
sión, porque si una persona no se declara
enferma y no va nunca al médico, tiene
pocas posibilidades de sanar. Ciertamente,
está el riesgo de que la persona se cierre;
pero es un riesgo que desaparece cada vez
que el motivo que la impulsa es la caridad,
pues este viaje a su corazón es un camino
abierto hacia el prójimo. Pero se trata de un
viaje que no debe hacerse sólo “por curiosi-
dad”, en la que el alma no hace otra cosa que
disiparse en la ilusión de estar “abierta”.
Está abierta, pero también vacía, porque la
curiosidad por los asuntos de los demás sólo
le hace perder tiempo.
La finalidad del desierto es pues la
caridad perfecta. Ésta se fundamenta en la
valentía de no confiarse en las numerosas
muletas de la vida espiritual, que nos permi-
ten – casi como si estuviésemos narcotizados
por los falsos consuelos - afrontar las difi-
cultades que tenemos para amar. Son éstos
los excesos y las ataduras a muchas cosas o
también a personas a las que recurrimos.
Ligados pues a la Gracia debemos
tener la valentía de buscar el consuelo en
Jesús y ser sus brazos para los demás.
Abiertos a la vida, pidamos a María estar
enamorados de la voluntad de Dios y servir
a la realización del proyecto del amor que
Dios ha concebido en la eternidad en Su
Hijo, que ha derramado en nuestra historia
humana y que quiere completar a través de
la caridad en nosotros.
Éste es también el sentido de las cono-
cidas oraciones de consagración a los
Sagrados Corazones,
dictadas a la pequeña
Jelena en los inicios del grupo de oración.
“...por medio de tu Corazón haz que todos
nosotros los hombres nos amemos... haz, oh
buen Jesús, que te abramos nuestros corazo-
nes al menos cuando recordemos tu pasión
sufrida por nosotros; ... la llama de tu
Corazón, oh María, baje sobre todos los
hombres, ... imprime en nuestros corazones
el amor verdadero...”
(27-28.11.1983).
Entonces se comprende con mayor
claridad el sentido profundo de las gran-
des apariciones marianas
del fin de mile-
nio en Lourdes y Fátima y de la presencia
extraordinariamente prolongada de la Reina
de la Paz en el mundo en este tiempo. La
Virgen, de hecho, en un mensaje a la viden-
te Mirjana, afirma que cuando acaben las
apariciones – las últimas entregadas al
mundo, tal como ella misma nos revela:
“luego ya no apareceré más sobre la tierra:
éstas son mis últimas apariciones
(02.05.1982) – se quedará entre nosotros
con su Corazón. “¡Consagrad vuestro cora-
zón a Dios y haced de él la morada de Dios!
¡Que Dios viva en vosotros para siempre!
Mis ojos y mi Corazón estarán aquí cuando
ya no me aparezca más”.
(18.03.1996)
Pero en su Corazón está presente toda
la Iglesia celeste. La presencia viva y cor-
pórea entre nosotros de María – que como
proclama el Concilio: tal como en el cielo ya
está glorificada en el cuerpo y en el alma,
constituye la imagen y el inicio de la Iglesia
que tendrá que tener su cumplimiento en la
edad futura, hasta que llegue el día del
Señor –
es seguramente signo de “nuevos
cielos y tierra nueva” (Ap 21, 1). Presagio de
aquella transfiguración del mundo anuncia-
da por las Escrituras (2 Pe 3, 13; Ap 2, 1.27)
que, por disposición divina, se realizará con
el signo del triunfo del Corazón Inmaculado
de la Madre.
Se comprende entonces más claramen-
te el significado auténtico de aquella con-
sagración especial
con la que María nos invi-
ta incansablemente en este tiempo. Ella nos
quiere atraer a su Corazón Inmaculado para
introducirnos en una comunión viva y total
con aquella nueva Jerusalén que en Ella y con
Ella ya “...baja del cielo, de Dios, adornada
para su Esposo” (Ap 21, 2), y que ya está pre-
sente en el Corazón de María que aparece
corporalmente en el mundo, para hacer que
nuestros corazones sean también “morada de
Dios con los hombres” (Ap 21, 3).
Se abre entonces un nuevo gran hori-
zonte de luz sobre el valor central de la
llamada de María al ofrecimiento de la
vida
a través de su Corazón Inmaculado
para la salvación del mundo, punto cardinal
del mensaje en cada aparición suya. Esto es,
de hecho, una invitación a abrirse para aco-
ger en plenitud el amor puro de Dios. Una
invitación a unirse plenamente, en el
Corazón de la Madre, a la única calidad de
amor presente en la Jerusalén celeste, en una
comunión viva y definitiva con la Iglesia de
los ángeles y de los santos.
En este tiempo los habitantes del Cielo
quieren unirse a nosotros y vivir en noso-
tros plenamente; desean que seamos total-
mente partícipes de la vida y de la gloria de
Dios de la que ellos ya gozan, para que se
cumpla finalmente “el misterio de Su volun-
tad, según lo que en Su Benevolencia había
preestablecido en Él... recapitular en Cristo
todas las cosas, tanto las del cielo como las
de la tierra” (Ef 1, 10) Giuseppe Ferraro
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Villanova M.,
25 de febrero de 2004
Resp. Ing. Lanzani - Tip. DIPRO (Roncade TV)
“El Señor no se cansa de nosotros, envián-
donos siempre a su Madre.
También nosotros volvemos a él con peque-
ños, pero firmes pasos.
Entonces nuestras palabras serán podero-
sas. Que el Señor nos bendiga”
Los lectores escriben...
Sor María Luisa del Monte Tabor,
Nazaret, Israel - Gracias por el Eco que
recibimos siempre con tanto gozo... Es un
premio de la Mamá Celeste, porque en este
clima de guerra y de atentados la tierra de
Jesús está casi desierta y nuestros corazones
se sienten heridos. Sólo confiamos en el
amor de la Virgen Santa, que con el poder
que ha recibido del Padre Eterno vencerá al
demonio que está en el mundo y que querría
destruirlo, llevándose consigo tantas almas.
Theresa B C de Kapilikisha, Zambia –
Aprecio muchísimo vuestra gentileza al
enviarme regularmente vuestro Eco. Está
lleno de información y en él encuentro
ánimo y mucha inspiración para mi pobre fe.
Ebere Christopher M.O. de Nigeria –
Leer vuestro Eco es un gozo. Lo espero para
dar a nuestra comunidad el alimento necesa-
rio. De verdad, muchas gracias.
P. Bernard s.j. de Bombay, India –
Paz, gozo y felicidad a todos vosotros. Para
agradeceros el Eco ofrezco una novena de
santas Misas por vuestras intenciones.
P. Mathew Moozhiyil de la India –
Queridos amigos, ofrezco oraciones al
Señor por vuestro gran apostolado. Gracias
por el Eco que me mandáis, y que uso para
escribir en lengua malaya para la gente de
Kerala, para que también ellos puedan cono-
cer el mensaje de la Reina de la Paz.
Joan y Des Ryan de Australia –
Bendiciones a vosotros por vuestro Eco.
Llevamos casados 54 años; recibimos el Eco
desde hace varios años y lo esperamos
siempre con ansia.
H. Pastorino de Montevideo, Uruguay
El Eco se agradece siempre mucho. ¡Que
Nuestro Señor os bendiga por intercesión de
María, Reina de la Paz!
B. Kelleher de Inglaterra – Mil gracias
por el Eco. Es como hacer un mini retiro
seis veces al año. Adjunto un donativo. ¡Que
Dios os bendiga a todos!
Sor Juanita Borbon de Costa Rica -
De todo corazón gracias por todo lo que nos
regalan acerca de nuestra REINA. Yo con
todo el respeto les pido de corazón si es
posible me envíen el Eco de Medjugorje.
Estaría encantada de recibirlo pues me fas-
cina leerlos , no sé cómo llegan a mis manos
pero siempre los tengo. Soy religiosa de la
Congregación de María Auxiliadora, sale-
siana, y vivo en Costa Rica. Agradecida de
todo corazón, a la vez que pido una oración,
pues esta casa es de niñas de la calle y aban-
donadas.
Julia Zimmermann Llosa, de Perú -
Estimados señores, muchas gracias por
enviarme regularmente su boletín Eco de
Medjugorje. Me encanta leerlo y cada vez
encuentro más artículos interesantes, los
cuales transcribo para enviar a cárceles y
hospitales donde tengo amigos que los dis-
tribuyen.Quiero aprovechar que ahora tengo
internet para enviarles un saldo por la navi-
dad y el Año Nuevo. Que el Divino Niño los
bendiga en su gran obra y que la multiplique
en el nuevo año, pues este tipo de lectura sí
vale la pena. En cambio, los diarios traen
sólo mentiras, materialismo, malas noticias.
Para todo el equipo de redacción un abrazo
fuerte de su amiga peruana
Paul y Dorothy Biggelaar, de Nueva
Zelanda – Realizáis un trabajo fantástico
con el Eco de María. Hemos agradecido
siempre esta publicación y la tendremos
siempre como algo muy querido. Os esta-
mos muy agradecidos por habérnosla envia-
do durante todos estos años.
Maria Isabel Badilla de Buenos Aires,
Argentina - Agradezco de corazón el Eco
que recibo hace 7 años. En esos años formé
un grupo de hermanas e hicimos un cenácu-
lo en mi casa, y lleva el nombre de la Virgen,
Maria Reina de la Paz. Nos reunimos todos
los viernes a rezar el Rosario y donde me
traslado va con nosotros la Virgen, nos ayuda
mucho, la gente nos pide oración. Somos
varias señoras, nos da mucho fruto gracias al
Eco, a través de él se ha difundido mucho.
Estamos haciendo algo como una colecta
para mandarles, somos todos pobres, pero un
corazón grande para María que nos acompa-
ña con tanto amor. Yo de muy niña fui muy
amante de María y yo como tenía que poner
un nombre y la Virgen llegó a mi humilde
casa, entonces le puse el nombre de Eco a mi
cenáculo.
Todas las noches
me
arrodillo
delante del altar y oro una hora. Los viernes
a las 3 de la tarde nos reunimos todas, tene-
mos un cuaderno de peticiones.
Susana Cappa de Rosario, Argentina -
Yo también recibo hace varios años el Eco de
María y es una alegría cada vez que lo reci-
bimos. Sacamos fotocopias y se lo damos a
conocidos o amigos, muchas gracias, por
todo lo que hacen por la Virgen María nues-
tra Madre del cielo, y por todos los que reci-
bimos el Eco de María, que Jesús y María los
sigan iluminando en ese trabajo tan hermoso
que es la evangelización.
Hermana Asunción Peña de
Barcelona, España - Vengo hermanos a
daros mil gracias por vuestro periódico Eco
de Maria, tan rico de contenido y noticias
del querido Medjugorje.Lo recibo con ale-
gría y lo leo con mucho provecho, cuando
puedo lo comparto con otras personas. En
estas Navidades y Año Nuevo pido al Señor
Jesús os colme de sus mejores gracias, os dé
fuerza para seguir adelante ese gran trabajo
de evangelización y de alabanza a nuestra
querida Madre del cielo empezada por nues-
tro querido hermano Ángel.
Sor Marie-Anne Lea de Pléhans le
Grand, Francia – Gracias por esta buena
lectura que nos hace tanto bien y renueva en
nosotros día tras día el deseo de seguir al
Cristo con la ayuda de María.
Chantal Delevet de Grenoble, Francia
Con mi donativo os envío todo mi reconoci-
miento y mi profunda gratitud por esta santa
y maravillosa publicación, el Eco de María,
que recibo desde hace años.
El Eco para los invidentes
En Francia el Eco se graba en un cas-
sette y se envía a personas invidentes que
así tienen la posibilidad de alimentar sus
almas, escuchando la voz de la traductora
que lleva a cabo generosamente este servi-
cio para ellos. Sus cartas, conmovedoras,
muestran cómo nuestro periódico audio es
esperado, meditado, leído a menudo en las
asambleas o reuniones entre los amigos
invidentes. “¡Quien sabe si al menos leyen-
do algunas líneas, escribe la traductora
Yvonne, a algún apóstol no le venga la idea
de lanzarse a la aventura de grabar el Eco en
cassette también en las otras lenguas!”
Marie: Tengo 85 años, ya no puedo leer
el Eco, pero hago circular el cassette a otros
invidentes. Gracias de todo corazón.
Jeanne: Las cassettes son siempre bien-
venidas. Para mí son un momento de alegría
cuando las recibo y luego, para saborearlas
más, las escucho durante varios días...
En el Aniversario
de la muerte de don Angelo
Era el 3 de marzo de 2000 cuando don
Angelo cerraba los ojos al mundo para abrir-
los definitivamente en la presencia del
Altísimo.
Quizás quien lee el Eco desde hace poco
tiempo no sabe que exactamente hace veinte
años don Angelo había comenzado esta obra
de difusión de los mensajes de María con
una simple hoja mecanografiada que, con el
tiempo, ha crecido en calidad y cantidad,
hasta llegar a cada rincón de la tierra. Si el
Eco habla en muchas lenguas es porque don
Angelo lo escribió siempre con el lenguaje
del amor, que es universal y traducible a
cualquier idioma.
Humilde instrumento en las manos de
María, el querido sacerdote mantovano
acompañaba siempre al periódico con la ben-
dición, para que los corazones se abriesen no
a sus palabras escritas sino a la Gracia impre-
sa en el papel. Ahora continúa bendiciéndolo
desde el cielo con una bendición que también
nosotros seguimos invocando, para mantener
siempre, en nuestro trabajo, su mismo espíri-
tu de dedicación y de servicio.
El Personal del Eco
Monique: Con mi marido, desde 1988,
somos fieles a una peregrinación anual a
Medjugorje y escuchar vuestras cassettes
nos hace vivir todo el año en aquel lugar
bendito. Gracias por este fabuloso trabajo
que realizáis cada mes.
p. Francesco: Encontré por casualidad
una de vuestras grabaciones que me copié
enseguida en casa de la persona que estaba
visitando. Querría recibir algunos ejempla-
res de estos cassettes que podría distribuir a
los invidentes de las dos casas de las que soy
capellán y que acogen a 80 invidentes de
todas las edades. Ejerzo mi ministerio sacer-
dotal entre ellos, y voy en busca sin tregua
de todo lo que puede ayudarles.
* El Eco de María es gratuito y vive sólo de
donaciones que se pueden hacerse mediante
giro postal (o giro postal internacional) a favor
de "Eco di Maria", Casella Postale 27, I-31030
Bessica (TV , Italia.
El envio deberà ser en euros o en dòlares
USA. Tambien es posible hacerlo mediante
transferenciabancaria a la siguiente direcciòn:
BANCA AGRICOLA MANTOVANA
(BAM), AGENZIA BELFIORE, Mantova,
Italia, C/C nº 4754018, ABI 05024, CAB 11506,
a favor de ASSOC. ECO DI MARIA
.
Para nuevas suscripciones o para modifica-
ciones
en la dirección escribir a la Secretaría
del Eco:
CP 27 31030 BESSICA (TV)
e-mail: echomarybk@tiscali.it
Eco su Internet: http://www.ecodimaria.net
E-mail redazione: ecoredazione@infinito.it
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