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www.medjugorje.ws » Eco de Maria Reina de la Paz » Eco de Maria Reina de la Paz 186 (Marzo-Avril 2006)

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Mensaje del 25 de enero de 2006
“Queridos hijos, también hoy os invi-
to a ser portadores del Evangelio en
vuestras familias. No olvidéís, hijitos,
leer la Sagrada Escritura. Ponedla en un
lugar visible y testimoniad con vuestra
vida que creéis y vivís la Palabra de Dios.
Yo estoy cerca de vosotros con mi amor e
intercedo ante mi Hijo por cada uno de
vosotros. Gracias por haber respondido
a mi llamada”.
Portadores del Evangelio
Zaqueo, baja enseguida, porque hoy
tengo que hospedarme en tu casa (Lc 19,5),
dice Jesús, y Zaqueo lo acogió con gozo y
este encuentro cambió su vida tal como
Jesús mismo lo dice: “Hoy, la salvación ha
entrado en esta casa
” (Lc. 19,9). Jesucristo
es el mismo ayer, hoy y siempre
(Eb 13,8);
hoy, como entonces, Jesús viene a buscar y
a salvar al que estaba perdido (cfr Lc
19,10). Él viene a pedirnos que le dejemos
entrar en nuestra casa, en nuestro corazón,
en nuestra alma, en nuestra familia, en
nuestra intimidad. Jesús viene a traernos la
salvación, pero no podemos recibirlo en la
dispersión, Él quiere establecerse en nues-
tra vida, para ser nuestra Vida. Nuestro
encuentro con Él debe cambiar radicalmen-
te nuestra vida y, aunque el cambio no sea
instantáneo, sí debe suponer el inicio de un
proceso de conversión real. El tiempo y la
forma serán diferentes en cada persona,
pero uno solo es el camino: la comunión
con Cristo Jesús.
María nos invita a ser portadores del
Evangelio en nuestras familias, es decir, a
acoger a Jesús, la Palabra encarnada, la
Palabra de Vida, en la familia. Cuando fal-
ta Jesús, falta la Luz, falta la Sabiduría, fal-
ta la Paz y el Amor. Podemos buscar suce-
dáneos, pero enseguida nos daremos cuenta
de que, tarde o temprano, se demostrarán
ineficaces. Sólo en Dios reposa mi alma; mi
salvación me viene de Él
(Sal 61 (62)). El
reposo del alma no es más que el abandono
en Dios, premisa de la comunión con
Cristo, de la cual proviene la comunión en
las familias y en la Iglesia, realidades fun-
damentales para el establecimiento del
Reino de Dios. Os invito a ser portadores
del Evangelio en vuestras familias
: es una
invitación dirigida a todos y a cada uno de
nosotros, padre, madre, hijo, hija, hermano,
hermana… cada uno debe ser portador del
Evangelio
para los demás, para poder vivir
así en plenitud la propia misión (cfr Mc
3,35) y para que así Cristo sea todo en
todos
(cfr Col 3,11). No olvidéis hijitos,
leer la Sagrada Escritura
. La lectura
–escucha- de la Palabra, es un canal de
comunicación entre Dios y el hombre, es
disponernos y abrirnos a Su gracia y sumer-
girnos en el Espíritu Santo. No es la prime-
ra vez que María nos hace una llamada a
colocar la Biblia en un lugar visible (18 de
octubre, 1984; 25 de agosto, 1996) y a ser
portadores
de la Palabra de Dios (25 de
agosto, 1996); a leerla y vivirla (25 de
agosto, 1993; 25 de agosto 1996) y a leerla
en casa
(18 de octubre, 1984; 14 de febre-
ro 1985; 25 de junio 1991; 25 de agosto
1996). Hoy, nos sigue diciendo: Ponedla
en un lugar visible y testimoniad con
vuestra vida que creéis en la Palabra de
Dios y la vivís
. La Biblia, expuesta en
nuestro hogar, es una bandera que indica
nuestra pertenencia a la Patria celestial y
una declaración de nuestra identidad de
hijos de Dios con Cristo Jesús; una auténti-
ca declaración y testimonio de la unión de
nuestra vida con Su Vida, que sigue Sus
huellas y que esparce el perfume de Cristo.
Aun conociendo la infinita distancia
que hay entre lo que somos y lo que esta-
mos llamados a ser, entre nuestra humani-
dad y Tu divinidad, Jesús, no queremos
detenernos bajo el peso de nuestra pobreza
y miseria. Con serena humildad, deseamos
caminar contigo. María está cerca e inter-
cede por nosotros con Su Amor,
y así
nuestras limitaciones, que Ella te presenta a
Ti, alimentarán el fuego de Tu Amor.
¡Gracias Jesús, gracias María!
Nuccio Quattrocchi
Mensaje del 25 de febrero de 2006:
“Queridos hijos, en este tiempo de
gracia cuaresmal os invito a abrir vues-
tros corazones a los dones que Dios desea
daros. No os cerréis, sino que con la ora-
ción y la renuncia decid Sí a Dios y Él os
dará en abundancia.
Así como en la primavera la tierra se
abre a la semilla y da el ciento por uno,
así también el Padre Celestial os dará en
abundancia. Hijitos, yo estoy con voso-
tros y os amo con amor tierno. ¡Gracias
por haber respondido a mi llamada!”
Decid sí a Dios
La Iglesia cada año se une al Misterio
de Jesús en el desierto con los cuarenta
días de Cuaresma (cfr
Catecismo de la
Iglesia Católica, nº 540). En este tiempo
cuaresmal de gracia, os invito a abrir sus
corazones a los dones que Dios desea
darles.
La Cuaresma es un tiempo de gra-
cia muy especial y cada uno puede hacer de
él un tesoro si vive este tiempo con el cora-
zón abierto; no basta con ser espectador,
debemos ser partícipes. Debemos vivir el
tiempo de salvación, entrar en el misterio
que se contempla, ser parte viva y activa.
No os cerréis: con la oración y con la
renuncia decid Sí a Dios.
La invitación
que María nos sigue ofreciendo desde
Medjugorje es en este tiempo especialmen-
te insistente y llena de promesas. Quien
haya dicho a Dios desde hace tiempo,
que renueve su sí, que lo encomiende al
Bautista en las aguas del Jordán, que lo
exponga a la bendición del Padre celestial.
Quien haya olvidado su pronunciado
hace tiempo, se deje reconciliar con Dios
(cfr. 2 Cor 5, 20). Quien no haya dicho nun-
ca que lo diga ahora, que lo diga ense-
guida, aún está a tiempo. Que cada uno abra
su corazón a Dios; con la oración y la
renuncia
diga sí a Dios.
El que Dios espera de nosotros es el
He aquí a la sierva del Señor; hágase en
mi según tu palabra
dicho por María al
Ángel (Lc 1 , 38); es el Heme aquí que ven-
go, para hacer, ¡oh Dios!, tu voluntad
dicho por Jesús (cfr Heb 10, 7-9; Mc 14,
36). No se trata de repetir fórmulas o de
inventar nuevas; se trata de dejarse alcanzar
por Dios por la oración y la renuncia y, una
vez alcanzados, estar con Él, comunicarse
con Él; como Jesús, como María. Debemos
renunciar a las voces que ocultan la Voz, a
las luces que ocultan la Luz, a los amores
que destruyen el Amor, a las riquezas que
disipan a la Riqueza, a las esperanzas que
ahogan a la Esperanza. Renunciar equivale
a ayunar. Oración es canalización de la gra-
cia salvadora. Orar es respirar el Espíritu,
es sumergirse en Dios, naufragar en Su
La Cuaresma es el tiempo
privilegiado de la peregrinación
interior hacia Aquél que es la
fuente de la misericordia.
BENEDICTO XVI
Marzo - avril 2006 - Editado: por Eco di Maria, C.P.
27 31030 Bessica (TV)
(Italia) - Tel / fax 0423. 470331
A. 22, N° 3-4; Esd.a.p. art.2,com.20/c, leg.662/96 filiale di MN-Autor.tribun.MN: 8.11.86, ccp 14124226
186
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Hace un año que murió y parece que fue
ayer. Nos hemos sentido huérfanos, aunque
sólo por poco tiempo, pues es tan viva su pre-
sencia que parece que aún esté entre nosotros.
¡Y eso que tanto temimos perderlo! Cuántas
veces nos preguntamos: ¿quién podrá susti-
tuirlo?, de tan habituados que estábamos a su
modo de hacer y de guiar la Iglesia.
Los acontecimientos nos han contradi-
cho: JUAN PABLO II desde el cielo prosi-
gue su misión, libre ya de un cuerpo tan
maltrecho que, al final de sus días, apenas le
servía de sostén a su alma ya madura, que
deseaba darse con mayor radicalidad, si
cabe, a sus hijos. En su lugar, nos fue dado
un Pontífice de igual estatura aunque con su
propia singularidad.
Normalmente para conmemorar un ani-
versario, y sobre todo el primero, se dicen y
se escriben muchas cosas. Aunque tal vez
por una inevitable retórica, nos hagan reme-
morar acontecimientos que el tiempo ha con-
vertido en recuerdos. Queremos recoger aho-
ra, unas palabras escritas dos días antes de la
muerte del Papa Wojtyla, cuando éste ya se
encontraba próximo a su fin. Palabras que
conservan aún la espontaneidad y poesía de
aquellos momentos en que con un corazón
conmovido y agradecido, se preparaba para
el ansiado encuentro con el Padre amado.
Roma 1º de abril del 2005
“El mundo es un altar que canta gloria a
Dios, a través de sus bellezas naturales, con
una singular y única melodía expresada por
la luz de los astros, por la voz del transcurrir
de las aguas y por el calor del fuego que
enciende la pasión del gozo que el mismo
Creador tiene por su creación. De la tierra,
que en el dar su linfa para nutrir los seres
vivos que la habitan, da luz a tantas prima-
veras, el pensamiento recoge gustando el
amor infinito, aquel único e irrepetible mila-
gro que consume toda fracción de tiempo.
El hombre, criatura predilecta del amor
de Dios, florece como la primavera y como
un capullo se abre al sol en toda su belleza,
para mostrar los infinitos colores y matices
que el alma en gracia multiplica; es como
flor que resplandece y todo lo perfuma,
esparciéndose en el todo.
Tú, hombre auténtico, te completas en
Dios tomando así un vestido tejido por las
más preciosas hilaturas y, en verdad, un teji-
do que es purificación de los pueblos y sos-
tén en su vacilar. Tú, peregrino en el mundo,
que fijas las ramas en el tronco, reconstruye
el pueblo de Dios, sana las heridas y salva
las distancias entre corazones; divide tu
corazón para que sea un corazón ofrecido
que se da a todo y a todos de igual manera y
que, en ese darse, se lacera cada vez más,
hasta dar ese Amor que te viene del Padre,
para ser todo en Dios.
Tú, preciosa flor que floreces en la santa
primavera, la misma que fue santificada por
la pasión y resurrección de nuestro Señor
Jesucristo, has madurado como la más bella
de las flores y te has vestido de luz, te has
vestido de todos nosotros, para llevarnos a
Dios, en un infinito de gloria. Gracias
Amigo, Hermano, Padre y Madre, Santo.
Amor. Orar es alabar a Dios en cualquier
circunstancia, en la alegría y en el dolor, en
el esfuerzo y en el descanso, en la salud y
en la enfermedad, porque siempre, incluso
cuando no Le sentimos, Él está junto a
nosotros, con nosotros. Nunca estamos
solos; Yo estaré con vosotros siempre hasta
la consumación del mundo
(cfr Mt 28, 20).
En este tiempo de gracia digamos sí a
Dios. Renovemos conscientemente nuestras
promesas bautismales; la fe en Cristo y la
renuncia a satanás, a todas sus obras, a sus
seducciones. Alcancemos en el sacramento
de la confesión el perdón de los pecados y el
don de la reconciliación con Dios y con los
hermanos. Acojamos en la santa Eucaristía
el don de la vida en Cristo y la fuerza de
poder darnos a los hermanos. No os cerréis:
con la oración decid Sí a Dios y Él os dará
en abundancia.
Es más, Su don nos lo ha
dado ya; esta ahí, ante nosotros, incluso
dentro de nosotros; espera sólo ser recono-
cido y acogido: ¡es Cristo Jesús!
Así como en la primavera la tierra se
abre a la semilla y da el ciento por uno,
que nuestro corazón se abra al Reino de
Dios que bajará como la lluvia sobre la
hierba, como el agua que riega la tierra
y
así en el mundo florecerá la justicia y
abundará la paz
(Sal 71 (72), 6-7). María
está con nosotros y nos ama con amor
tierno.
Tan tierno como un brote, como un
retoño primaveral. Es la Vida que florece en
Ella y que nos da para nosotros. Es el reto-
ño del tronco de Jesé
(Is 11, 1) que espera
florecer en nosotros.
N.Q
La primera encíclica del papa
Un Dios que es sólo amor
La primera encíclica de un papa se llama
programática, es una especie de manifiesto
básico que el sucesor de Pedro desea dar a la
Iglesia durante el periodo que le es confiada.
Y tal como nos indica el título del docu-
mento del papa Benedicto, afirma su volun-
tad de partir de los cimientos del cristianis-
mo: Dios es amor (1Jn 4,16), a favor de una
humanidad cada vez más dividida por las
innumerables opciones que le ofrece la
sociedad, a fin de darle unas vías seguras
que le conduzcan a Dios.
De hecho, sólo con esta afirmación se
puede intentar comprender el misterio de un
Dios encarnado y muerto en la cruz, para
salvar a sus propios hijos. Sólo en esta luz se
pueden aceptar los dictámenes de una fe que
nos invita a una continua actitud de acogida,
de comprensión y misericordia hacia todos,
sin exclusión de los enemigos. Sólo desde la
perspectiva de un Amor que es Dios mismo,
se puede poner orden en este bazar de “amo-
res” que el hombre se procura para satisfa-
cer la profunda sed de su existencia.
Un problema de lenguaje
“El término amor se ha convertido
actualmente en una de las palabras más usa-
das y también abusadas, a la que le damos
los más diversos significados”, afirma el
papa, proponiéndonos a la vez un interro-
gante: “¿El amor, en toda la diversidad de
sus manifestaciones y en última instancia,
es uno sólo, o por el contrario utilizamos la
misma palabra para indicar realidades total-
mente diferentes?”.
Para responder a esta pregun-
ta el Santo Padre se apoya, como
ya su título indica, en la defini-
ción de Dios como amor: “El
nombre de Dios se relaciona a
veces con la venganza o hasta con
el odio y la violencia… Por eso
en mi primera Encíclica deseo
hablar del amor, del cual Dios nos
colma y que a la vez nosotros
debemos dar a los demás”.
Pero ¿de qué amor se habla?
Del amor en cuanto caritas, es decir, del
amor en el sentido pleno y más total.
Formado por el eros (compulsión humana
pasional que nos impele a una dimensión
superior) y ágape (amor “descendente”,
entendido como donación de sí mismo, o
bien amor oblativo). Dos elementos que un
cierto tipo de mentalidad ponía en contrapo-
sición, cuando en realidad constituyen una
inseparable unidad: “Si se quiere llevar al
extremo esta antítesis, la esencia del cristia-
nismo resultaría desarticulada de las funda-
mentales relaciones vitales de la existencia
humana, constituyendo un mundo aparte…
En realidad eros y ágape nunca van separa-
dos completamente el uno del otro”, sugiere
el Santo Padre.
Purificarnos para amar mejor
No obstante no deja de ponernos en
guardia sobre el peligro de fáciles degenera-
ciones, al cual se ha aficionado el mundo de
hoy. De hecho, para llegar a la calidad del
amor que por su naturaleza promete infinito
y eternidad: “Son necesarias purificaciones
y maduraciones, a las que se llega por el
camino de la renuncia. Esto no significa
menosprecio del eros, pero sí
la curación en vistas a su
verdadera grandeza”, admite
en tono realista el papa.
“Hoy, con no poca frecuen-
cia, se reprocha al cristianis-
mo del pasado el haber ido
contra la corporeidad; de
hecho, tendencias en este
sentido siempre se han dado”
–explica- “aunque la exalta-
ción del cuerpo que hoy se
da, es engañosa. El eros degradado a puro
“sexo” se convierte en mercancía, una sim-
ple “cosa” que se puede comprar o vender,
es más, el hombre mismo se convierte en
mercancía”. Y más tarde añade: “Sí, el eros
quiere elevarnos “hasta el éxtasis” hacia lo
Divino, conducirnos más allá de nosotros
mismos, pero precisamente por esto, se
requiere un camino de ascenso, de renuncia,
de purificación y de curación.”
La armonía del amor
Se puede decir que el desafío del eros en
el hombre está superado cuando cuerpo y
alma están en perfecta armonía. “Entonces,
el amor se convierte sí, en “éxtasis”, pero no
un éxtasis en el sentido de un momento de
embriaguez pasajera, sino como éxodo per-
manente del yo encerrado para ir hacia su
liberación por el don de sí, precisamente
para salir al encuentro de sí mismo”.
En definitiva eros y ágape exigen una
completa inseparabilidad, es más, se entre-
lazan en su justo equilibrio, tanto más, cuan-
to más se realiza la verdadera naturaleza del
amor: “El hombre se encuentra verdadera-
mente a sí mismo, cuando cuerpo y alma se
funden en una íntima unidad; el desafío del
eros puede decirse entonces verdaderamen-
Era un día de primavera
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te superado, cuando esta unificación se con-
sigue”, sintetiza el papa Ratzinger.
La primera parte de la encíclica se ocupa
como hemos visto, en definir los perfiles del
amor para que pueda ser vivido en su más
pura esencia. Pero el cristiano se plantea un
desafío que nace del mandamiento: ¡ama al
prójimo como a ti mismo
! En virtud de esto
y de otras innumerables invitaciones con
que el Señor nos exhorta a ocuparnos del
prójimo, el cristianismo se ha prodigado
siempre en “obras de caridad”.
Son numerosísimos los carismas de los
diferentes institutos religiosos fundados
para la asistencia a los necesitados en el
cuerpo y el espíritu: “Sólo el servicio al pró-
jimo abre mis ojos para ver lo que Dios hace
por mí y para ver cómo Él me ama”, conti-
núa en su carta el Sucesor de Pedro. Pero
atención, a veces, si la caridad no parte de
nuestra relación personal con Dios, no es
más que una forma de asistencia social,
mientras que el compromiso de caridad debe
ir más allá de la simple filantropía.
La Madre Teresa y los santos como ella
Los santos nos dan testimonio: “…pen-
semos por ejemplo en la beata Teresa de
Calcuta –han bebido su capacidad de amar
al prójimo de manera siempre nueva, de sus
encuentros con el Señor eucarístico” recuer-
da el papa, precisando que el amor de Dios
y el amor al prójimo son inseparables, son
un único mandamiento. De hecho la llamada
de Dios a amar a los demás, no es un man-
damiento externo que nos imponga lo impo-
sible “sino más bien una experiencia del
amor que brota del interior, un amor que por
su naturaleza, debe ser compartido con los
demás. El amor crece a través del amor…”.
La caridad es más que una simple activi-
dad
“Aunque reparta todos mis bienes entre
los pobres y entregue mi cuerpo a las llamas,
si no tengo amor, de nada me sirve”. Es un
versículo del Himno a la caridad de S.
Pablo, que según el papa Benedicto, debe ser
“la Carta Magna del servicio eclesial: la
acción práctica queda insuficiente si no con-
lleva un amor que se nutre del encuentro con
Cristo. La participación personal en las nece-
sidades y sufrimientos de los demás se con-
vierte así en un mero compartir de sí mismo:
para que el don no humille al otro, debo dar-
le no solamente algo de mí, sino darme a mí
mismo, debo darme en don como persona.
Este modo justo de servir hace humilde a
quien ejerce la caridad
Si seguimos estas indicaciones evitare-
mos un problema frecuente: la posición de
superioridad del que ayuda, frente a aquel a
quien estamos ayudando: “Cristo se situó en
el último lugar en el mundo –la cruz- y pre-
cisamente con esta humildad radical nos
redimió y constantemente nos ayuda. El que
se siente en condiciones de ayudar, recono-
ce que ayudando se ayuda él mismo; no es
por su propio mérito ni a título de vanaglo-
ria el hecho de poder ayudar. Esta tarea es
gracia. Cuanto más uno se entrega a los
demás, tanto más comprenderá y hará suya
la palabra de Cristo: “Somos siervos inúti-
les” (Lc 17, 10)… Cuanto más consciente-
mente y decididamente llevemos a Dios a
los demás como don, tanto más eficazmente
nuestro amor cambiará el mundo”. Red.
Benedicto canta a María
La encíclica termina con María “Madre
del Señor y espejo de toda santidad”. A Ella
le dedica los últimos párrafos de su carta
sobre el amor, a María, que colmó de amor
cada acto de su vida y a La que el Amor con-
virtió en Madre. Pero dejemos que sea el
Santo Padre mismo quien nos hable de la
Pequeña de Nazaret, con sus palabras llenas
de gracia y de tierno amor por Ella:
“En el Evangelio de Lucas la encontra-
mos entregada a un servicio de caridad hacia
su prima Isabel… “Mi alma magnifica al
Señor”. Esta expresión indica el programa
de toda su vida: no ponerse nunca Ella mis-
ma en el centro, sino dar todo su espacio a
Dios,
a Quién encuentra, tanto en la oración
como en el servicio al prójimo.
María es grande, precisamente porque
Ella no quiere ser grande, sino sólo Dios.
Ella es humilde y no quiere ser otra cosa que
la esclava del Señor. Ella sabe que colabora
en la salvación del mundo, no a través de
hacer su propia voluntad, sino poniéndose a
la plena disposición de las iniciativas de
Dios.
Es una mujer de esperanza: porque
cree en la promesa de Dios y espera la sal-
vación de Israel. Por eso el ángel pudo pre-
sentarse ante Ella y llamarla al servicio deci-
sivo de estas promesas.
Es una mujer de fe: “Feliz
Tú, porque has creído”, le dice
su prima Isabel. Por así decirlo,
el Magnificat es un retrato de
su alma, enteramente tejido por
los más delicados filamentos de
la Sagrada Escritura, de la
Palabra de Dios. Esto nos reve-
la que Ella, con la Palabra de
Dios, se encuentra verdadera-
mente como en su casa, de la
cual sale y entra con naturali-
dad. Ella piensa y habla con la
Palabra de Dios, la Palabra de
Dios es palabra suya y su pala-
bra nace de la Palabra de Dios.
Y esto nos revela además, que
sus pensamientos están en sintonía con los
pensamientos de Dios y que su voluntad es
la de Dios. Estando íntimamente llena de la
Palabra de Dios, pudo convertirse en Madre
de la Palabra encarnada.
Finalmente, María es la mujer del
amor. ¿Cómo podría ser de otra manera?
Como creyente en la fe que piensa con los
pensamientos de Dios, y con su voluntad
sometida a la voluntad de Dios, Ella no pue-
de ser más que la mujer que ama. Esto lo
podemos intuir por los gestos silenciosos
referidos en los evangelios de la infancia de
Jesús. Vemos, por ejemplo, con qué delica-
deza en las bodas de Caná, se percata de la
necesidad por la que están pasando los espo-
sos y la presenta a Jesús. La vemos también
con qué humildad acepta su soledad y retiro
de Nazaret durante la vida pública de Jesús,
sabiendo que su Hijo debe fundar una nueva
familia y que la hora de la Madre llegará
sólo en el momento de la cruz, que será a la
vez la verdadera hora de Jesús (cfr Jn 2,4;
13,1). Entonces, en la huída de los discípu-
los, Ella permanecerá bajo la cruz; pero más
tarde, en la hora de Pentecostés, serán ellos
quienes alrededor de la Madre, esperarán la
venida del Espíritu Santo.
María se ha convertido, de hecho, en
Madre de todos los creyentes. A su bondad
materna, como a su pureza y belleza virgi-
nales, se dirigen los hombres de todos los
tiempos y del mundo entero, en sus necesi-
dades y esperanzas, en sus alegrías y sufri-
mientos y en sus soledades o vida comunita-
ria. Siempre experimentan el don de su bon-
dad,
experimentan el amor inagotable que
emana de Ella, de lo más profundo de su
corazón. Los testimonios de agradecimiento
que todos los continentes y todas las cultu-
ras le tributan, son el reconocimiento a un
amor puro
que no se busca a sí mismo,
sino que simplemente ama. La devoción de
los fieles revela al mismo tiempo la intui-
ción infalible de que es posible amar así, es
posible gracias a la más íntima
unión con Dios, en virtud de la
cual la criatura es totalmente
invadida por El. Una condición
que permite, a quién ha bebido
en la fuente del amor de Dios,
convertirse él mismo en fuen-
te
“de la que brotan ríos de
agua viva” (cfr Jn 7,38).
María, la Virgen, la
Madre, nos muestra qué es el
amor, dónde se origina y de
dónde saca su fuerza siempre
nueva. A Ella confiamos la
Iglesia y su misión en el servi-
cio del amor:
Santa María, Madre de Dios,
Tú has dado al mundo la verdadera luz,
Jesús, tu Hijo e Hijo de Dios.
Te entregaste completamente
a la llamada de Dios
convirtiéndote así en fuente
de bondad que mana de Él.
Enséñanos a conocerlo y a amarlo,
para que también nosotros
podamos ser capaces de
amar con verdadero amor,
y ser fuente de agua viva
en medio de un mundo sediento.
Benedicto XVI
EL EMBRIÓN
Tomemos el salmo 138 y observemos
cómo la mirada amorosa de Dios se dirige
hacia el ser humano, considerado desde sus
inicios, pleno y completo. El es aún un ser
“informe” en el útero materno. Podríamos
decir que es cómo una pequeña realidad
oval y redondeada, sobre la que Dios se
inclina con una mirada benévola y amorosa
.
El salmo nos narra el símbolo
de la vasija de barro y del alfa-
rero que “forma”, plasma su creación artís-
tica, su obra maestra. Realmente poderosa
es la idea de que Dios en aquel embrión, aún
“informe”, ve ya todo su futuro; en el libro
de la vida del Señor están escritos los días
que aquella criatura vivirá, y todo cuanto
realizará en su existencia terrena. De ahí la
grandeza trascendente de que el conoci-
miento divino, no sólo abarca el pasado y el
presente de la humanidad, sino todo el arco
del futuro aún desconocido.
QUÉ PIENSA EL PAPA DE…
3
Eco 186
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La vida, un don para
no desperdiciar
¡Cuántas formas de vida nos rodean,
cuanta energía vital emerge continuamente
del seno del Padre para derramarse sobre la
tierra y generar, generar, y generar…! Un
movimiento continuo que no se puede dete-
ner porque Dios es una fuente de vida abier-
ta eternamente.
La observamos fugaz en una flor, o
secular en los árboles, que asisten inmóviles
al cambio generacional mientras ellos, fir-
mes, perduran a lo largo del tiempo.
Admiramos la vida animal, sorprendente y
fascinante en su variedad de formas, entre-
gada al hombre para que él mismo obtenga
vida de ella. Pero en estas criaturas la vida
comienza, y tras un cierto tiempo, corto o
largo, acaba. En el hombre no es así. La vida
es un don gratuito, que una vez esbozado,
no se extingue más. Tiene fin aquí en la tie-
rra cuando se completa el proceso del cuer-
po, que la acoge al principio para que ella
misma asuma rasgos y madure en su propia
identidad; pero luego continúa mas allá, en
esa dimensión escondida en el misterio pero
transformada, por revelación, en fundamen-
to de nuestra fe.
Sabemos bien cuanto se ha adentrado,
como nunca hasta ahora, el hombre en los
secretos de la vida a través del constante pro-
greso técnico y científico. También esto es un
don a la vida, que así adquiere calidad y dura-
ción. ¿Pero, a qué precio? ¿Y quién paga?
Si somos honestos, sabemos bien la res-
puesta. Embriones que no llegan a nacer
porque son “inadecuados” para ser planta-
dos en úteros que no los han generado, son
objeto frecuente de experimentos, o mejor,
de pruebas y de inevitables fracasos. El mer-
cado y la manipulación son sus destinos.
Vida desaprovechada, como la de los
hijos concebidos sin el deseo de acogerlos,
y por tanto, cortada de raíz desde su naci-
miento para que el “problema “ quede eli-
minado. Astronómicas son las cifras de los
abortos provocados cada segundo en el
mundo. Un mundo creado para que explote
de vida y que, sin embargo, genera muerte
continuamente.
Los métodos son cada vez más sofistica-
dos e inmediatos, como la nueva píldora
abortiva
(RU486) de la que tanto se discute.
Un fármaco pensado para evitar el trauma de
la intervención a la mujer pero que, en defi-
nitiva, no hace sino anular su conciencia
sobre lo que está por acontecer. Las indica-
ciones especifican, de hecho, que se da una
“expulsión de tejidos embrionarios”, pero
nadie osa decir nada sobre la vida de esa per-
sona que termina. Una de las tantas mentiras
cómodas, detrás de la cual se esconde quién
de la mentira es el príncipe, además de acu-
sador por excelencia. El resultado final es
que hay unos que se descargan de la respon-
sabilidad mientras que las mujeres asumen
todo el peso, preparando así el terreno a ine-
vitables sentimientos de culpabilidad que no
dejarán de hacerse sentir.
Pero este grito de alarma llega justa-
mente de las mujeres, de esas mismas
mujeres que por diversas circunstancias se
deshicieron de esa gestación no deseada.
Demasiados factores influyen en ese
momento, y el demonio sabe bien cómo
aprovecharlos; muy a menudo sin una con-
ciencia real de la madre, que se torna a su
vez víctima, junto a su hijo. Una madre esto
lo sabe, incluso sin “saberlo”. En alguna
parte de su ser siente ese peso y conserva el
recuerdo. Y si abre la puerta a Dios que es
vida y luz, puede transformar ese triste
evento en ocasión de redención para sí mis-
ma, para su criatura y para los demás.
Son muchas las mujeres que dan testi-
monio de este hecho, y muchas incluso lo
relatan por escrito para sensibilizar a quien
corra ese peligro y para dar ánimo a quienes
ya lo hayan vivido. Vale la pena mencionar
un par de libros que nos han sido recomen-
dados e invitar a buscar otros para buscar la
voz de estas madres que en cierto modo,
buscando a Dios, han reencontrado a sus
hijos e instaurado con ellos una nueva rela-
ción, distinta a la que pudiera haber tenido
lugar en la tierra, sin duda plena y real. No
gozan todavía de su abrazo que, sin duda, un
día será eterno.
El primer libro viene de América, recién
traducido al italiano, y publicado por
Edizioni Segno : “Una vista migliore” de
Joan Ulicny. Una ex-directora de IBM
explica su personal e imprevista conversión,
iniciada después de una peregrinación a
Medjugorje a donde fue para pedir la gracia
de sanar de su ceguera, tras un horrible acci-
dente. Pero ésa no fue la mayor sanación.
Joan, de hecho vuelve a
casa con las manos vacías,
semiciega como antes, y
en lugar de perder la fe por
la desilusión de “una gra-
cia no concedida”, recobra
su fe. Se da cuenta poco a
poco de que hay que hacer
la voluntad de Dios, la cual
no coincide necesariamen-
te, es más, no coincide casi
nunca con la nuestra y se
esfuerza en aceptar su ceguera. Al final de
un largo y tormentoso recorrido, llega inclu-
so a agradecer a Dios por haberla dejado
ciega. Es a partir de ahí que comienza a ver
de verdad… Y ahí, dentro de ella le espera
una herida que desde hacía tiempo esperaba
ser vista y que Joan había archivado: la de
un aborto voluntario….
El segundo, “El Baile de Dos corazo-
nes” de Francesco Moggia (Ed. Il
Melograno), es una novela breve destinada
principalmente a los jóvenes. Jovencísima
es la protagonista Rebecca, de 16 años, que
ante una gestación inesperada, se ve ante
apuros y problemas hasta la fecha casi des-
conocidos.
El aborto se perfila como la solución
última para salir de una situación no desea-
da y no querida, pero el encuentro con una
joven chica extranjera, poco a poco lanzará
a Rebecca a una decisión más allá de sus
proyectos y de su vida misma. A través de la
dinámica interior y de las emociones de la
protagonista, se capta un camino de creci-
miento y de concienciación basado más en
el corazón que en la razón, donde el Amor
tiene la última palabra.
S.C.
Uno solo es el camino que el Señor ha
recorrido para redimirnos, uno es el camino
que El ha indicado para llegar a la salvación,
no existen otros. El cristiano es aquel que
sabe reconocer este sendero estrecho y sabe
dar la respuesta que el mundo anda buscan-
do, no entendiendo el significado del sufri-
miento, escandalizándose delante de cada
cruz.
“Queridos hijos, de la cruz
provienen grandes gracias”
Si alguna vez hemos conseguido abra-
zar, por amor a Dios, la pequeña cruz que la
vida nos imponía, habremos experimentado
que estos son los momentos más fecundos
de la vida espiritual, momentos de paso
hacia una luz nueva, momentos en los que
podemos experimentar que es Cristo mismo
que sufre con nosotros, en nosotros.
A pesar de ello, siempre ante un nuevo
sufrimiento no esperado, advertimos en
nosotros una fuerte resistencia, una rebelión
difícil de controlar. A veces nuestra volun-
tad consigue ser más fuerte, sin embargo el
cristianismo no debe ser confundido con
una especie de estoicismo, o sea con un
estado de imperturbabilidad frente al dolor.
Si en esta tierra debemos encontrar siempre
sufrimiento, el Señor nos promete alegría
plena y plenitud de vida; si la sensibilidad
que se despierta en nosotros nos abre a com-
partir su dolor continuado en cada uno de
sus miembros, ¿Estamos llamados, a pesar
de ello, a ser testimonios de una proclama-
ción auténtica y encantadora?
¿Cómo conciliar todo esto?
Experimento que la puerta se halla justa-
mente en la contemplación profunda y cons-
tante de la pasión del Señor. Sí, quien se abre
E
L CAMINO QUE LLEVA AL CIELO
4
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Entrevista a Jelena
La Virgen nos ha dicho la verdad
a contemplar la locura de Amor que ha lleva-
do a Dios eterno e infinito a inmolarse como
el último de los hombres, estará interiormen-
te preparado para sobrellevar cualquier con-
tradicción. Esta alma se sentirá llamada a
dejarse atraer por ese amor loco, incontrola-
do e incontrolable de Dios, de quien recibió
la vida, la redención y todos los bienes.
El “contemplar” no se limita sólo a una
reflexión humana, sino que significa cono-
cer con el corazón, sentir desde dentro, unir-
se a los sentimientos divinos, dejando que
todo nuestro ser se vea envuelto en una rela-
ción viva con el Cristo sufriente. Él fue el
primero que recorrió ese camino libremente.
Por amor nos pide libremente que le siga-
mos, y seguirle, decidirnos por Él, no signi-
fica atraer sobre sí mismo multitud de sufri-
mientos, sino vivir en unión con Él todo por
lo que pasaremos. La actividad de nuestra
alma será siempre exclusivamente la de unir
a Jesús todo lo que vivamos. ¡Sólo entonces
podremos descubrir que el Amor conduce al
sacrificio y el sacrificio a la libertad!
El don del Krizevac
Reflexionando sobre todo esto, podemos
comprender mejor el hecho de que Maria
aquí en Medjugorje ha querido ofrecernos el
don del Krizevac: un Via Crucis que condu-
ce a la cima más alta de la cordillera que cir-
cunvala Medjugorje, cima de gracias muy
especiales y que los peregrinos no dejan
nunca de recorrer.
Qué gran don el poder meditar el Via
Crucis escalando un monte empinado, ¡real-
mente, cada paso realizado con esfuerzo
siguiendo a Jesús en su dolor es un paso que
nos acerca al cielo! ¡El Señor nos atrae hacia
Él, nos llama a subir a lo alto! Siguiéndole a
Él y siguiéndole en el camino del amor
sacrificado, del amor que se entrega por
entero para la salvación del mundo, llegare-
mos cerca del cielo, a un lugar desconoci-
do… Desde allí nuestra vista se abre al hori-
zonte y podemos ver con una mirada nueva
el camino recorrido, intuyendo cuán cerca
estuvo de nosotros en todo momento.
Veremos cuánto nos ha amado para condu-
cirnos a recorrer esos pasos en subida.
Desde allí podremos comprender finalmente
el valor salvador de cada sufrimiento ofreci-
do, superado en unión a Cristo.
Nos espera de nuevo otra cruz, pero esta
vez no nos dejará atemorizados ni despavo-
ridos; sabremos reconocer en esa cruz la
puerta que conduce hacia la nueva dimen-
sión del hombre transfigurado por el amor,
la cruz signo de amor extremo, la cruz fuen-
te de vida y de resurrección, la cruz puesta
sobre la cima del monte santo para ser ben-
dición de todo el horizonte que se llega a
vislumbrar, para ser protección y signo de
pertenencia a Dios del pueblo redimido. Y
unidos a esta cruz podemos ser de verdad
bendición viviente para todo lo que tocamos
y oímos.
¡Qué gracia más grande ser parte de esa
cruz! No, no deseemos, pues, que se nos qui-
te, ni siquiera la pequeña cruz cotidiana, ya
que ella misma realiza y sella nuestra unión
verdadera e íntima con Dios.
Francesco Cavagna
Jesús abraza a las multitudes y a cada
uno, y los entrega al Padre, ofreciéndose a
sí mismo en sacrificio de expiación.
Benedicto VXI
Jelena, estás
desde hace
algún tiempo
ausente de las
páginas
del
Eco. ¿Qué
c a r a c t e r i z a
hoy tu vida,
quien eres tú
hoy en día?
Estamos espe-
rando nuestro
tercer hijo, pero el embarazo no va según
nuestras previsiones y se me ha pedido hacer
reposo absoluto. Pero es un periodo en el
que, mientras experimento todos los límites
del cuerpo, veo que, en estas condiciones de
inmovilidad, el espíritu se puede engrande-
cer siempre más. Vivo pues este momento
también, como de gracia, porque el amor tie-
ne dos lados: uno, que es la alegría y el
impulso de dar, y el otro, que es la cruz que
conlleva esta donación. Pero cuando la cruz
es vivida, la alegría es aún más profunda. De
esta manera todo acaba arreglándose.
¡Parece que la vida tenga que ir siempre bien
para ser verdadera, tal como la imaginamos!
Comprendo cada vez más, en cambio,
que el sufrimiento es la verdadera vida.
Puedo decir, pues, que en este momento
estoy viviendo esta “verdadera vida”.
¿Quieres decir que la cruz es una especie
de morada estable?
La cruz es inevitable, pero cuando es
vivida como un elemento constituyente del
amor, entonces no sólo adquiere mucho sen-
tido sino que se torna más soportable, diría
casi inexistente; por lo menos la carga nega-
tiva que habitualmente advertimos se atenúa
considerablemente .
Mi sufrimiento actual no comporta gran-
des dolores; más que nada experimento la
incapacidad de “producir” según la mentali-
dad de la sociedad moderna, para la que ser
equivale a hacer. Nadie te pregunta quién
eres… ¡Tú me has preguntado quién eres!
La maternidad más que hacer es ser, y, en
este momento, yo vivo este modo de ser.
María nos ofrece su ejemplo. En toda su
vida ella estuvo sobre todo en oración, en
escucha, a disposición de Cristo y, si bien
obraba con Él, la obra que quedaba era la de
su Hijo. El sufrimiento nos pone en esta ver-
dadera visión de la vida, en la cual realmen-
te somos dependientes de Él, donde Él es
quien obra y dispone.
¿Cuál es entonces la actitud correcta ante
el sufrimiento?
Existen tres posibles actitudes. La pri-
mera es cuando la persona, sintiéndose
aplastada por el sufrimiento, trata de resistir
y luchar. En este caso la persona se vuelve
agresiva, diría que insoportable para el
entorno, porque trata a toda costa de contro-
lar su vida.
La otra opción es la de sentirse comple-
tamente aplastados y volverse pasivos.
Sucede entonces que se pierde cualquier sen-
tido de cooperación y se cae en depresión.
La tercera opción, en cambio, la veo
como una especie de “baile”, donde la per-
sona debe necesariamente colaborar. En este
baile te sientes llevado por la energía de
Dios: no eres tú la fuente de energía porque
es Él quien te guía, pero en cambio no eres
pasivo, no eres una marioneta que Dios
arrastra a la fuerza, sino que se da una inte-
racción. Creo que el sufrimiento debe ser
vivido así, como un intercambio de baile
con el Espíritu Santo: Él te inspira, te mues-
tra los pasos, pero tú siguiéndolos expresas
un acto de voluntad. Vemos así que el sufri-
miento no debe nunca ser vivido como una
destrucción, o una derrota. No debemos ni
resignarnos ni imponer a toda costa a la vida
una voluntad nuestra, porque estaríamos
luchando contra Dios mismo.
En muchos mensajes María hace referen-
cia al sufrimiento vivido como ofrenda a
Dios. Pero el hombre tiene miedo del
sufrimiento. En una sociedad que nos
enseña a evitarlo, o a anestesiarlo, las
palabras de María son como un “antído-
to”, como una medicina. ¿Puedes asociar
lo que acabas de decirnos con lo que Ella
nos ha enseñado en este tiempo?
Hace poco he leído un libro de
Benedicto XVI: María iglesia naciente.
Todavía tengo muy presentes algunas refle-
xiones que utilizaré para expresar lo que
quiero decir. Tengo la impresión de que
deberíamos darnos cuenta de que, sin María,
la Iglesia no es más que una simple organi-
zación de personas, de pueblos que intentan
hacer funcionar un proyecto. María nos da a
entender lo que la Iglesia es en verdad: la
Iglesia-esposa, la Iglesia que escucha, la
Iglesia que de algún modo se “somete”, aun-
que este término hoy en día no guste mucho.
En definitiva, una Iglesia consciente de ser
novia de Cristo, no una Iglesia autónoma
que se dedique a “sus asuntos”. Por esto
María en Medjugorje nos pide sobretodo
aprender del Esposo, dejarnos conducir por
El, al igual que ella lo hizo.
En esta perspectiva María pasa a ser figu-
ra central en la vida de la Iglesia.
Sí, y sin María corremos riesgos, porque
nuestra espiritualidad de algún modo se
reduce casi a un activismo. Sólo ella nos
puede enseñar a rezar. Nos encontramos hoy
día en un momento de crisis para la oración,
está en crisis la escucha interior de Dios. Y
por tanto es justo que Ella nos lo venga de
nuevo a enseñar. ¡Sin María no podemos ser
lo que debemos ser! Entonces, más que
hacer prácticas (de oración), por muy nece-
sarias que éstas sean, tal vez debamos
aprender algo del ser de María. Ella es un
signo de cómo cada uno de nosotros debe
ser ante Dios. Pienso que sufrimos una gran
injusticia cuando se nos quita a María.
Tenemos necesidad de ella.
Muchas personas justifican con la falta
de tiempo y de espacio en su jornada la
imposibilidad de rezar. María viene a
pedirnos, según lo que afirmas, que sea-
mos “contemplativos” en el mundo.
¿Cómo se consigue eso?
Una vez más hago referencia al libro del
Papa, donde se habla de la dimensión de la
maternidad sin la cual el mundo no puede
avanzar. El problema es que la función de la
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maternidad esta casi completamente desfi-
gurada en el mundo, porque las responsabi-
lidades que siempre fueron de la madre,
ahora ya no lo son. Esto se da porque hay
una visión machista de la sociedad que
induce a creer que si la mujer no “produce”,
no tiene valor. Pero nadie piensa que algu-
nos aspectos de la feminidad son fundamen-
tales para el crecimiento colectivo, como
dice el Santo Padre en el libro: hay cosas
que deben solamente crecer y hay alguien
que debe velar por ese crecimiento.
Entonces la función de la mujer en la
Iglesia es fundamental como capacidad
de hacer crecer las cosas, además de gene-
rarlas.
No creo que las mujeres deban asumir
las funciones de los hombres, tal vez sean
los hombres que deban aprender lo que es la
mujer, porque ante Dios el alma es casi
femenina. No entro en discursos filosóficos,
porque no sería capaz de ello, pero veo que
el alma ante Dios es receptiva y disponible,
o sea acogedora. La mujer, por tanto, no
debe echarse atrás o sentirse inútil en la
sociedad, sino que debe ser profundamente
ella misma y solo así podrá salvar al mundo.
Lo afirma Benedicto XVI en su libro: si
convertimos todo en activismo, las cosas
que deben sólo crecer, como por ejemplo
una vida en el seno, o una flor, ya no podrí-
an existir, porque son asfixiadas por el
hacer. Si no hay maternidad, si no está
María, no hay oración. Y si no hay oración
se pierde el tiempo. Por esto, para muchos la
maternidad no es atractiva, porque nos pare-
ce una pérdida de tiempo pararse a dialogar
con el hijo.
¿Tiene entonces la Iglesia necesidad de
personas dispuestas “a perder tiempo”?
Quien tiene prisa no puede tener una
vida espiritual fecunda. Al igual que una
madre, si vive “deprisa” la relación con los
hijos, no puede vivir su maternidad.
Nuestros hijos tienen mucha más necesidad
de la unión de los padres que del pan.
Nosotros hoy nos preocupamos de casas, de
cosas, y éste es un aspecto muy loable de la
vida; pero hay toda una vida interior que
queda prácticamente ignorada.
Este mundo me parece como una pelícu-
la muda: acontecen eventos que vemos, pero
no divisamos el verdadero sentido de las
cosas porque no escuchamos la voz de Dios
en nosotros. Vivimos mal la vida porque no
nos damos cuenta de que las relaciones
humanas, al ser espejo de las relaciones con
Dios, es lo más importante en esta tierra.
¿Por qué, según tú, se crean conflictos en
las relaciones?
Porque cultivamos proyectos nuestros,
que a veces, son también obsesiones. Porque
debemos llegar a un objetivo a la fuerza, sin
escuchar ni al Espíritu Santo ni a los demás.
Debemos ser en realidad una armonía con
Dios y con nuestros hermanos que nos rode-
an: ¡no puede ser todo como nosotros quere-
mos! Yo diría entonces que deberíamos pre-
ferir al prójimo antes que a nosotros mismos.
Sé que es tarea difícil, pero cuando tratamos
así a los demás, los demás harán lo mismo
con nosotros. Por tanto casi nos “conviene”.
Nosotros estamos excesivamente preocupa-
dos por nuestros bienes, por nuestros dere-
chos, pero sólo el bien conquista el corazón
de los demás. Y en la medida en que seamos
sus aliados, tanto más crecerá este bien tam-
bién dentro de nosotros.
María nos ha preparado en estos años y
desea que hoy sus hijos estén preparados.
La rutina hace que se pueda debilitar ese
fervor inicial. ¿Qué dirías a quien ha
“respondido a su llamada”?
Yo diría que seguramente la oración
debe ensanchar el corazón, ese corazón que
a menudo tiende a cerrarse. Falta el amor,
falta el vino, como en Caná. Poco a poco,
nos cansamos en el camino. Debemos fiar-
nos de la Virgen que nos ha dicho la verdad
y no debemos dudar, o sea, no debemos per-
der la fe.
A menudo veo que las personas se sien-
ten aisladas, como si decidirse por Dios sig-
nifique apartarse. En cambio quien se deci-
de por Dios entra en el corazón del mundo.
El mundo desea a Dios, pero es como un
hijo inmaduro que no es capaz de oír la voz
de su padre.
Desde hace ya muchos años vives en
Roma. ¿Cómo es tu relación hoy con
Medjugorje?
Para mí Medjugorje no es un lugar sino
un estado. Antes hablaba de una película
muda, en cambio Medjugorje me parece una
película con un sonido muy profundo, don-
de hay una gran conciencia sobre la vida y
donde uno se da cuenta del destino. Aquí
veo que no existe conciencia, no sabemos a
dónde vamos. Caminamos sin saber a dón-
de. Medjugorje encarna esta conciencia de
tener a Dios entre nosotros, donde es normal
sentir que Dios está de verdad con nosotros,
en cualquier dimensión humana, hasta la
más simple, a pesar de todas las limitaciones
que allí existen. He notado que en
Medjugorje el amor queda para siempre,
aunque las personas no siempre hablan bien
unas de otras, en el fondo hay ese amor que
es compromiso. ¡En cambio aquí me parece
que hay siempre una falta total de compro-
miso en todo!
¿Cuál es tu misión?
No la veo como una profesión, seguro
que no. Tampoco una actividad que pueda
desempeñar. Probablemente, ante todo,
vivir verdaderamente la encarnación en
cada aspecto de mi vida y ser en cierto modo
como un puente. No quisiera que parezca
demasiado vanidoso, pero últimamente
pienso que cada uno de nosotros debiera ser
como María, porque ella en sí misma refle-
ja la obra de Dios, para que el mundo pueda
creer en esta Presencia. Quisiera, en pocas
palabras, tratar de actualizar la vida cristia-
na. Y por tanto llevar una vida ordinaria
pero al mismo tiempo también extraordina-
ria, es decir, tomar esas decisiones que pare-
cen escandalosas para el mundo de hoy.
¿Me dices unas palabras para la Iglesia
de hoy?
Vivo muy intensamente el sentido de la
universalidad de la Iglesia; pienso que tene-
mos una gran familia y no podemos ence-
rrarnos en nuestra pequeña familia. Aun
siendo madre de varios hijos, veo que ellos
tienen mi mismo destino, el de participar de
esta gran familia. Luego la palabra que me
pides es: ¡Amor!
(entrevistada por S.C.)
El retorno al Padre
de don Divo Barsotti
Hace años accedió a mi peti-
ción para una entrevista, para que
estuviera presente en primera per-
sona en nuestras páginas de Eco.
Pero más tarde el respeto a una enfermedad
que le invadía en su edad anciana me hizo
postergarla. Me quedo con la pena de no
haberlo hecho, y con el consuelo de sentirle
más cerca, ahora que, liberado de su cuerpo,
puede comunicarse a través del Espíritu:
“Es un hecho bastante relativo que la pared
del cuerpo nos impida vivir juntos. La unión
con Él no se basa en la experiencia sensible,
sino en el Cristo que nos ha unido a Él y ha
querido que seamos un solo Cuerpo con Él”
escribió antes de enfermar.
Don Divo Barsotti subió al cielo el 15
de febrero en su Casa de San Sergio, la
pequeña ermita que acoge en Settignano
(sobre las colinas de Florencia) a la
Comunidad de los Hijos de Dios, fundada
por él en 1948. “Fue sacerdote, místico,
escritor, teólogo, predicador, consejero y
padre espiritual, fundador de una
Comunidad, hoy día formada por mas de
dos mil miembros y difundida internacio-
nalmente. Él solo quiso siempre una cosa:
buscar a Dios”, nos ha recordado el carde-
nal Antonelli durante el funeral. “Él solía
decir que la muerte no existe, y si existe, es
sólo como una medicina para abrir definiti-
vamente nuestro yo al amor infinito de Dios.
Cuanto más anciano se hacía, más vivo se
sentía. La alegría y la paz que irradiaba de
modo creciente en torno a sí, han testimo-
niado espléndidamente que para él, la muer-
te era el cumplimiento de la vida.”
Pero el mayor recuerdo permanece en
sus hijos que le han acompañado en estos
últimos años, que tomaron de él sus ense-
ñanzas, los escritos (más de 500 fueron los
volúmenes que publicó), los recuerdos y
sobre todo el amor paterno que nunca escati-
mó con ellos: “Tened confianza. La muer-
te no me da miedo…
Yo os dejo sólo apa-
rentemente. En realidad estaré con vosotros
más que antes”, escribió en su último men-
saje a ellos, dictado pocos meses antes de
morir, a su sucesor don Serafino Tognetti.
“No abandonaré a nadie, - seguía diciendo-
os recomiendo permanecer unidos; no
dudéis, no os disperséis, no os desaniméis”.
Son en realidad palabras “que llegan”,
que cada uno puede hacer suyas porque
transmiten la prontitud del pastor que sabe
como proteger a su rebaño y garantizar a
éste pastos verdes y frescos. Son también
palabras que llevan el sello de un hombre
que “conoce el camino que lleva a casa” y
que toda su vida buscó la unión total con
Dios: “vivo una continua ansia, un deseo
siempre mayor de alcanzar a Dios”.
Le encomendamos a María a la que, con
solo 20 años, don Divo pronunció su acto de
ofrecimiento: “Quiero que toda mi vida sea
sólo un acto de amor a ti, oh mi dulce Reina,
y para darte mejor una prueba de mi amor
por ti, yo desde ahora mismo me ofrezco a ti
por entero junto a todas mis cosas, y me
ofrezco a Dios como víctima de holocaus-
to
suplicándole que me consuma siempre
mas en tu amor”.
Redacion
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Podría sonar así hoy día la voz de Cristo.
Esa misma voz que en diversas situaciones,
en el evangelio, ha repetido:¡No temáis! (Mt
28,11); ¡Ánimo, soy yo, no temáis! (Mc
6,50). ¡No temas, rebañito mío! (Lc 12,32) ;
¡No temas, ten solo fe! (Mc 5,36).
Era el tiempo en el que el Mesías se pre-
sentaba a los hombres, y estos aprendían
poco a poco a conocerlo en la novedad que
Él traía. Pero nosotros, cristianos de hoy día,
le conocemos ya desde hace siglos. Y
muchas son las experiencias personales, y
de otros, que testimonian esta verdad: ¡Si
está Jesús
, no debemos temer!
Entonces, ¿por qué permitimos al mie-
do, en sus distintas formas, que invada con
prepotencia nuestro interior? ¿Por qué auna-
mos tantos temores que nos atan y nos qui-
tan la paz? ¿Por qué, sobre todo, permitimos
a quien desea controlarnos, que nos someta
por nuestros miedos? Si el hombre ha sido
creado para ser libre, ¡debemos saber que el
miedo es uno de los ladrones más astutos de
nuestra libertad!
Dónde y porqué nacen los miedos, no
es tarea mía decirlo. Seguramente existen
muchos libros que hablan de ello. Diversas
son las causas y múltiples los factores cau-
santes de que éstos aniden en nosotros. Sería
útil saber más acerca de ello. Pero en nues-
tro caso lo importante es comprender los
mecanismos interiores que impiden al alma
respirar tranquilamente para crecer en sabi-
duría y en gracia (cfr. Lc. 2,40),
según los
pasos previstos por el Espíritu de Dios.
A veces sucede que alguien desea con-
trolarnos de modo estricto y, para satisfacer
su ansia de poder, nos hace vulnerables des-
pertando nuestros miedos. Si lo consigue,
significa que éstos están enraizados en los
puntos donde estamos más expuestos.
¿De quién es la culpa? Seguramente
quien se aprovecha de nuestra fragilidad
actúa en mala fe, pero juzgarle no es nuestra
tarea. Pero nosotros somos en parte respon-
sables, porque si el miedo comienza a mani-
festarse, significa que hay algo en nosotros
que no deseamos perder.
¡He aquí la clave! La clave que ataca
directamente la caja fuerte de nuestros inte-
reses y de nuestras propiedades, por muy
legítimas que éstas sean. Debemos entonces
afrontar el miedo a perder el trabajo, la casa,
la mujer, los derechos, las razones, la salud.
Por no hablar de nuestra propia vida. Cosas,
dejémoslo claro, más que santas. ¿Pero qué
hacemos con las tranquilizadoras palabras
de Jesús? ¿Creemos verdaderamente en
ellas, o bien las abandonamos entre los ban-
cos de la Misa dominical?
Debemos darnos cuenta de que en este
inicio de siglo se percibe en el aire un sutil
y sórdido deseo de control de toda la
humanidad
por parte de fuerzas más o
menos manifiestas, que solo hacen que ali-
mentar el clima de inestabilidad y miedo.
Basta con escuchar los tonos alarmistas usa-
dos en los informativos televisivos. Nadie
nos dice: ¡No temáis! Más bien, por amor a
un espíritu sensacionalista se busca fomen-
tar en nosotros inseguridad, desconfianza y
desaliento hacia un mundo donde “nos pue-
de ocurrir de todo”. El resultado es que
seguimos viviendo nuestro día a día, miran-
do hacia el otro lado.
“¿Hombre, quién te ha robado la espe-
ranza?”, he oído decir recientemente en
una conferencia. Es adecuado preguntárse-
lo. Pero sobre todo a nosotros cristianos.
Los que de una manera u otra se han decidi-
do por el evangelio de la esperanza (cfr. 1Pt
3, 15).Y han creído en el.
Nosotros no resolveremos nada si espe-
ramos que este sistema cada día más global,
cambie. Si sigue basándose en estos crite-
rios sólo podrá empeorar. Pero podemos ini-
ciar desde nosotros mismos, ofreciéndonos
a las manos del Señor para que nos use
como levadura (cfr. Mt 13,33); una levadu-
ra escondida que haga crecer la masa hasta
romper las rígidas paredes del contenedor:
el de las convenciones, de las estructuras,
del árido institucionalismo interesado en
anclarnos en el miedo.
¿Cuál es pues el primer paso que dar?
¡Comencemos a desnudarnos de nuestros
intereses! De la voluntad de quedarnos algo
para nosotros, o de querer gestionar solos
nuestra vida, nuestras cosas, nuestros afectos.
Si de verdad nos fiáramos de Dios, le dejarí-
amos el gobierno de todo. Si hay algo previs-
to para nuestro bien, Él lo defenderá. Si en
cambio ya no nos sirve, lo eliminará para dar-
nos algo mejor. Veremos entonces como poco
a poco nuestros temores ya no tendrán razón
de existir. Hasta que se harán humo. Porque
en realidad de humo están hechos.
Si nos abandonamos a Dios ya no
deberemos luchar para salvaguardar nues-
tros bienes, sino que viviremos libres y tran-
quilos; y a partir de ahí empezaremos a ser
nosotros mismos, abandonando esa máscara
de duro que protege su tesoro, o la del perro
apaleado
que se hace víctima de la injusti-
cia. Es preferible, de hecho, soportar las ini-
quidades que vienen de fuera, quedando
libres por dentro, antes que libres por fuera
pero atenazados por dentro por el terror.
El verdadero antídoto contra el miedo
es por tanto la pobreza de espíritu. El
sano distanciamiento que nos hace ver de
modo real la fugacidad de la vida y nos ayu-
da a fijar la mirada hacia la eternidad que
nos espera. Se abrirán amplios horizontes en
los que podremos entrever atractivas nove-
dades. Las que no podían nacer, porque el
sitio lo ocupaba lo “viejo”, al cual no querí-
amos renunciar.
¿Por qué teméis, cristianos del tercer
milenio? ¡Poseéis las llaves de la ciencia,
los secretos de la técnica, milenios de histo-
ria a vuestras espaldas y hacéis de vuestra
vida una envoltura de miedos! Uniéndonos
a Jesús, que vino a liberarnos, transforme-
mos nuestra existencia en una “custodia de
esperanza”, como decía don Tonino Bello.
Los demás hombres no tardaran en darse
cuenta. Y querrán saber el por qué.
Stefania Consoli
¿Por qué teméis?
¡Éste es un tiempo
de gracia!
de Giuseppe Ferraro
La plenitud de la vida de Dios, a través
de la profundidad insondable del misterio de
la Encarnación, entró en el tiempo. Desde
ese momento, comenzó en el interior de la
historia del mundo un proceso de recapitula-
ción de la creación entera en la carne glori-
ficada del Resucitado que culminará con la
“entrega del Reino a Dios Padre, después de
haber reducido a nada todos los principados
y potestades” (1 Cor 15, 24). Por esto, la
obra de la salvación deberá cumplirse nece-
sariamente en el tiempo de la historia de los
hombres. El tiempo, de hecho, representa
una dimensión esencial en la que se expresa
la acción salvífica de la gracia. Ya en el anti-
guo Libro del Eclesiastés se lee que “todo
tiene su tiempo…” (Ec 3, 1) y nosotros sabe-
mos que, cuando “llegó la plenitud del tiem-
po”, Dios “envió a su Hijo, nacido de
mujer… para que recibiésemos la filiación
divina” (Gál 4, 4).
La Reina de la Paz en sus mensajes
insiste reiteradamente en el carácter espe-
cial del tiempo que vivimos, señalado de
modo extraordinario por la gracia de Su pre-
sencia en el mundo. “Este tiempo es tiempo
de gracia y deseo que la gracia sea grande
para vosotros”
(Mens. 25.06.1989), “Dios
me concede este tiempo como un don para
vosotros”
(Mens. 25.08.1997).
Éste es un tiempo lleno de gracias espe-
ciales, en el que Dios confía a María una
misión determinante para el futuro de la
humanidad, llamando a sus hijos a un paso
nuevo y decisivo: “deseo que también todos
vosotros estéis activos en este tiempo que, a
través de mí, está ligado al Cielo de modo
especial”
(Mens. 25.05.1996). Una época en
la que ya resplandece la luz de los nuevos
cielos y la tierra nueva y que descubre admi-
rables horizontes de la realeza de Cristo
sobre los corazones y sobre la creación ente-
ra: “Es necesario que Él reine… para que
Dios sea todo en todos” (1 Cor 15,25.28):
“Queridos hijos, Dios me concede este tiem-
po como un don para vosotros, para que
pueda instruiros y conduciros por el camino
de la salvación”
(Mens. 25.08.1997).
“Aumentad vuestra oración porque la nece-
sitáis especialmente en estos últimos tiem-
pos”
(1.08.1990).
Pero, ¿cuál es pues la gracia, absoluta-
mente extraordinaria, que Dios ofrece a
sus hijos en este tiempo?
Ésta reside en la
posibilidad de convertirnos con María en
canales de la vida y del amor de Dios para el
universo entero. Una posibilidad que se
ofrece a quien da una libre respuesta de
amor a su llamada de Madre. Por esto Dios
Creador, por medio de Ella, está llamando a
ejércitos de hijos a dejarse transformar inte-
riormente por la acción del Espíritu Santo,
hasta que sus vidas y sus corazones se fun-
dan con el Corazón Inmaculado de la Madre
para unirlos, a través de Ella, al corazón
encendido del Cordero Inmolado. Él es el
único que puede, mediante su ofrecimiento
de realeza, romper definitivamente los sellos
de muerte que todavía cierran multitud de
almas al don de la vida divina y rescatar
“para Dios… con su sangre… hombres de
todas las tribus, lenguas, pueblos y nacio-
nes” (Ap 5,9), para que “todo le sea someti-
do” y “Dios sea todo en todos” (1 Cor 15,
7
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El humilde de corazón
“Aprended de mí, que soy manso
y humilde de corazón, y hallaréis descanso
para vuestras almas” (Mt 11, 29).
Con su nacimiento en un establo, con su
venida terrena y con su muerte en la cruz,
Jesús nos ha mostrado abiertamente que es
el Humilde de corazón.
Jesús es el Humilde de corazón, que se
viste como los hombres y le podemos reco-
nocer, si nos fijamos con atención, en las
personas que encontramos cada día, en los
mendigos, en las personas solas, en cual-
quier hombre, rico o pobre.
Jesús es el Humilde de corazón que
ofrece continuamente y, sobre todo, se ofre-
ce a nosotros y se hace pequeño con noso-
tros, para que lo acojamos como hermano y
amigo. No ofrece nunca para aplastar o mor-
tificar, para ejercitar su supremacía o para
demostrar que es más fuerte, sino para ele-
varnos, para atraernos a Él, para crear comu-
nión. No podemos vivir una vida celestial si
no somos humildes como lo fue Jesús.
Jesús, el Humilde de corazón, nos
haga pues humildes y nos haga entender
que cuando buscamos quedar bien, jactan-
cia, y alabanza humana, nos empobrecemos
porque no le damos a Dios lo que se le debe.
Jesús, el que dice “Aprended de mí, que
soy manso y humilde de corazón”, nos haga
entender que somos estúpidos cuando bus-
camos gloria para nosotros y no para Dios;
nos haga entender que el orgulloso no cons-
truye nada, sino que destruye todo, incluso a
sí mismo; nos ayude a descubrir que lo
importante no es lo que decimos o hacemos,
sino lo que somos; nos haga ser siempre más
semejantes a Él que es el Humilde, y nos
haga descubrir el tesoro, por el que vale la
pena sacrificarlo todo.
Pietro Squassabia
Resp. Ing. Lanzani - Tip. DIPRO (Roncade TV)
Los lectores escriben…
Don Stefano Maria, Bolonia (I):
¡Alabado sea Jesucristo! Soy un monje
benedictino y me llamo Stefano Maria. Al
tiempo que solicito la recopilación de los
100 primeros números del Eco, me gustaría
aprovechar para testimoniar que la lectura
de este santo boletín ha tenido un papel no
pequeño en mi respuesta a la vocación. ¡Que
Dios bendiga todos vuestros esfuerzos y
vuestra dedicación!
P. Felipe Quineche, Peru: Quiero salu-
darlos afetuosamente en el Nombre de
Cristo Jesús y de María nuestra madre. Con
inmensa alegría les comunico que fuí orde-
nado sacerdote diocesano el 25 de Julio del
presente año. He venido recibiendo el Eco
de Maria durante muchos años, y ha sido
una bendicion para mi vida y para la vida de
muchas personas. Sigo trabajando, como
sacerdote en la difusion de tan precioso
periodico. Estoy trabajando ahora en una
zona de mision en la diocesis del Callao, en
una ciudad llamada Pachacutec, zona de
mision de extrema pobreza, abundante proli-
feración de sectas, y donde recién se implan-
ta la iglesia. Creo ue esta revista va ayudar
muchísimo a esta gente que tanto lo necesi-
ta. Mis bendiciones.
G. Chalina, Grecia: Gracias por el tra-
bajo que lleváis a cabo y por estas gotas de
espiritualidad con las que saciáis tantas
almas. Que el niño Jesús y la Virgen María
os acompañen siempre en vuestro trabajo y
os den ánimo, entusiasmo, fuerza y salud
para continuar vuestra misión. ¡Un abrazo
de paz ante la cuna de Jesús!
Tilly Vissers, Nueva Zelanda: mil gra-
cias por el bellísimo periódico de la Virgen.
Es una gran ayuda para el viaje hacia el cie-
lo. Las lecturas, tan especiales, son una gran
gracia para nosotros. De corazón os anima-
mos a continuar y a vivir los mensajes de
nuestra bellísima madre que con paciencia
nos trae a su Hijo. Gracias por vuestro tra-
bajo. Espero poder recibir vuestro Eco
durante mucho tiempo.
Moses Ekene, Nigeria: Quiero daros las
gracias por el envío de vuestro periódico. Me
considero como Mateo, el cobrador de
impuestos del Evangelio que no es digno, y
sin embargo, aún recibo el Eco de María. El
Eco es como oxígeno para el alma; llega me
recuerda la necesidad de permanecer en el
buen camino cada vez que intento desviarme.
Nelida Manetti, Buenos Aires –
Argentina: Quiero agradecerles en mi nom-
bre y el de mi familia por estos años dereci-
bir su hermosa publicación. Aún estando tan
lejos nos sentimos cerca delos milagros en
Medjugorje. Ya es un milagro que una publi-
cación tan sencilla y tan pequeña se convier-
ta en un gran mensaje de ESPERANZA, tan
necesaria en nuestros días. Gracias y Dios
los Bendiga!
28): “Éste es un tiempo especial; por esto
estoy con vosotros, para acercaros a mi
Corazón y al Corazón de mi Hijo Jesús.
Queridos hijos, deseo que seáis hijos de la
luz y no de las tinieblas. Por esto, vivid lo
que os digo”
(ibídem).
El cumplimiento de todo esto, por dis-
posición divina, pasa a través del “triunfo
del Corazón Inmaculado de María”,
ya
anunciado en Fátima, y por la instauración
de su realeza divina sobre el universo:
“Queridos hijos, ayudad a mi Corazón
Inmaculado para que triunfe en un mundo
de pecado”
(Mens. 25.09.1991). María, de
hecho, en este tiempo especial – “este tiem-
po es mi tiempo”
(Mens. 25.01.1997) – lla-
ma a sus “queridos hijos”, elegidos desde la
eternidad para ser “compañeros de los san-
tos y familiares de Dios … morada de Dios
por medio del Espíritu” (Ef 2, 19), al funda-
mental servicio sacerdotal, profético y de
realeza para acompañar a la creación entera
a ese mismo paso pascual que el Hijo reali-
zó una vez para siempre en la “hora” escrita
en el corazón del Padre y que debe ahora
necesariamente implicar a todo el universo:
“Queridos hijos, quiero que comprendáis
que Dios ha elegido a cada uno de vosotros
en su plan de salvación para la humanidad.
Vosotros no podéis comprender lo importan-
te que es vuestra persona en el plan de
Dios”
(Mens. 25.01.1987).
Sólo desde este inefable horizonte de
gracia se puede comprender el verdadero
significado también de esa parte del mensa-
je de la Reina de la Paz de tonalidad apoca-
líptica más intensa, en la que Ella anuncia el
advenimiento de los secretos
referentes a
acontecimientos decisivos para el futuro del
mundo y del gran signo visible que se deja-
rá en Medjugorje cuando acaben las apari-
ciones: “Éste, antes del signo visible, es un
tiempo de gracia para los creyentes. ¡Por
esto, convertíos y profundizad en vuestra fe!
Cuando llegue el signo visible, para muchos
ya será demasiado tarde.”
(Mens.
23.12.1982); “Aquí hay diez secretos, hijitos
míos. No sabéis de qué tratan, pero cuando
lo sepáis será ya tarde! ¡Volved a la ora-
ción! No hay nada más importante que la
oración. Me gustaría que el Señor me per-
mitiese aclararos al menos una parte de los
secretos, pero son ya muchas las gracias
que os ofrece.”
La gracia extraordinaria de la presen-
cia de la Madre de Dios se inserta pues en
un plan de salvación más amplio
destina-
do a implicar a todas a las almas y, misterio-
samente relacionada con él, a la creación
entera que “gime y sufre como en los dolo-
res de parto” (Rom 8, 22). Será de hecho a
través de la respuesta libre de amor de esos
hijos que Ella, de muchos modos, está lla-
mando en este tiempo, que el fuego del
Amor trinitario podrá difundirse en todos los
lugares espirituales del universo, alcanzando
y consumando cada sombra de muerte y de
pecado, para que de la misma noche oscura
del sufrimiento, del dolor y de la muerte ger-
mine la luz pascual de los nuevos cielos y de
la tierra nueva que irradia irresistiblemente
la gloria del Resucitado.
¡Bienaventurados los que hayan aco-
gido en plenitud el don nupcial de la lla-
mada que el Padre dirige a sus hijos en el
tiempo de la gracia!
A éstos se les evitará las asperezas del
tiempo de la purificación, el inevitable “Via
Crucis” del mundo, un paso necesario para
que el universo entero pueda ser plenamente
transfigurado por el Amor puro del Altísimo.*
Villanova M., 3 de marzo de 2006
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