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www.medjugorje.ws » Eco de Maria Reina de la Paz » Eco de Maria Reina de la Paz 201 (Septiembre-Ottobre 2008)

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Mensaje del 25 de agosto de 2008
“¡Queridos hijos! También hoy los
invito a la conversión personal. Sean uste-
des quienes se conviertan y con su vida
testimonien, amen, perdonen y lleven la
alegría del Resucitado a este mundo en
que mi Hijo murió y en que la gente no
siente la necesidad de buscarlo ni descu-
brirlo en su vida. Adórenlo y que vuestra
esperanza sea la esperanza de aquellos
corazones que no tienen a Jesús. ¡Gracias
por haber respondido a mi llamado!”
Que vuestro corazón anhele
al Dios creador
“Porque como la lluvia y la nieve
descienden del cielo y no vuelven allá sino
después de haber saciado la tierra y de
haberla hecho germinar, producir y dar
semilla al que siembra y pan al que come,
así será mi palabra que sale de mi boca: no
volverá a mí vacía, sino que hará lo que yo
quiero, y será prosperada en aquello para lo
cual la envié” (Is 55, 10-11). Así Isaías
expresa la obra creadora y salvífica de la
Palabra de Dios, y lo que nos dice no aferra
plenamente la dimensión de lo que revela.
La Palabra que vuelve al Padre tras haber
realizado lo que Él desea es Cristo Jesús,
Verbo encarnado. “Bendito sea Dios y Padre
de nuestro Señor Jesucristo, quien nos ha
bendecido en Cristo con toda bendición
espiritual en los lugares celestiales.
Asimismo nos escogió en él desde antes de
la fundación del mundo, para que fuésemos
santos y sin mancha delante de él. En amor
nos predestinó por medio de Jesucristo para
adopción como hijos suyos, según el bene-
plácito de su voluntad” (Ef 1, 3-6).
En Él ha recapitulado todas las cosas,
tanto las del cielo como las de la tierra (Ef
1, 10). Jesucristo no es sólo el artífice de
nuestra reconciliación con el Padre; en Jesús
se abre para el hombre, para cada hombre,
una vida nueva absolutamente imprevisible
y todavía hoy sorprendente. El hombre ya no
es el de antes. Ahora cada hombre puede lle-
gar a ser morada de Dios por medio del
Espíritu
(Ef 2,22), completar las obras que
ha completado Jesús
(Jn 14,12), ser asimila-
do a Él
(Jn 14, 20-21). Este camino de asi-
milación se llama conversión. En este tiem-
po en que pensáis en el reposo del cuerpo,
yo os invito a la conversión
. No resulta con-
tradictorio este ofrecimiento de María, por-
que el camino de conversión no se contrapo-
ne a la necesidad de reposo, sino que más
bien conduce a él.Y es verdadero reposo ya
en esta vida, porque satisface la sed del alma
y el anhelo de la carne (Sal 63, 2).
Rezad y trabajad de modo que vuestro
corazón anhele al Dios creador, que es el
verdadero reposo de vuestra alma y de
vuestro cuerpo
. Sólo en Dios todo está en
reposo, porque sólo en Él el amor realiza el
milagro de la coexistencia de opuestos, sin
contradicción. Todo ello no es según lógica,
sino objeto de cotidiana experiencia: son los
pequeños “milagros” de abnegación y amor
que todavía existen y que aún suscitan mara-
villa y admiración.
Que Él os revele su rostro y os de su
paz. Aprendamos a descubrir el Rostro de
Dios en las pequeñas cosas de cada día, y
tarde o temprano la Luz de este Rostro ilu-
minará nuestras mentes y calentará nuestro
corazón. Intentemos ser operadores de paz
en las pequeñas situaciones que vivimos dia-
riamente, y antes o después Su Paz inundará
nuestra alma.
Yo estoy con vosotros e intercedo ante
Dios por cada uno de vosotros. Nada nos
impide, si no nuestra propia voluntad, expe-
rimentar esta presencia y esta intercesión…
¿Por qué no probar? “Él es quien perdona
todas tus iniquidades, el que sana todas tus
dolencias, el que rescata del hoyo tu vida, el
que te corona de favores y de misericordia;
el que sacia con bien tus anhelos, de modo
que te rejuvenezcas como el águila” (Sal
103, 3-5).
“Toma, Señor, y acepta toda mi libertad,
mi memoria, mi intelecto y toda mi volun-
tad, todo aquello que tengo y poseo: Tú me
lo has dado; a Tí, Señor, lo devuelvo, todo es
Tuyo, dispón de ello a tu pleno placer. Dame
Tu amor y Tu gracia, que ésta me basta” (S.
Ignacio de Loyola)
Nuccio Quattrocchi
Mensaje del 25 de julio de 2008
“¡Queridos hijos! En este tiempo, en
que piensan en el descanso del cuerpo, yo
los llamo a la conversión. Oren y trabajen
de modo que su corazón anhele a Dios
Creador, quien es el verdadero descanso
de su alma y de su cuerpo. Que El les
muestre su rostro y les done su paz. Yo
estoy con ustedes e intercedo ante Dios
por cada uno de ustedes. ¡Gracias por
haber respondido a mi llamado!”
Sed vosotros los que os
convirtáis
Todo está listo. Todo está preparado para
nosotros. Ahora nos toca a nosotros partici-
par en el banquete nupcial del hijo del rey
(cfr. Mt 22, 1-4) o a la cena dispuesta para
nosotros (cfr. Lc 14, 16-24). Estamos todos
invitados, se nos espera. Moverse para hon-
rar la invitación significa embocar la vía de
la conversión; y puesto que la invitación es
personal, tal es también la respuesta: con-
versión personal
. Cada uno de nosotros es
llamado personalmente. Puede intentar
excusar su propio rechazo a la invitación,
pero ninguna excusa se sostiene. La llamada
de Dios es talmente fuerte, clara y grande
que no puede ser comparada con ninguna
otra actividad, ningún deber humano, nada
de lo que el mundo normalmente considera
importante, o justo, o debido. Nada en el
mundo, ni fuera del mundo, puede prevale-
cer sobre la llamada a convertirse en mora-
da de Dios por medio del Espíritu
(Ef 2, 22).
Queridos hijos, también hoy os invito a
la conversión personal. No podemos con-
vertirnos manteniendo nuestros hábitos, aspi-
raciones o proyectos. Tenemos que descen-
trarnos de nosotros mismos para centrarnos
en Dios, y todo cambiará; parecerá insignifi-
cante mucho de lo que creíamos importante,
y al contrario resultará necesario mucho de lo
que antes pensábamos que no era esencial.
“Pero las cosas que para mí eran ganancia, las
he considerado pérdida a causa de Cristo. Y
aun más: considero como pérdida todas las
cosas, en comparación con lo incomparable
que es conocer a Cristo Jesús mi Señor. Por
su causa lo he perdido todo y lo tengo por
basura, a fin de ganar a Cristo” (Fil 3, 7-8).
Sólo en Él todo crece ordenado porque todo
crece según la Voluntad del Padre, que nos ha
dado al Hijo para que seamos también noso-
tros hijos en Él. La conversión personal es
don de gracia divina pero necesita de nuestro
, de nuestra apertura y disposición a acoger-
la: sed vosotros los que os convirtáis.
¿Pero realmente deseamos convertirnos?
Y nosotros, que decimos creer en los mensa-
jes de María y nos maravillamos cuando
encontramos a alguien que, abierta o silencio-
samente, muestra que no cree, ¿estamos ver-
daderamente dispuestos a la conversión perso-
nal? Sed vosotros los que os convirtáis, y
La estatua de la Reina de la Paz
Profanada en la Colina
de las apariciones de Medjugorje
“Somos nosotros esa mano que falta, arran-
cada de la Madre para llegar a todos los que
están lejos y darles su caricia…”
Septiembre - octubre
de 2008
- Editado: por Eco di Maria, C.P.
47 - 31037 LORIA (TV)
(Italia)
A. 24, N° 9-10; Esd.a.p. art.2 ,com. 20/c, leg. 662/96 filiale di MN - Autor. tribun. MN: 8.11.86, ccp 14124226
201
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con vuestra vida testimoniad, amad, perdo-
nad y portad la gloria del Resucitado por
este mundo en el que mi Hijo ha muerto y
en el que los hombres no sienten la necesi-
dad de buscarLo y de descubrirLo en su
propia vida
. La invitación es clara: ni pala-
bras ni declaraciones de principio sino testi-
monio de vida. Desear con todas nuestras
fuerzas, con todo el corazón, la mente y el
alma ser permeados por el Espíritu Santo, asi-
milados por Él a Cristo Jesús para que sea Él
quien viva en nosotros. Implorarlo al Padre,
por intercesión de María, para ser testigos del
Resucitado. Él no yace muerto en este mundo,
como el mundo querría; está listo para resuci-
tar en cualquier hombre que Lo acepte y Lo
acoja en su propia alma. Adoradlo, y que
vuestra esperanza sea esperanza para
aquellos corazones que no tienen a Jesús.
Los ojos, la mente y el corazón fijos en Jesús
en férvida adoración para dejarnos adaptar a
Él, y no obstante nuestros deméritos y nuestro
pecado, ello se verificará en nosotros y en los
demás porque ésa es la Voluntad del Padre;
basta creerlo con fe ardiente y dejarse arrastrar
al Vórtice del Amor trinitario, incendiar por el
Fuego del Espíritu. Ésta es nuestra esperanza,
“y la esperanza no acarrea vergüenza, porque
el amor de Dios nos ha sido derramado en
nuestros corazones por el Espíritu Santo que
nos ha sido dado” (Rm 5,5). N.Q
La otra cara
de las Olimpiadas
Junto a varios millones de personas hemos
asistido con interés a los Juegos Olímpicos
que se han celebrado en China el pasado agos-
to. Nos ha cautivado la fascinación que ejer-
cen las competiciones deportivas al más alto
nivel, sobre todo cuando los que se enfrentan
no son profesionales excelentemente pagados
sino atletas empeñados en conseguir un resul-
tado cada vez mejor mediante grandes sacrifi-
cios y un entregado esfuerzo en los entrena-
mientos. Algunos no demasiado apasionados
del deporte quizá hayan admirado solamente
el espectáculo de la inauguración y la fastuo-
sidad con que Pekín ha rodeado el evento
olímpico. Sin embargo, “no es oro todo lo que
reluce”, dice un refrán. Y así ha sido en el caso
del pueblo chino, que se ha visto implicado ya
desde hace unos años en una precisa opera-
ción de maquillaje, estudiada para mostrar al
mundo que iba a visitarlos una apariencia
exterior impecable, a la vanguardia, al nivel de
las grandes potencias occidentales que en rea-
lidad están promoviendo “el fenómeno chino”
por bajos intereses políticos, financieros y
sociales de preocupante alcance. Los que
pagan todo ello, como de costumbre, son los
pequeños, junto a los que se prestan a servir-
les, como los representantes de las Iglesias
cristianas. Lo peor se lo han llevado básica-
mente los derechos humanos más elementales
y la libertad religiosa.
Ya hace algunos meses, la violenta repre-
sión de la oposición tibetana había dejado
bien patente la posición de las autoridades de
Pekín respecto a cualquier tipo de disensión
frente a su gestión. A finales de julio fue dic-
tada a los curas y obispos no afiliados a la
Iglesia católica oficial la prohibición de admi-
nistrar los sacramentos o desarrollar activida-
des pastorales. Más adelante la operación de
“control” se ha verificado de manera más
tácita, y a menudo brutal. Según algunas
informaciones de activistas de la Iglesia clan-
destina, la mayor parte de los sacerdotes que
¿Por qué nos fascina
el Oriente?
Resulta interesante detenerse a reflexio-
nar sobre la belleza y fascinación que el
Oriente tiene en sí mismo, a la hora de trans-
mitir a Occidente en varios niveles esta anti-
gua presencia, meditativa, velada por el
misterio, de arcaicos conocimientos del
interior del hombre. Querría dirigir la mira-
da precisamente hacia esta fascinación, para
comprender cómo es posible que tal influen-
cia, a su llegada a Europa, no se limite sola-
mente a presentar los rasgos de tradición y
cultura que la caracterizan sino que además
aborde el elemento espiritual-religioso
como silenciosa propuesta.
Entre estos “vientos de Oriente” hay que
considerar en particular el reclamo que la
espiritualidad budista presenta con sus idea-
les de paz, no violencia, bienestar, medita-
ción, armonía, contacto con lo “espiritual” y
una abstracción de la realidad hacia el llama-
do estado de “iluminación”. Son todos idea-
les atractivos de por sí, y en cierto sentido
también constituyen propuestas rápidas a esa
exigencia de espiritualidad y evasión que
vive el hombre occidental hoy en día… Pero,
¿por qué arraigan también en los cristianos?
Para encontrar una respuesta a este inter-
rogante es necesario dejar a un lado el hom-
bre en general, que nutre una profunda exi-
gencia existencial de “tendencia a Otro”,
para dirigirse a lo específico en el cristiano,
es decir, a aquél al que todo ha sido revelado
en el conocimiento pleno de Dios, y tiene
acceso pleno y vital a Dios concedido por “el
único Mediador entre Dios y los hombres”,
Jesucristo. A partir de este conocimiento,
que es por lo tanto experiencia de vida, el
cristiano debería mirar a su alrededor con
una mirada que se convierte en discerni-
miento del Espíritu que alienta en él, custo-
diándolo en la unidad del Padre y del Hijo.
Con el fin de arrojar una luz aún más
objetiva sobre esta realidad, retomo algunas
nociones del Magisterio, donde se explica
con extrema claridad la valoración de la
Iglesia acerca de la presencia del Budismo
en europa. En el documento Domus Aurea,
un grupo de obispos y teólogos especialistas
en el diálogo interreligioso afirman en el
punto dos que “la principal preocupación se
refiere al creciente número de cristianos
europeos atraídos por el pensamiento y la
práctica budistas […] Para muchas personas
en Europa, el Budismo representa una anti-
gua tradición de sabiduría espiritual que
constituye una alternativa a su educación
religiosa original y a su trasfondo cultural”.
El propósito, que parte como propuesta e
intervención de la Iglesia, es el de acogida,
en el sentido de una responsabilidad evangé-
lica renovada hacia todos aquellos que por
cualquier motivo se hallan en busca de una
luz espiritual fuera de los confines visibles
de la propia Iglesia. Así se dice, en efecto,
en el punto seis del documento: “Ellos afir-
man estar buscando una alternativa a lo que
experimentan como estéril dogmatismo. A
menudo perciben la Iglesia como excesiva-
mente ‘institucionalizada’, y sostienen que
se manifiesta con un lenguaje obsoleto e
incomprensible. Muchos se lamentan de la
falta de una adecuada iniciación a la oración
personal, a la meditación, a la experiencia
de la salvación personal”.
Con el objetivo de estudiar el fenómeno
de la difusión del Budismo en Europa y para
dar respuesta a esos cristianos que querrían
vivir una vida de fe más profunda, en dos sim-
posios organizados hace algunos años se puso
el acento especialmente en la identidad y
naturaleza del cristiano: “Afrontar estos temas
exige que los cristianos comprometidos en el
diálogo con los budistas profundicen en su
propia fe, la aclaren y la manifiesten en un
lenguaje comprensible para sus interlocuto-
res. Este proceso puede ayudar además a los
cristianos a descubrir algunos aspectos de su
fe que seguirían escondidos si no fueran
requeridos por esta experiencia de diálogo”
La propuesta que se nos hace, por tanto,
es la de buscar dentro de nosotros mismos
las profundas motivaciones del propio ser
cristiano mediante la continua comunión
con la Fuente, que es Cristo luz de la vida,
para vivir en Él todas las situaciones de diá-
logo y contraposición, incluso cuando no
nos sentimos directamente aludidos. Creo
de hecho que la unidad con Cristo represen-
ta una actitud universal, porque a Él se refie-
ren todas las cosas y en Él se “recapitulan”;
se trata por lo tanto de que permanezcamos
estables en esta unidad de la que habla el
apóstol San Pablo (Ef 1,3-14), para ser
miembros, en servicio activo, de Su Cuerpo,
en el diseño del Padre.
Daniele Benatelli
operaba en la capital han sido obligados a
alejarse hasta el final de las Olimpiadas.
Según las estimaciones de la agencia de
información Zenit, actualmente alrededor de
35 obispos de la Iglesia clandestina se
encuentran en la cárcel, bajo arresto domici-
liario o prófugos, y centenares de misioneros
han sido expulsados de China. Esta operación
“de fachada” ha sido estudiada de manera
que todo pareciera libre y lícito. De hecho,
dentro de la villa olímpica los atletas tenían a
su disposición lugares de culto y la posibili-
dad de reunirse con los sacerdotes, pero fue-
ra de las vallas todo esto estaba prohibido.
Como decíamos, también los derechos
humanos han sido ampliamente pisoteados
mediante una intensificación de las acciones
represivas. Según Zenit, los Juegos han lle-
vado asimismo a la expropiación de más de
un millón de viviendas para consentir el
suministro de nuevos servicios. Entre otras
cosas, las autoridades han alejado de Pekín
a los trabajadores inmigrantes, a los mendi-
gos y a otras personas “indeseables” antes
del inicio de las Olimpiadas, y más tarde
han tomado las medidas adecuadas para evi-
tar cualquier protesta durante el evento.
El deporte debería inspirar por sí sólo
principios sanos de crecimiento, de supera-
ción de los propios límites para mejorar uno
mismo, de encuentros amistosos con quien
comparte nuestra misma pasión, de una com-
petición sana que no presupone rivalidad sino
que expresa un enfrentamiento normal en la
diversidad. Hoy en día, por desgracia, se asis-
te a una instrumentalización de todo ello para
afirmar la propia potencia, una arrogante
supremacía sobre los demás, sin tener en
cuenta a nadie. El caso del “fenómeno China”
es extremo en todo, pero preguntémonos:
¿Quién lo ha planificado para desestabilizar
los equilibrios mundiales? ¿Quién lo poten-
cia? ¿Con qué fines? Sin duda las respuestas
no llevarían a un espíritu evangélico de justi-
cia, igualdad, verdad y libertad. Los cristia-
nos, por tanto, deben preocuparse por ayudar
a los que en Oriente están pagando un altísi-
mo precio sólo por el hecho de ser de Cristo.
2
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P
ENSAMIENTOS
S
ENCILLOS
de Pietro Squassabia
Siempre con regocijo
El Espíritu Santo es ciertamente una persona serena y alegre, un joven lleno de regocijo; por
esto, cuando entra en un alma, le lleva el regocijo que la persona percibe de inmediato. Se tie-
ne la impresión de que sólo con regocijo el hombre puede operar el bien, de que sólo con rego-
cijo es capaz de asumir las situaciones felices y tristes de la vida, de que sólo con regocijo pue-
de vivir la vida en plenitud. El Espíritu habla y actúa siempre con regocijo porque es Amor, y
el Amor es Regocijo. Parece que sólo así consiga comunicar con el hombre que está siembre
buscando el regocijo, tras aquel día en el que, con el pecado, lo perdió con tanta nostalgia.
Sí, Dios ha puesto en el hombre el deseo de regocijo para que entienda dónde Lo puede
encontrar. Sin embargo, el hombre tiende a buscarlo en las criaturas y no lo encuentra, por-
que lo busca donde no está. Después del pecado, el hombre no es capaz de distinguir el rego-
cijo verdadero del aparente, el que proviene del Bien y el que no es Bien. Sólo el Espíritu
le indica el camino para alcanzarlo; así viene dada al hombre la capacidad de vivir. Es ver-
dad: el hombre tiene la vida en la medida en que, con la ayuda del Espíritu, hace crecer ese
gérmen de regocijo que Dios le ha plantado en el corazón. Parece casi que el regocijo sea el
indicador del estado de “salud” del hombre: si mora en él el regocijo, su vida espiritual es
alimentada y se robustece; si no lo hace, se debilita y puede incluso morir.
También las enseñanzas de Jesús nos conducen siempre al regocijo y nunca consienten
que nos alejemos de él, incluso cuando la vida se hace difícil. No es una casualidad que
María nos invite a menudo al regocijo con sus mensajes: “Sed gozosos portadores de la paz
y del amor…”. Todas nuestras acciones, hasta las más pequeñas, si hechas con regocijo,
resultan ciertamente gratas a Dios, porque en ellas Él ve Su Rostro. Pidamos entonces a
María, Madre del regocijo, que custodie en nosotros el regocijo que nos ha sido donado del
Alto para que seamos sus portadores, como Ella nos sigue pidiendo. Entonces quizás por-
taremos a los demás el amor, del que el regocijo es manifestación.
Pequeños, y sin embargo coronados de gloria
Si uno contempla el cielo en las noches estrelladas, tiene la impresión de que el hombre
es un ser realmente pequeño. Entonces tal vez comprenda mejor lo que dice el salmo 8:
“Cuando contemplo tus cielos, obra de tus dedos, la luna y las estrellas que tú has formado,
digo: ¿Qué es el hombre, para que de él te acuerdes, y el hijo del hombre, para que lo visi-
tes?”. El hombre resulta, por lo tanto, una realidad casi insignificante. Y sin embargo, a pesar
de ello, Dios lo ha hecho grande: “No obstante lo has hecho un poco menor que los ángeles,
y le has coronado de gloria y de honra”, continúa el salmo. Y de este modo Dios no sólo ha
hecho al hombre poco menos que los ángeles, sino que incluso le ha coronado de gloria y de
honor. Sabemos que la gloria, la auténtica, pertenece sólo a Dios, como también el verdade-
ro honor. Por esto Dios, donando a los hombre su gloria y su honor, los ha vuelto parecidos
a Él, casi como dioses: “Yo os dije: vosotros sois dioses” (Sal. 82), y por lo tanto ya no insi-
gnificantes sino dioses, es decir, personas capaces de acoger la gloria de Dios y custodiarla.
Parece que Dios se complazca en donar, sin reservas, su grandeza a los hombres, sobre
todo a aquéllos que lo acogen, como sus santos. Si además contemplamos a María, la cria-
tura humana que Dios tanto ha colmado de gracia hasta el punto de hacerla Madre Suya…
¡cómo no quedar asombrados ante un Dios tan generoso! Sin embargo, lo que ha hecho en
Ella lo desea cumplir también en nosotros: también en nosotros Dios quiere verter su gloria
y su honor sin reservas, para hacernos a todos preciosos y bellos a Sus ojos… ¡Alejemos
por tanto cualquier temor y aprensión! Y cuando percibamos que las preocupaciones y afa-
nes de la vida se apoderen de nosotros, arrojemos todo a la forja de Su Amor: aquí son puri-
ficadas todas nuestras impurezas, aquí encontramos el oro puro, el que nos ha sido donado
con Jesús. Pidamos a la Señora, que refleja de manera maravillosa la gloria de Dios, que nos
ayude a parecernos cada vez más a Ella, sobre todo en estos tiempos en los que Le ha sido
confiada una misión del todo especial. Así tal vez consintamos que la gloria de Dios resplan-
dezca en nosotros, por muy pequeños que seamos, como lo hace en María, de modo que
todos la puedan ver, para la gloria de muchos. De esta manera, quizá entendamos un poco
mejor el inmenso don de amor que Dios nos ha hecho y que continúa haciéndonos.
P
ROFANADA LA
E
STATUA DE
M
ARÍA EN EL
P
ODBRDO
Aquella tarde de junio de 1981 la Virgen
María se apareció por primera vez justo allí,
en un rincón de la que hoy en Medjugorje se
conoce como la “colina de las apariciones”,
el monte Podbrdo. Durante algún tiempo
una grácil cruz marcaba el lugar exacto, en
torno al cual los peregrinos se reunían para
rezar en silencioso recogimiento, y así
encontrar espiritualmente a María y dejarse
“tocar” el corazón por Ella.
Hace algunos años, en lugar de la cruz,
fue colocada una estatua de mármol de la
Reina de la Paz, muy amada por todos los
que con fe y amor filial ascienden la colina.
Y sin embargo alguien, en la noche del 28 al
29 de agosto, con la complicidad de la oscu-
ridad, agredió la estatua a martillazos, desfi-
gurándole el rostro y arrancándole una
mano. Una auténtica profanación.
El motivo de semejante gesto sigue sien-
do un secreto en el corazón seguramente
inquieto del que lo llevó a cabo. Sin embar-
go, de una cosa podemos estar seguros: el
amor tierno y providente que la Virgen con-
tinúa donando a sus hijos no ha hecho presa
en esta persona; o, más bien, esta persona no
se ha dejado aferrar precisamente por esa
mano que su agresión ha querido inutilizar.
Causa impresión ver la estatua mutilada,
privada de esa mano con la que parecía indi-
car al Padre las necesidades de los hijos,
Ella que es nuestra abogada. Pero si quere-
mos, podemos ver a la luz de este hecho
incomprensible la realización de una reali-
dad espiritual que María ya había preanun-
ciado: “Vosotros que vivís mis mensajes, sed
luz y manos tendidas hacia este mundo no
creyente para que todos puedan conocer al
Dios del amor
” (misa 25.11.2001).
Somos nosotros esa mano ausente,
arrancada de la Madre para alcanzar a todos
los que están lejos y darles su caricia, el ali-
vio, la consolación y la exortación, pero
también la indicación de un camino de real
santidad: conversión, oración, sacrificio,
ofrecimiento… Debemos ser nosotros esa
mano tendida de María que desde
Medjugorje porta muchos dones de gracia a
todos los hombres. O mejor aún, podríamos
ser los dedos que se articulan cada uno de
manera original, pero que funcionan sólo si
se mueven en armonía y comunión con los
demás. Será éste nuestro modo de “reparar”
el ultraje profanador, no de una simple esta-
tua sino de una presencia viva, la de María,
reina y madre de todo el universo. red.
Tu majestad
Tu majestad, María, está impresa en
ese seno que ha acogido al Rey, el Verbo que
transfería en tu pequeño cuerpo la inmensi-
dad del reino. Lo has acogido sin temor, sin
restricciones a esa gracia que te invadía
entera transformándote en templo, en taber-
náculo y custodia.
Tu majestad, María, está hecha de
palabras breves, dichas en secreto a esa
semilla que creciendo te llenaba entera, de
una criatura nueva y de Dios mismo. Y te
llenaba de gracia, tú bendita, y te llenaba de
sentido, aquél que cada hombre busca en sus
porqués y que sólo en tu Jesús encuentra.
Tu majestad, María, está hecha de tie-
rra, empastada con el agua del amor, para
forjar las cosas cotidianas y hacerlas brillar
de esplendor real; tú, Soberana de nuestra
existencia modesta, discreta, a veces invisi-
ble y sin embargo tan preciosa porque es
don de las Alturas.
Tu majestad, María, colorea toda mira-
da, todo gesto y palabra que dirigías a tu
José, esposo amado cada día. Y a tus veci-
nos, a los familiares, a todos, incluso a los
esbirros que robaban el último aliento a tu
hijo en la cruz.
Tu majestad, María, pasa a nuestros
corazones, como esa leche que el pequeño
Jesús tomaba de tu pecho generoso y puro.
Nuestra boca tiene que estar dirigida siem-
pre a ti, a tu corazón inmaculado colmado de
virtudes, para que se derramen abundantes
en nosotros y nos transformen. Nosotros tus
hijos, Reina porque madre. Reina porque
nos conduces al Rey.
Tu corona, oh madre, no es de gemas o
de oro, que después pasa, sino de granos de
oración, diminutos, casi desmenuzados, y
sin embargo potentes porque son continuos
e intensos. Esa corona que corre entre los
dedos de los sencillos, de los verdaderos, y
crea oración: invocación, intercesión, ala-
banza…Es una corona que genera continua-
mente vida, para los que la usan y para aqué-
llos a los que beneficia.
Con esta corona queremos también
nosotros ser coronados, para que la oración
pasando por nuestra vida enriquezca el mun-
do de bien, de bueno, de paz. Perlas precia-
das que saliendo de nuestros labios van a
posarse sobre la vida apagada del que ya,
descorazonado, piensa que no lo conseguirá.
Y lo coronamos, rey por herencia, en cuanto
hijo de la Reina. La más bella.
Stefania Consoli
3
Eco 201
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... ¡La palabra
a los jóvenes!
Sesenta son las naciones de provenien-
cia de los jóvenes al festival de este año, 310
los sacerdotes que han concelebrado la pri-
mera santa Misa y 440 la última. Y los pre-
sentes, ¿cómo contarlos? Algunas estima-
ciones hablan de veinte mil comuniones dis-
tribuidas en cada Misa, pero seguro que los
participantes eran muchos, muchos más.
Sin embargo, estos números al final no
dicen nada. Lo que cuenta son los milagros
ocurridos en el corazón de cada uno, las
vocaciones florecidas, y todos esos peque-
ños pero cruciales “SÍ” madurados en lo
más íntimo de los muchachos en aquellos
momentos de silencio particular, cuando la
multitud en torno a ti desaparece y te
encuentras ante el divino, con tu joven vida
toda recogida finalmente en tus manos; y
ante ti el Amor, el Dios verdadero, tu Dios,
el Padre que todo se da y todo te pide.
Este año dejamos por lo tanto la palabra
a estos jóvenes. Hemos entrevistado a
muchachos y muchachas de varias edades,
experiencias y proveniencias para poder
reconstruir una imagen veraz de lo que ha
sucedido invisiblemente en las almas en
estos estupendos cinco días, que algunos
definen de gran confusión, o de euforia
vacía, pero que en realidad son y serán días
de gracia extraordinaria.
De Rumanía
Felician, 28 años
Es difícil encontrar las palabras para des-
cribir el Festival de los jóvenes aquí en
Medjugorje. Vengo aquí por un motivo muy
simple: me ayuda a crecer en el plano espiri-
tual. Este lugar me ha enseñado qué es el
amor, qué es la bondad, y me ayuda a vivir-
los en casa. Cada vez que vengo aquí es
como si alguien me inspirara una misión que
después a lo largo del año siento que quiero
cumplir. Me es dada también la fuerza para
realizarla. Hay cosas que nunca habría soña-
do que podría hacer: perdonar, recibir con el
corazón en paz la malicia de los otros… En
fin, este lugar ha cambiado mi vida. Me he
convertido en una esponja que en
Medjugorje absorbe muchas cosas buenas.
Del Líbano
Lama, 21 años
Estoy en Medjugorje por decimotercera
vez. Vengo aquí porque este lugar es como
una gasolina que pones al coche de tu fe…
¡Sólo si este coche tiene gasolina y camina
podemos ser felices! Todos necesitan el
regocijo para vivir, y yo he experimentado
que cuando anunciamos la palabra de Cristo
estamos siempre en regocijo.
El festival es un evento estupendo, y querría
que durara mucho más; es fenomenal ver
miles de personas que buscan a Dios y,
encontrándolo, no paran de buscarLo y
rebuscarLo cada vez más.
De la República Checa
Ludmila, 25 años
He venido aquí para agradecer a María
por todos los dones recibidos, y también para
pedir la fuerza para seguir viviendo la fe.
Rezo por mis familiares, para que también
ellos, que ahora no creen, puedan acoger a
Dios en sus vidas. En estos días tengo la
impresión de estar más cerca de Dios y de
María; aquí tengo la posibilidad de retirarme
en silencio y consagrar mi tiempo al Señor.
Sólo en Medjugorje he comprendido qué es
la oración y cómo es de importante en mi
vida. El festival de los jóvenes es un momen-
to particular porque nos podemos regocijar
en lo más profundo de nosotros mismos,
podemos por decirlo de alguna manera “rea-
lizarnos en el regocijo”. Cuando veo tantos
jóvenes, me siento reforzada en la fe porque
entiendo que no me encuentro sola.
y Venceslav, 19 años
Medjugorje para mí es un lugar particu-
lar porque aquí está presente María. Cada
año digo que no quiero volver, pero después
la Madre me llama y cada vez prepara para
mí algo especial. Dentro de unas semanas
entraré en un convento de monjes premos-
tratenses, y es precisamente aquí en
Medjugorje donde ha madurado mi voca-
ción: ha ocurrido algo singular que me ha
atraído hacia la Eucaristía, reforzando mi fe
en este sacramento.
De Polonia
Krystyna, 15 años
He venido a Medjugorje por primera vez
porque quería hacer experiencia de Dios y
ser nueva. ¡Deseo volver también el año
próximo porque he sentido a Dios en el
corazón y mi corazón se ha llenado!
Nunca en mi vida había visto a la gente
cantar, bailar y sonreír de este modo…
Cuando regrese a Polonia quiero hablar a
mis amigos de Medjugorje. He estado tam-
bién en el Krizevac a las cinco de la madru-
gada, y al llegar al pie de la cruz he empeza-
do a llorar porque me he sentido tan feliz,
tan llena, tan agradecida a Dios… No puedo
describirlo, pero pienso que ése ha sido el
momento más fuerte de esta experiencia.
De Bélgica
Jean Bruno, 17 años
Aquí he comprendido lo importante que
resulta escoger conscientemente el regoci-
jo… He decidido que de hoy en adelante
dedicaré más tiempo a la oración. Las perso-
nas que se encuentran aquí son más bellas
porque siempre están sonriendo.
De España
José María, 37 años
Aquí se respira la paz, se siente un
ambiente cargado de espiritualidad. El festi-
val sólo dura unos pocos días, pero la Virgen
te cambia por dentro de un modo que no
sabrías explicar. Aquí ocurren muchas
“coincidencias” con tantas personas: ¡Es la
Virgen la que dirige todo esto, no hay más
explicaciones!
De Hungría
Klaudia, 30 años
Para mí la fe es algo importante. Aquí en
Medjugorje siento que Dios y la Virgen me
aman, están presentes. Ahora todavía no
entiendo del todo qué es lo que significa para
mí este encuentro, pero, como a menudo
sucede, creo que más adelante comprenderé
más profundamente lo vivido en estos días.
De Austria
Conny, 28 años
Es ya la cuarta vez para mí, la primera
viene aquí con 8 años. El festival de los
jóvenes me gusta realmente mucho, a pesar
del calor; de manera particular aprecio los
testimonios, porque hablan de la vida con-
creta y constituyen una ayuda para cada uno
de nosotros, que tras esta experiencia debe-
remos volver a la cotidianidad.
He venido aquí con una pregunta parti-
cular en mi corazón que tiene que ver con
mi vida, y espero recibir una respuesta…
Por eso a veces me retiro para reflexionar y
rezar. A mi regreso a casa quiero ser más
asidua en la oración, y también comenzar a
ayunar, porque hasta ahora el ayuno no ha
sido fácil para mí.
De Brasil
Jonas, 23 años
¡Es una experiencia hermosísima porque
aquí la fe está viva, y la presencia de María
se siente! Y lo que ha ocurrrido en estos días
es realmente un milagro: tantos jóvenes de
varios países que experimentan la belleza de
la fe que nos hace a todos hermanos, a todos
hijos de un único Padre y de una Madre,
¡María! Los testimonios nos ayudan a ver
cómo actúa Jesús en la vida de cada cual,
pero en particular he vivido la santa Misa
como nunca antes, porque se ve y se siente
una Iglesia viva que ama y camina, que va
en la misma dirección, hacia Cristo. Lo que
me llevaré conmigo de Medjugorje es esta
presencia de María, que me acompaña y me
ayuda a crecer y a transmitir mi fe.
De Eslovaquia
Michaela, 28 años
Es ya la cuarta vez que vengo a
Medjugorje. Al irme de aquí siempre tengo
en mí una gran sensación de paz. Espero que
esta paz se quede en mí, así podré ver con
otra luz todos los problemas que he tenido y
que tendré…
De Irlanda
Francis, 20 años
¡Es estupendo ver juntos a tantos jóve-
nes de tantas partes del mundo! Incluso
muchos de los numerosos sacerdotes pre-
sentes son jóvenes. Aquí todos tienen la
posibilidad de reflexionar sobre su propia
vocación.
Es hermoso poder sonreír libremente a
todos. De hoy en adelante me esforzaré en
mejorar realmente mi vida, intentaré tener
más respeto hacia todas las personas, estar
más presente para mi familia y también con-
sumir menos alcohol. Entre los recuerdos
más hermosos están la adoración y la santa
Misa, pero también la familia en la que he
sido acogido: han sido tan amables… ¡En su
simplicidad me han dado tantísimo!
De Croacia
Natalia, 22 años
He venido aquí porque cada vez me
impresiona fuertemente ver a los jóvenes
juntos y sentir esta comunión. La cosa más
bella aquí es precisamente el encuentro con
las otras personas. Por el momento estudio
teología y trabajo para un diario católico, y
Sucede en Medjugorje...
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en el futuro me gustaría trabajar profesio-
nalmente como periodista.
De Alemania
Anne, 21 años
¡El festival es sencillamente estupendo,
hay una atmósfera indescriptible! Se viven
tantos momentos conmovedores, y muchas
cosas que te empujan a reflexionar. ¡Hay
una paz increíble, no se puede describir con
palabras! Estoy segura de que me llevaré
muchísimas cosas conmigo, y quiero trans-
mitirlas a mis amigos, especialmente este
ambiente, este amor, esta seguridad…
De Lituania
Rev. Zydrunas, 33 años
He venido para acompañar a mi grupo
de peregrinos, y me he encontrado maravi-
llosamente. ¡Éste es un lugar estupendo, un
lugar santo! ¡Siento que a partir de ahora
amaré a María mucho más que antes!
De las Islas Reunión
Severine, 21 años
En realidad yo no quería venir aquí, pero
después mis amigos han insistido… ¡María
es grande! La Virgen ha hecho muchas cosas
por mí y por mi familia.
Ver a todos estos jóvenes es extraordina-
rio y emocionante, ha transformado mi vida.
Creo que cada uno de nosotros atraviesa por
períodos particularmente oscuros en la fe y
en su relación con Dios… Viniendo aquí
tengo como la impresión de crecer en la fe.
En Medjugorje he probado a rezar el rosario
y he descubierto su inmenso valor… ¡Sí, de
ahora en adelante lo rezaré todos los días,
soy feliz de haberlo descubierto!
De Italia
Andrea, 22 años
He conocido Medjugorje a través de un
amigo mío. Sabía ya lo que había pasado y
sentía que todos los que venían regresaban
cambiados y decían que sólo viniendo en
persona se puede entender qué es
Medjugorje.
Todo lo que había oído decir de este
lugar se ha confirmado plenamente, e inclu-
so superado; aquí no pesa nada, incluso
pasar cuatro horas rezando no resulta pesa-
do, se respira el regocijo. Para nosotros los
jóvenes, que a menudo nos lamentamos de
la superficialidad de nuestros coetáneos,
aquí se encuentran todas las respuestas y se
halla un estímulo que supera cualquier espe-
ra. Ojalá este tipo de iglesia se verifique
también en nuestro país, con personas con-
sagradas que vivan auténticamente para
Dios.
y fray Francesco, 25 años
Recibí aquí mi llamada a la vida consa-
grada, durante un festival de jóvenes de hace
muchos años. Este evento es para mí una
ocasión fortísima de gracia. Estando junto a
tantos coetáneos míos nace en mí una grati-
tud hacia Dios que es inexpresable, junto al
deseo de ofrecer toda mi vida para que Dios
pueda hacer con tantos otros muchachos lo
que hizo conmigo. En el momento en el que
he pronunciado en el corazón mi sí, para ser
completamente Suyo toda mi vida, he sabo-
reado como nunca antes Su amor infinito, y
mi corazón se ha llenado de un regocijo que
no había sentido jamás.
El programa, grosso modo, ha sido el de
siempre, con los testimonios durante el día,
después un crescendo de gracia con el rosa-
rio y la acostumbrada pausa de silencio a las
seis y cuarenta –el momento de la aparición
de María–, y a continuación la misa y la
adoración eucarística.
Al amanecer del seis de agosto de cada
año se celebra la santa Misa en la cima del
Krizevac, dando a entender que el festival
no concluye yendo a la cama por la noche
felices y satisfechos, sino descendiendo del
monte al alba con Jesús en el corazón, pre-
parados para partir y llevarLo a todos los
países del mundo.
F.C
El camino del regocijo
Si nos damos cuenta, los jóvenes están en contínua búsqueda, pero en general se dejan
deslumbrar fácilmente, confundiendo la alegría, la euforia y por desgracia muy a menu-
do “el alucine” con lo que en cambio nace como fruto del Espíritu Santo, es decir, un
júbilo sereno y profundo, capaz de mitigar los golpes de la vida y transformar en dulces
los inevitables tragos amargos que nuestro vivir cuotidiano nos propone.
Romano Guardini, uno de los más significativos representantes de la filosofía y teo-
logía católicas del siglo XX –especialmente por lo que se refiere a la pedagogía–, subra-
yó en sus cartas a los jóvenes la necesidad del autocontrol y del equilibrio entre autori-
dad y libertad en una creativa obediencia de la conciencia. Sus escritos tienen como
común denominador la meditación del Misterio de Dios y la figura de Jesucristo como
verdadera y única esencia del Cristianismo.
En uno de sus libros, Cartas sobre la formación de sí mismo, habla directamente a los
chicos para ayudarles a distinguir el regocijo, un sentimiento vital para el hombre, en el
desconcierto de otras innumerables sensaciones producidas por placeres efímeros.
Démosle la palabra:
“Queridísimos muchachos. Queremos hacer que nuestro corazón esté gozoso. No ale-
gre, que es algo completamente diferente. Estar alegres es un hecho externo, ruidoso, y
pronto se disuelve. El regocijo en cambio vive en lo más íntimo, silente, está profunda-
mente radicado. Es el hermano de la seriedad: donde está uno también está la otra.
Os hablo de aquel ufano regocijo hacia el que es posible abrirse un camino…
Cada uno lo puede poseer, con el mismo derecho, sea cual sea su naturaleza. Debe
también ser independiente de los momentos buenos y malos, de los días vigorosos o
endebles.
Este regocijo no proviene del dinero, de una vida cómoda, o del hecho de ser respe-
tados por la gente, aunque puede ser influido por todo ello. Viene más bien de las cosas
nobles: de un trabajo intenso, de una palabra amable que se ha escuchado o podido
decir, del hecho de haberse opuesto valientemente al error de alguien, o de haber alcan-
zado un punto de vista claro en una cuestión importante.
Y tampoco esto es todavía la auténtica fuente del regocijo, que radica aún más pro-
fundamente, en el propio corazón, en su más remota intimidad. Allí habita Dios, y Dios
mismo es la fuente del verdadero regocijo
, que nos vuelve completamente abiertos y
claros. Nos hace ricos, fuertes, independientes de los sucesos externos. Lo que ocurre
fuera ya no nos puede afectar, si estamos verdaderamente gozosos. Aquél que está gozo-
so coloca cualquier cosa en su justo lugar.
Él ve lo que es hermoso sólo en su verdadero esplendor. Las dificultades, los obstá-
culos, los reconoce como pruebas para su fuerza, los afronta con valentía y los vence.
Él puede dar generosamente a los demás hombres y no se empobrece por ello. Y tam-
bién tiene la franqueza de corazón, para poder recibir en la manera debida.
Pero, si el regocijo viene de Dios y Dios tiene su sede en nuestro corazón, ¿por qué
no lo sentimos? ¿Por qué estamos tan a menudo tristes, descorazonados, de mal humor?
¿Por qué no está iluminada la fuente de la que brota?
¿Cómo se abre el camino al regocijo? Cada vez que decimos sinceramente al Señor:
“Señor, yo quiero lo que quieres tú”, se abre la vía hacia el regocijo de Dios. Y una vez
que estamos dispuestos a pensar siempre así, si nuestro deseo más íntimo es sincero y
está dirigido continuamente a Dios, entonces estaremos gozosos, suceda lo que suceda
en el mundo externo. Sin duda esta consagración a Dios debe tener ya en sí misma algo
que está unido al regocijo; no puede ser forzada, angustiada o desconfiada. Debe ser
libre y valiente. Llenos de gozosa confianza, debemos decir: “Dios potente, lo que tú
quieres, yo también lo quiero”. Se trata por tanto de luchar para asimilarse total-
mente al deseo de Dios.
Sin embargo, también tenemos un cuerpo. No lo podemos olvidar. Cuando el hombre
se encuentra abatido, ¿qué hace el cuerpo? Se desploma. Pero si el hombre está gozoso,
el cuerpo se yergue. Éste es el regocijo del cuerpo: un comportamiento enérgico. Éste
debe ser ejercicio: mantenernos erguidos. La cabeza alta, la frente abierta en plena luz,
los hombros hacia atrás. Sueltos al caminar, y no apoyados sin necesidad cuando nos
sentamos. No obstante, también debemos estar erguidos por dentro, no sólo externa-
mente. El cuerpo siempre quiere dejarse ir, y se presiona a sí mismo y todo se hace obtu-
so y pesado. Por eso hay que estar derechos también en lo más íntimo. Y cuando este-
mos abatidos, precisamente entonces hay que mantenerse erguidos. Fuertemente ergui-
dos por dentro y por fuera: puros, por tanto, en el alma”.
Redacción
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Se llega a Medjugorje
pasando a través de edificios
que se amasan cada vez más
numerosos a lo largo de la
calle principal y en los alre-
dedores, casi sofocando esa
iglesia que desde que se ha
convertido en la “parroquia
de la Gospa” es amada en
todo el mundo. Y a pesar de
los aglomerados de cemento
que con colores chillones
ofenden las cálidas tonalida-
des rocosas de Herzegovina,
la mirada se siente casi iman-
tada en alto, hacia el monte
que como una bandera izada
ostenta en su cima la gran cruz blanca, toda
blanca. Bajo el sol parece incluso luminosa,
pero a la luz de la fe se hace aún más reful-
gente, brillante. Porque ese estandarte allí
en la cumbre nos habla de Él, del Crucifijo,
única fuente verdadera de salvación.
Es inútil buscar otras. Por ello la Madre
bendita no cesa de indicarla. María sabe que
ésta es la vía maestra de nuestro caminar
hacia Dios, hacia la plena realización de sus
promesas: sólo el amor crucificado y ofreci-
do por el Padre eleva nuestra vida, no sola-
mente nuestra mirada.
Atraídos por esta altura que domina
Medjugorje, nos damos cuenta enseguida de
que para alcanzarla hace falta trepar, dejar
los caminos cómodos y aceptar la fatiga,
movidos únicamente por el deseo de llegar.
El Krizevac, que de la cruz toma su nombre,
nos propone cada vez este itinerario para
decirnos que junto a los pies también nues-
tra alma tiene que estar predispuesta a la
ascensión y a aceptar el sacrificio de la vida
ardua e impenetrable, dejando allá abajo las
cosas banales y conocidas.
El que está acostumbrado a escalar mon-
tañas sabe que no siempre es visible la meta;
a menudo se halla oculta detrás de farallones
rocosos que emergen de improviso. Hace
falta por lo tanto caminar con fe ciega,
sabiendo que antes o después la vista se
abrirá. Y mientras el cuerpo desafía la subi-
da, puede ocurrir que uno se sienta en el
aire, suspendido en el vacío que bajo de él le
amenaza: ya no está en tierra, pero tampoco
en la cima. El riesgo de vértigo está al ace-
cho, sólo agarrándose firmemente a la cuer-
da se encuentra seguro y mitiga el pánico.
Así sucede al alma que se aventura en el
monte de la Bondad divina, sobre cuya cum-
bre se alza una cruz vacía, porque el Señor
ha resucitado y camina a tu lado, te guía por
el sendero. Y no sólo eso. Él es la cuerda que
hace firme el paso cuando el vacío de la fe
nos amenaza, cuando senti-
mos que hemos dejado lo cier-
to por lo incierto, cuando las
pruebas como tempestades
nos querrían hacer retroceder
y renunciar a nuestro intento.
Es Él la meta que a veces
se oculta; pero no al alma
tenaz que perseverando lo
descubre en las pequeñas
cosas, en los minúsculos even-
tos de la vida, más allá del
velo de las contrariedades.
Alturas como altares
A los discípulos indicó una
vez un monte en Galilea que Él emplearía
como “trampolín” para el Cielo el día de su
Ascensión al Padre. Un monte que, como
altar, elevava el misterio revelado; entonces
con el cuerpo, hoy en la Eucaristía.
Sobre un monte llamó beatos a los que
vivían el evangelio; millares lo escuchaban
en ese púlpito natural que hacía retumbar la
Palabra. También a un monte Jesús huyó en
solitario para rezar, y después sobre el mon-
te Tabor se mostró transfigurado a los ojos
asombrados de los apóstoles, como en una
custodia que invitaba a adorarLo. Sobre un
monte, por fin, consumó el acto más extre-
mo: en el Calvario, patena y cáliz de su
amoroso sacrificio.
Alturas como altares, brazos de tierra
que se elevan desde las llanuras, como atra-
ídos por una fuerza misteriosa que los apro-
xima al Cielo. Pulmones dilatados en la res-
piración calma de la tierra: éstas son las
alturas adonde el Señor nos llama a caminar
para traer buenas nuevas (Is 52, 7-10). Nos
invita a tener patas de gacela que superan
quebradas y se yerguen en alto para echar
una mirada de conjunto a la realidad cotidia-
na; sólo así se reducen los detalles que de
cerca parecen gigantescos y nos atemorizan.
Jesús nos atrae a las altas rocas de su
Corazón; Él mismo es piedra de obstáculo
para los hipócritas y constructor de la propia
Iglesia en Simón, convertido en Pedro.
“Los que a él miran serán iluminados,
sus rostros no serán avergonzados” (Salmo
34). Lo dice el salmo y María lo repite en
Medjugorje. Cada ofrecimiento suyo, cada
palabra suya muestran este camino: la vía de
la Pascua, una entrega incondicional a Jesús,
guía infalible hacia el Padre, que a través de
los senderos del ofreciimiento y de la morti-
ficación nos hace probar la embriaguez de
una espléndida altura, la de la resurrección.
Nosotros, sin embargo, no debemos temer la
ascensión.
“Alzaré los ojos a los montes,
¿de dónde vendrá mi socorro?”
(Salmo 121)
di Stefania Consoli
L
A
G
RACIA
,
un continuo
devenir…
Si lo conseguimos, intentamos enjaular
el viento. Si somos capaces, bloqueamos el
curso de un río a lo largo de sus orillas, o
impedimos que el mar cree olas…
¡Es imposible! Y entonces, ¿por qué a menu-
do el hombre intenta poner límites a la gra-
cia, puesto que ésta es por su esencia íntima
fuerza creadora de cosas siempre nuevas?
La gracia brota del seno de Dios de
manera incesante, englobando en un conti-
nuo devenir todas las cosas con las que se
topa. También Medjugorje en estos veintisie-
te años se ha visto implicada en un recorrido
de crecimiento espiritual que requiere de
nuestra parte la continua capacidad de dejar-
nos sorprender. De hecho, aquél que preten-
de inmobilizar la gracia que en ese lugar sur-
ge del Corazón Inmaculado de María, aun-
que sólo sea mediante una definición, una
manera de obrar, un “así ha sido siempre” o
un ”así debería ser”… cae en el error, por-
que será movido sólo por la necesidad de
poseer la gracia por cualquier interés particu-
lar, de instrumentalizarla en su propio prove-
cho, no ciertamente de respetarla.
Existe siempre el peligro de asir “las
cosas” de Dios y retenerlas en nuestras ide-
as, como pequeños receptáculos de vidrio
hermosos sólo a la vista. De este modo, uno
se arriesga a transformar lo que es vivo en
objeto de compra, como los que alineados
en las innumerables tiendas de souvenirs
“tienen boca, pero no hablan; tienen ojos,
pero no ven; tienen orejas, pero no oyen; tie-
nen nariz, pero no huelen…” (Salmo 115).
El papa Benedicto decía hace algún
tiempo que “el hombre sabe que está hecho
para un destino infinito, por ello advierte un
ansia de búsqueda continua, que va siempre
más allá, siempre más lejos de lo que ha sido
alcanzado”. Dejemos por tanto que la Virgen
sea libre para expresar el diseño que Dios ha
trazado en Medjugorje, y que supera con
mucho nuestros conocimientos o expectati-
vas. Sin embargo, Ella podrá hacerlo sólo si
nosotros nos abrimos a la novedad sin temor
a dejar viejos caminos, que nos han llevado
a comprender sólo hasta cierto punto.
Abrámonos para proseguir; sólo en la
medida de nuestra esperanzada apertura y
disponibilidad, Dios podrá indicarnos nue-
vos pasos y revelarnos la grandeza del plan
que su Madre está llevando adelante. S.C.
2 de septiembre de 2008
“Queridos hijos: Reunidos hoy en
torno a mi, les invito con mi
Corazón materno al amor al próji-
mo. ¡Deténganse hijos míos!
Observen los ojos de su Hermano,
Jesús mi Hijo. Si ven alegría, alé-
grense junto a Él. Si hay dolor en los ojos
del hermano aléjenlo con la mansedumbre y
la bondad porque sin el amor están
perdidos. El amor es lo único eficaz,
hace los milagros. El amor les dará
la unión en mi Hijo y la victoria de
mi Corazón. Por lo tanto, hijos
míos, amen”
Comentario de Mirjana: Al final,
una vez más, la Virgen ha invitado a orar
por nuestros pastores.
Mensaje a Mirjana
2 de agosto de 2008
“!Queridos hijos! mi venida aquí entre
vosotros, es un reflejo de la grandeza de
Dios y el camino para abriros a la alegría
eterna de Dios. No os sintáis débiles, solos o
abandonados. Con la fe, la oración y el
amor, alcanzaréis la colina de salvación.
Que la Misa, el acto más elevado y más
poderoso de vuestra oración, sea el centro de
vuestra vida espiritual. Creed y amad, mis
niños. Aquellos a quienes mi Hijo escogió y
llamó os ayudarán también en esto. A voso-
tros y sobretodo, a ellos doy mi bendición
maternal. Gracias”.
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E
L
O
FRECIMIENTO
COMO
M
ISIÓN
Todo lo que nos da y nos pide la vida
cristiana es que consintamos estar donde
Dios nos pone
, para que nuestra vida sea un
don. Por ello, no permanecer en el propio
lugar y escoger un lugar que se decide por
uno mismo, siempre con justificaciones
excelentes y nobles, no es tanto una falta de
disciplina sino una falta del don de la vida,
una falta de amor, una falta del más grande
amor
(Jn 15,13)… ¡Cuántas veces preferi-
mos una generosidad autónoma al humilde
puesto del más grande amor!
Es ésta la conciencia que expresa
Claudel en La Anunciación a María:
“Santidad no es dejarse lapidar en tierra
pagana o besar a un leproso en la boca, sino
hacer la voluntad de Dios, con prontitud, ya
se trate de quedarnos en nuestro sitio o de
subir más alto” (Prólogo).
Una vida verdaderamente ofrecida
siempre es tomada por Dios, aun cuando
sea dejada en su lugar, un lugar poco esplen-
doroso. Una vida totalmente ofrecida se
halla siempre en el lugar que Dios escoge
para ella, incluso si no se “mueve”. De
hecho, la plenitud de nuestra vida, la santi-
dad, se realiza cuando Dios nos toma, poco
importa cómo. Si Dios nos deja en una
situación en la que preferiríamos huir, ello
quiere decir que nos pone en esta situación,
que esta situación es el lugar de elección de
Dios para nosotros. Si el corazón queda
abierto en la oferta de sí mismo, todas las
circunstancias de la vida cotidiana se con-
vierten en el lugar hacia el que somos envia-
dos, se convierten en nuestra tierra de
misión, incluso y sobre todo si preferimos
escapar de tales circunstancias.
La Virgen María siempre se ha queda-
do donde Dios la ponía, sin manifestar nun-
ca sus preferencias. Estoy seguro de que
María habría preferido seguir a Jesús de cer-
ca durante sus años de vida pública, pero
Jesús no la llevó consigo. Sólo en el
Calvario. María ha encontrado su lugar cer-
cano a Jesús. Y seguidamente tenía un lugar
en el Cenáculo con los Apóstoles para espe-
rar y vivir el Pentecostés. Sin embargo, esto
nunca lo decidía ella. Su constante decisión,
su libre elección era el ofrecimiento de su
vida. Tenía su vida a disposición de Dios, en
un don constante de su vida a la libertad de
Dios. Pienso en San Pablo cuando exclama:
“A todos he llegado a ser todo, para que de
todos modos salve a algunos” (1 Cor 9,22);
es una fórmula de ofrecimiento de la vida.
Dios nos da esta libertad, esta posibilidad de
querer el don de nuestra vida, esta elección
de poner toda nuestra vida a disposición de
la salvación de los demás. Porque es éste el
sacrificio que da sentido a nuestra vida, y por
tanto su plenitud. Cristo nos ha mostrado que
Dios es así, que es esto, y nosotros no pode-
mos imaginar y encontrar otra plenitud de
vida que no sea el don de la vida, el sacrifi-
cio de nuestra vida por todos. Es una parado-
ja: lo que cumple mi vida, lo que la hace ver-
daderamente viva, es el sacrificio de la vida,
la pérdida de mi vida por el todo, por todos.
La ley de la plenitud de la vida es
amar ofreciéndose, dar la vida ofreciéndo-
la. Es nuestra plenitud porque Dios es así,
porque Cristo ha vivido solamente esto,
siempre y constantemente, en Belén, en
Nazaret, en Jerusalén, en el pesebre, en
casa, por las calles, en las plazas públicas,
en la Cruz. Y es éste el secreto de su
Belleza, de su atractivo para todos, su “sua-
ve olor”: el don de su vida mediante el ofre-
cimiento de sí mismo al Padre por nosotros.
Es ésta la belleza de Cristo que nos atrae, no
con un atractivo estético, sino porque en Él
precibimos la plena realización de nuestra
humanidad, el modelo vivo de la plenitud de
nuestra vida humana.
Cuando Jesús dice: “Y yo, cuando sea
levantado de la tierra, atraeré a todos a mí
mismo” (Jn 12,32), habla de esta belleza del
don de su vida. Lo que atrae a todos los
hombres a Cristo es la Cruz, su vida com-
pletamente dada, realización suprema de
nuestra humanidad. Abandonarse a este
atractivo de Cristo, a esta belleza total de
Cristo, es nuestra misión en el mundo.
La belleza que nos atrae a Cristo es en
fondo la Eucaristía, porque es ahí donde
Jesús constantemente “nos ama y se da a sí
mismo por nosotros, ofreciéndose a Dios en
sacrificio de suave olor”… ¿Y cuál es nues-
tro sitio en esta belleza eucarística de
Cristo? Es el ofrecimiento de nosotros mis-
mos con Él, es el ofertorio del pan y del vino
que somos, de la tierra y del trabajo que
somos, y por tanto de nuestra existencia
real, humana, tal y como es. Es mediante el
ofrecimiento de la vida que hacemos memo-
ria de esta belleza, que la perpetuamos y la
irradiamos en y con nuestra vida.
“Haced esto en conmemoración mía”:
hacer memoria de Cristo dado por nosotros
significa ofrecer; significa conservar en
nuestra vida cotidiana la presencia de Cristo
que atrae toda la humanidad hacia Él, que
salva a todo el universo. Uno se convierte en
instrumento de Cristo que atrae a todos los
hombres hacia Sí para salvarlos, para darles
la plenitud de la vida.
No debemos temer las persecuciones
del mundo, porque no es la persecución la
que elimina el Cristianismo. Debemos temer
más bien el perder esta memoria, debemos
tener miedo de olvidarnos de ofrecer nuestra
vida. Es el olvido del ofrecimiento de Cristo,
y por tanto de su belleza atractiva, lo que nos
tiene que dar miedo, no la persecución ni el
hecho de ser o convertirse en un pequeño
rebaño. Olvidarnos de ofrecer la vida como
Cristo hizo es mucho más grave, mucho más
peligroso. De hecho, significa que nuestra
ibertad ya no es atraída por la verdadera
belleza del Señor, y por tanto ya no consien-
te la obra de la libertad de Dios en el mundo,
que es la obra de la Salvación.
Hay una expresión en el evangelio de San
Lucas, allí donde Jesús manda a los discípu-
los por el mundo, que deberíamos sentir como
nuestra misión frente a todo en nuestra exis-
tencia, y frente al mundo que no ama a la
Iglesia: “Os envío como corderos en medio de
lobos” (Lc 10,3). Ser corderos entre los lobos
no quiere decir tanto ser débiles, ingenuos,
cándidos, sumisos. Ser corderos significa ser
ofrecidos, ser un ofrecimiento a Dios en el
mundo. Y eso quiere decir que, suceda lo que
suceda, incluso cuando el lobo nos hiere y nos
devora, nuestra libertad permite siempre a la
libertad de Dios realizar su diseño mediante
nuestra vida y nuestra muerte, como a través
de la vida y muerte de Cristo. Por tanto son
siempre la Pascua, la Resurrección y la
Salvación las que tienen la última palabra
sobre el mundo y la Historia.
Hay, no obstante, un peligro cuando
se habla de ofrecimiento: el de concebir el
ofrecimiento de nuestra vida como una pie-
dad. La oferta de la vida no es solamente
una piedad, es un don de todo nuestro ser,
un “ser allí para” de toda nuestra persona.
En la medida en que nos toma completa-
mente, el ofrecimiento no es sólo una pie-
dad, sino toda una vida, todo un camino,
toda una historia. Para vivir el ofrecimiento
de la vida como Cristo, necesito toda mi
vida, y no sólo ciertos momentos o aspectos
“religiosos” y “espirituales” de mi vida.
Existe una modalidad objetiva del ofreci-
miento total de vida, una medida objetiva de
la totalidad con la que nos ofrecemos a Cristo
como Aquél al que somos atraídos hacia
nuestra plenitud: es la modalidad de la perte-
nencia a la comunidad, a la Iglesia, a los
demás. La pertenencia es el fuego que consu-
me el ofrecimiento de toda nuestra persona
para la fecundidad del don de nuestra vida.
Cuando Pablo dice que se ha hecho “todo a
todos”, es de esta pertenencia de lo que
habla: “pertenece todo” a todos los demás.
La pertenencia a los demás impide
que el ofrecimiento, el don de la vida, sea
un proyecto nuestro
, es decir, un modo de
realizarnos nosotros mismos en lugar de
dejarnos realizar por Cristo que nos atrae
hacia Él.La compañía de la Iglesia que Dios
nos da, si ama la fecundidad y la libertad de
nuestra vida, debe ayudarnos, provocarnos y
acompañarnos en esto, con toda la miseri-
cordia, sin tener miedo de nuestras debilida-
des, de nuestras mezquindades y de nuestros
pecados, porque toda nuestra miseria forma
parte también del “todo” que Cristo nos da
para ofrecer a todos, del “todo” al que Cristo
quiere dar cumplimiento, “para la alabanza
de la gloria de su gracia” (Ef 1,6).
Extraído de la ponencia del P. Mauro-G Lepori
Abad cisterciense de Hautrive
M
ENSAJE DE
M
ARÍA
R
EINA DE LA
P
AZ
DEL
2
DE OCTUBRE DE
2008
RECIBIDO
Y
TRANSMITIDO
AL
MUNDO
POR
M
IRJANA
“Queridos hijos, los llamo a acom-
pañarme en la misión que Dios me
dio con un corazón abierto y total
confianza. El camino por el que los
conduzco hacia Dios es difícil, pero
perseveren y al final todos nos rego-
cijaremos en Dios.
Por ello, hijos míos, no cesen de orar
por el don de la fe. Sólo a través de
la fe la Palabra de Dios será luz en
esta tiniebla que quiere envolverlos.
No teman, estoy con ustedes.
Gracias”.
Mirjana dijo que al final de la apa-
rición vio una luz intensa y podero-
sa mientras el Cielo se abría y
Nuestra Señora entraba en el Cielo
a través de esa luz.
7
background image
Los responsables de Eco de María y los
diversos traductores se reunieron a finales de
agosto, como de costumbre en Medjugorje,
para vivir una experiencia de comunión y
revisión, con la intención asimismo de veri-
ficar la línea editorial y espiritual de Eco.
El pensamiento madurado, tras encuen-
tros de oración, de compartir y de reflexio-
nar en la luz de la Reina de la Paz, ha toca-
do los siguientes puntos:
1. El Eco está llamado a ponerse priorita-
riamente al servicio de la verdad profun-
da de la gracia de Medjugorje. De ello
surge la necesidad de no dejarse condi-
cionar por miedos, inseguridades u opi-
niones personales que podrían compro-
meter la identidad del propio mensaje.
2. El fundamento de la gracia de
Medjugorje ha demostrado que reside en
el ofrecimiento de la vida mediante el
Corazón Inmaculado de María, al que
estamos llamados a responder con incon-
dicional disponibilidad.
3. El Eco de María no puede sino secun-
dar tal espíritu, y su misión no puede ser
otra que la de estar al servicio de tal gra-
cia mediante la traducción fiel, en la vida
de cada uno de nosotros, del espíritu de
Medjugorje, más allá de posibles condi-
cionamientos y también de prejuicios.
Por tales motivos, y como conclusión de
estas jornadas de comunión transcurridas en
el regocijo y en la paz que creemos nacidos
de la luz de María, deseamos proseguir en el
servicio libre y fiel de la Iglesia y en los pro-
yectos de gracia que la Virgen santa concede
en este tiempo.
Los reponsables de Eco
“Si callas, calla por amor;
si hablas, habla por amor;
si corriges,
corrige por amor;
si perdonas,
perdona por amor;
que en lo más profundo de tu corazón
se encuentre la raíz del amor;
de esta raíz
no puede nacer
más que el bien”.
San Agustín
C
ARTAS A LA
R
EDACCIÓN
¡Saludos! Soy Davide, tengo 24 años y
vivo en la provincia de Treviso, en Italia.
Soy un ex-drogadicto que en el último año
había vuelto a drogarse… He sentido dentro
de mí una fuerte llamada que me empujaba
a acudir a Medjugorje, ¡a pesar de que
nadie me había hablado nunca de ello! He
ido a la fiesta de los jóvenes del 1 al 6 de
agosto con una fe apagada, ¡y allí he queda-
do deslumbrado por lo que significa
Medjugorje, y también por la Virgen!
No conocía el Eco de María, y he encon-
trado en un momento de desconsuelo espiri-
tual, por casualidad –pero no lo llamaría
“casualidad”–, la edición de julio-agosto, y
leyendo la primera página he llorado, porque
parece referida a mi caso y a las sensaciones
que he tenido y que todavía tengo. Quisiera
agradecer a todos aquellos que trabajan en
la edición de
Eco de María, y os invito a leer
mi testimonio sobre Medjugorje, ¡también
porque lo he escrito yo, que hasta hace poco
tiempo tenía poco o nada que ver con la
Virgen y con Cristo! ¡¡¡Vuestro empeño en la
distribución será a veces difícil, pero vuestro
trabajo no es en vano!!! Gracias.
El testimonio de Davide ocupa nueve
páginas enteras de fogoso entusiasmo y
amor que sería imposible reproducir en su
totalidad. Lo retomaremos en el próximo
número, pero mientras tanto dejamos un
poco de espacio a sus consideraciones ini-
ciales, que atestiguan cómo los muchachos
de hoy saben distinguir perfectamente lo que
es falso e ilusorio de lo que les da la verda-
dera felicidad.
Estupefaciente no es droga,
¡sino MARÍA!
“Quisiera llevar este testimonio mío a la
mayor cantidad de personas cristianas posi-
ble, porque no es sólo mío, ¡sino el testimo-
nio de la Virgen de Medjugorje que ha
actuado en mí! ¡Siento la necesidad de
hacerlo para que las personas sepan que
María nos ama a todos indistintamente, y
que existe de verdad! ¡No es un mito de la
iglesia: es nuestra Madre!
Tengo que decir ante todo que he ido sin
que nadie me invitase o me hubiera contado
lo hermoso que es aquel lugar. Sólo sabía
que allí había Videntes que ven a la Virgen,
y nada más… ¡Se puede decir con grandes
letras que la Reina de la Paz me ha llamado!
No sabía ni siquiera con quién iba a estar, ni
conocía el programa. Me he lanzado dentro
sin hacerme demasiadas preguntas, porque
sentía que debía estar allí. No puede haber
explicaciones… ¡Ha sido una llamada!
No soy un chico “santo”, y a lo largo de
mi vida he probado todo lo que el mundo
tiene a disposición, y desgraciadamente
también algún tipo de droga… ¡Habiendo
probado ya todo tengo que decir que la
sociedad actual quiere llenar el vacío en
nosotros con cosas ridículas y sin sentido!
¡Pero incluso si nos proporcionan placer son
felicidades momentáneas, por no decir ins-
tantáneas! Las felicidades que nos son dona-
das por Dios son gozos duraderos y que se
repiten día tras día. No obstante, para hacer-
las durar tenemos que cultivar la fe en Cristo
y no cansarnos nunca de rezar y de vivir
como quiere Él. Si cejamos un poco en el
intento es realmente fácil perderse, porque
E l c a m i n o
d e E c o
Philip, de las Islas Mauricio: “Nosotros
vivimos en una pequeña isla perdida en
medio del Océano Índico. Estamos muy
agradecidos de recibir el Eco de María, muy
apreciado por nuestros lectores, que son
alrededor de 750. Amamos mucho a la
Gospa, e intentamos vivir el mensaje que
Ella nos da en Medjugorje… ¡La Santa
Virgen nos bendiga!”.
es difícil creer en Dios: es más fácil no cre-
er, así no se tiene ninguna responsabilidad y
se vive como se quiere, quizá tristes pero sin
obligaciones. ¡Digo esto porque lo he proba-
do en mi piel, y debo agradecer al Señor si
más de una vez me ha dado su mano para
volverme a levantar!
En los tiempos que vivimos el Maligno
nunca ha tenido un poder tan fuertemente
devastador: divorcios, abortos, droga, crimi-
nalidad de todo tipo… ¡Ni siquiera en la era
nazi-fascista era tan poderoso! Las personas
más afectadas son los jóvenes, que nacen y
crecen con un corazón de oro pero después
demasiado a menudo se alejan de los valores
justos… En estos tiempos se escucha a
menudo decir: ¡Dios no existe! Ésta es la
peor cosa que un ser humano puede decir…
¿Quién entonces ha creado este mundo fan-
tástico? ¿Y quién ha creado al hombre?
¿Quién nos ha dado el amor, el sentido del
perdón, la compasión, la caridad hacia el más
débil…? ¡Si uno no se hace estas preguntas,
entonces es que quiere huir de la realidad!
No se puede huir de la realidad toda la
existencia, sino que hay que preguntarse:
¿Por qué existo? ¿Qué estoy haciendo en
este mundo? Si no tenemos el ancla que es
Cristo, todo es vano, porque la vida pierde
valor y no tiene sentido. No teniendo rela-
ción con Cristo, acabamos idolatrando al
Dios dinero y satisfaciendo nuestros vicios.
He probado en primera persona que satifacer
nuestros vicios no lleva a una gran felicidad,
¡sino que al contrario nos hace estar cada
vez más obsesionados por poseer y satisfa-
cer nuestras locuras! ¡Sólo con Dios se pue-
de tener la paz interior!
Cuando con veinte años uno se siente
como si tuviera setenta, entonces es que algo
no cuadra y hay que concederse un poco de
tiempo para uno mismo y meditar en qué se
está equivocando o encontrar una solución;
¡pero este mundo corre demasiado veloz, y
por eso se abandona a menudo la idea! ¡Yo
este tiempo para mí mismo lo he hallado
acudiendo a ese lugar extraordinario que es
Medjugorje, donde la Virgen reina en todas
partes!”.
(continúa)
El Eco de María vive sólo de donativos
que pueden hacerse
por CORREO:
en este número de cuenta:
141 242 226 a nombre de
Eco de María
CP 47 - 31037 LORIA (TV)
por VÍA BANCARIA:
Associazione Eco di Maria
Banco de Valencia
(Gruppo BANCAJA)
IBAN: ES59 0093 0999 1100 0010 2657
Para nuevas suscripciones o para modifi-
caciones
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Secretaría del Eco
CP 47 31037 LORIA (TV) Italia
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Eco en Internet: http://www.ecodimaria.net
E-mail redacción: ecoredazione@infinito.it
Villanova M., 29 de Septiembre de 2008
Resp. Ing. Lanzani - Tip. DIPRO (Roncade TV)
Que nos bendiga Dios Omnipotente,
el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo.
Amén.
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