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www.medjugorje.ws » Eco de Maria Reina de la Paz » Eco de Maria Reina de la Paz 211 (Julio-Ottobre 2010)

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«Tenemos también la palabra profética mas
segura, a la cual hacéis bien en estar atentos
como a una antorcha que alumbra en lugar
oscuro, hasta que el día esclarezca y el lucero
de la mañana salga en vuestros corazones».
(2 Pe 1,19)
Mensaje del 25 de mayo de 2010:
“¡Queridos hijos! Dios les ha dado la
gracia de vivir y de custodiar todo el bien
que hay en ustedes y alrededor de ustedes,
y de alentar a otros a ser mejores y más
santos, pero Satanás no duerme, y a través
del modernismo los desvía y los conduce
por su camino. Por eso, hijitos, en el amor
hacia mi Corazón Inmaculado, amen a
Dios sobre todas las cosas y vivan Sus
Mandamientos. Así su vida tendrá sentido
y la paz reinará en la Tierra. ¡Gracias por
haber respondido a mi llamado!”
Mensaje del 25 de junio de 2010:
“¡Queridos hijos! Con alegría los invito
a todos a vivir mis mensajes alegremente,
sólo así, hijitos, podrán estar más cerca de
mi Hijo. Deseo conducirlos a todos única-
mente a Él, y en Él encontrarán la verda-
dera paz y la verdadera alegría del cora-
zón. A todos los bendigo y los amo con
inmenso amor. ¡Gracias por haber respon-
dido a mi llamado!”
Sentido de la vida
y proximidad con Jesus
Nuestro mundo, siempre mas olvidadizo
respecto al pasado e insanamente volcado
hacia lo nuevo, es presa fácil del que quiere
destruir, en el corazón y en el alma del hom-
bre, todo lo que se refiere a eternidad y ver-
dad. Es el engaño de satanás que nos induce a
buscar, a amar y a venerar una realidad ficti-
cia, aparente y fatua, en lugar de la verdadera,
creada por Dios, y que se nos ofrece y propo-
ne, no para un cierto tiempo, sino para la eter-
nidad. Es la lucha de siempre entre la Verdad
y la mentira, es la batalla por la vida, la terre-
nal y la que hay tras la muerte, porque es aquí
en esta existencia terrenal, donde comienza ya
la experiencia de una vida celestial o de una
vida infernal; el mas allá fija de modo eterno
¡Lo que aquí, en esta tierra, hemos elegido,
amado y vivido!
La Palabra del Dios es conocida por todos:
basta con escucharla y acogerla para que flo-
rezca en nosotros la salvación, para que pro-
duzca beatitud (cfr Lc 11, 27-28; Jn 12, 46-
48). Aun hoy, y así será hasta el fin de los
tiempos, coexisten dos vías; una es la que con-
duce a la vida y al bien, la otra a la muerte y
al mal (Cfr Dt 30, 15-20). El principio es
siempre el mismo: la elección entre Dios y
satanás, y siempre el mismo es el intento de
alejarnos de Dios con la atracción hacia lo
nuevo, con el engaño de presentarnos como
nuevo, como moderno, como atractivo lo que
es terriblemente viejo, ¡Como vieja es la ser-
piente que lo presenta como nuevo! La verda-
dera novedad está en Dios y no en satanás.
Dios, de hecho, es Creador y lo que crea es
siempre nuevo, nunca repetitivo, siempre
absolutamente original; satanás en cambio
crea clones, se repite constantemente en su
ciego y vano intento por destruir la Creación.
Nosotros, nos dice Maria, hemos recibido
de Dios la gracia de vivir y proteger todo el
bien que hay en nosotros y entorno a noso-
tros, y de exhortar al prójimo a ser mejor y
mas santo.
Nosotros podemos en verdad con-
trarrestar a satanás y sus adeptos; la seducción
vieja no tendrá poder sobre nosotros si nos aga-
rramos al Corazón Inmaculado de Maria y asi
alcanzaremos en El esa pureza que el mal no
puede atacar y que nos permitirá amar a Dios
sobre todas las cosas y vivir sus mandamien-
tos:
esto es lo que da sentido y verdad a nues-
tra vida; esto es lo que asegurará la paz sobre la
tierra; el resto es solo engaño y fatuidad.
El Mensaje de junio nos indica un camino
para amar a Dios sobre todas las cosas y
vivir sus mandamientos. ¡
Es el camino que
pasa por el Corazón Inmaculado de Maria,
adoquinado por los mensajes que desde hace
ya 29 años nos regala y nos hace mas llevade-
ro! ¡Vivamos Sus mensajes con alegría para
estar mas cerca de su Hijo!
Pero, ¡Cuidado!:
Vivir, y no solo leer, escuchar o explicar Sus
mensajes.
Es mas, vivirlos con alegría, y no
recibirlos con miedo o con pasiva resignación.
Vivirlos con alegría porque solo así podre-
mos estar mas cerca de El, y ser ciudadanos de
Su Reino. No todo el que me dice : Señor ,
Señor entrará en el Reino de los cielos, sino el
que hace la voluntad de mi Padre que esta en
los cielos.
(Mt 7, 21) dice Jesus; y la voluntad
del Padre es la que Jesus vive, día a día. Aco-
jamos a Jesus en nuestra alma, custodiemos
Su Vida en nosotros y hallaremos la verda-
dera paz y la verdadera alegría.
Esa paz y
esa alegría que solo vienen de El (Jn 14, 27;
15,11), que el mundo no nos puede ofrecer
porque no las conoce, y que sin embargo
nosotros podemos conocer y vivir si dejamos
que El viva en nosotros. Esa paz y esa alegría
que ni siquiera el maligno puede arrebatarnos
porque están en Cristo y no en el mundo, son
verdaderas y no efímeras, y por tanto no
están a su merced.
Nuccio Quattrocchi
Mensaje del 25 de julio de 2010:
“¡Queridos hijos! Los invito nueva-
mente a seguirme con alegría. Deseo
guiarlos a todos a mi Hijo y vuestro Sal-
vador. No están conscientes de que sin Él
no tienen alegría, ni paz, ni futuro, ni
vida eterna. Por eso, hijitos, aprovechen
este tiempo de oración y abandono gozo-
sos. ¡Gracias por haber respondido a mi
llamado!”
Mensaje del 25 de agosto de 2010:
“¡Queridos hijos! Con gran alegría,
también hoy, deseo nuevamente invitar-
los: oren, oren, oren. Que este tiempo sea
para ustedes tiempo de oración personal.
Durante el día busquen un lugar donde,
en recogimiento, puedan orar con alegría.
Los amo y los bendigo a todos. ¡Gracias
por haber respondido a mi llamado!”
Seguir a Maria con alegría
En estos últimos tiempos, Dios quiere
revelar y mostrarnos a Maria, como obra
maestra de Su obra,
nos dice San Luis Maria
de Montfort, en su Tratado de la verdadera
devoción a Maria.
Los “últimos tiempos”
son los que iniciaron con la venida de Jesus
al mundo. La humanidad vive su ultimo día
desde que nos visitó desde lo alto la aurora
(cfr. Lc 1,78b); Es Su venida la que inaugu-
ra el nuevo día, el día que no tiene ocaso,
¡Que no cede a las tinieblas!
Estamos viviendo este día, el día del
Señor, pero no nos damos cuenta de ello;
atraídos por la apariencia, se nos escapa la
Esencia; dispuestos a crearnos ídolos, igno-
ramos al Ser supremo; acostumbrados a
comprar y vender, obviamos el valor de lo
que no tiene precio, y de esta manera, ¡No
conocemos y no cultivamos la paz, ni la ale-
gría ni el amor!
Deseo guiaros a todos a mi Hijo y a
vuestro Salvador. No sois conscientes de
que sin El no tenéis alegría, ni paz, ni
futuro, ni vida eterna,
nos dice Maria. Es
una invitación profunda, es una llamada
urgente, porque “hoy” y no mañana, puedo
decidir, puedo cambiar mi rumbo. Mañana
es demasiado tarde. Este tiempo tan huidizo,
tan limitado, tiene en Cristo valor de eterni-
dad .El instante, rescatados en El, vivido en
El y con El, deja de ser fugaz, formando y
fecundando el futuro, vistiéndose de eterni-
dad. Cualquiera que sea nuestra condición
humana, nuestra salud, nuestra identidad
terrena, intentemos vivir cada respiro nues-
tro como respiro de Cristo. Así, nuestra vida
no será vida sin futuro, sin esperanza y sin
consolación, sino que vivirá de Dios, de Su
paz , de Su alegría y de su Eternidad. Nues-
tro día no será ya más un día más de espera,
sino el Día eterno de la comunión con Jesu-
cristo en el Padre y en el Espíritu Santo.
Pero, ¿Cómo llegar a ello?
He aquí la respuesta de Maria: orad,
orad, orad. Que este tiempo sea para
Julio / octubre de 2010 - Editado: por Eco di Maria, Via Cremona, 28 - 46100 Mantova (Italia)
A. 26, n. 7 - 10 "Poste Italiane s.p.a. - Spedizione in Abbonamento Postale - D.L. 353/2003 (conv. in L. 27/02/2004 n° 46) art. 1, comma 2, DCB Mantova
211
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vosotros tiempo de oración personal. La
oración es canal idóneo para la comunica-
ción con Dios y, si está libre de interferen-
cias, es el canal ideal para comulgar con El:
Durante el día buscad un lugar donde, en
recogimiento, podáis orar con alegría.
Lo
que internet nunca podrá hacer, está a tu
alcance: puedes comunicarte con Dios, pue-
des hacerlo personalmente; basta con hallar
un lugar adecuado al recogimiento y orar
con alegría.
No es difícil hallar ese lugar (en el peor
de los casos, lo buscaremos en nuestro inte-
rior); es mucho más difícil orar con alegría,
porque ello implica hacerlo con el corazón;
sin embargo es precisamente la oración del
corazón
la que más le gusta y conmueve a
Dios, tal como nos enseña Jesus en el Evan-
gelio y como nos enseña Maria desde hace
tantos años en Medjugorje. Orar con el cora-
zón es armonizar los latidos del propio cora-
zón con el Corazón de Jesus, hasta que deje-
mos de distinguir nuestros latidos de los
Suyos, hasta que nos presentemos al Padre
en un Hijo único.
Orar con el corazón es perderse en el
Amor que es Jesus, es hacer experiencia de
vida eterna; es colaborar en la construcción
del Reino de Dios. La oración a la que Maria
nos invita es la perla de gran valor por la
que debemos estar dispuestos a darlo todo
con alegría. (cfr. Mt 13, 45-46); no es por
tanto evasión o fuga de la realidad, sino vida
concreta en Cristo, que por sí, asegura ver-
dadera Vida ya en esta tierra. Paz y alegría
en Jesus y Maria.
N.Q.
Te agradezco, Señor,
porqué vienes en el burrito
y no sobre querubines,
vienes en la humildad
y no en la grandeza.
Vienes en pañales
y no en armadura de guerrero,
vienes a un comedero
y no a las nubes del cielo,
entre los brazos de tu Madre
no sobre el trono de tu majestad.
Vienes en el burrito
y no sobre querubines,
tu vienes hacia nosotros,
no contra nosotros,
vienes para salvar, no para juzgar,
para visitarnos en la paz,
no para condenar en el furor.
Si vienes así, Señor Jesus,
en lugar de huir, correremos hacia ti”.
Pietro di Celle
El sacerdocio en Cristo
es fruto de Pasión
Las numerosas y enriquecedoras refle-
xiones sobre el sacerdocio durante este año
a él dedicado (que concluyó el pasado 10 de
junio, solemnidad del Sagrado Corazón) han
ampliado seguramente nuestra mirada sobre
el gran don que Jesus ha dado a su Iglesia y
que puede ser comprendido solo bajo la luz
del sacerdocio mismo de Cristo, Eterno
Sacerdote. Pero, ¿Cuáles eran los elementos
que constituían el sacerdocio de Jesus?
En una bella homilía, en
ocasión de la fiesta del Corpus
Christi, el Papa Benedicto
XVI
ha invitado a “meditar
sobre la relación entre Euca-
ristía y el Sacerdocio de Cris-
to”, bajo la luz de los textos
bíblicos. He aquí algunos
párrafos muy interesantes:
“La primera cosa que debe-
mos siempre recordar es
que Jesus no era un sacer-
dote según la tradición
judía.
(…) No pertenecía a la
descendencia de Aarón, sino a
la de Judas, y por tanto legal-
mente se le impedía la vía del
sacerdocio. La persona y la
actividad de Jesus de Nazaret
no se colocaba en la estela de
los sacerdotes antiguos, sino en la de los
profetas.
En esta línea, Jesus tomo sus distan-
cias frente a una concepción ritual de la
religión,
criticando el planteamiento que
valoraba a los preceptos humanos ligados a
la pureza ritual en lugar de la observancia de
los mandamientos de Dios, es decir al amor
por Dios y por el prójimo, que como dice el
Señor, “vale mas que todos los holocaustos
y sacrificios” (…) Por tanto, Jesus no es
reconocido como Mesías sacerdotal, sino
profético y real.
Entonces, ¿Qué clase de sacerdote es
Jesus? La Pasión de Cristo se presenta
como una oración y como un ofrecimiento.
Jesus afronta ya “su hora”, que le lleva a
morir en la cruz, sumergido en una profun-
da oración, que consiste en la unión de su
propia voluntad con la de Dios Padre. Esta
doble y única voluntad es una voluntad de
amor.
Vivida en esta oración, la trágica prue-
ba que Jesus afronta se transforma en
ofrecimiento, en sacrificio vivo.
Jesus,
habiendo obedecido hasta el extremo de la
muerte en cruz, pasa a ser “causa de salva-
ción” para todos los que Le obedecen. Es
ahora pues, Sumo Sacerdote, por haber asu-
mido El mismo todo el pecado del mundo,
como “Cordero de Dios”.
Es Dios Padre quien le confiere este
sacerdocio en el momento mismo en el que
El pasa por su muerte y
resurrección. No es un
sacerdocio según la ley de
Moisés, sino según la de
Melquisedec, según un
orden profético, dependiente
únicamente de su directa
relación con Dios.
El sacerdocio de Cristo
conlleva sufrimiento. Jesus
sufrió mucho verdaderamen-
te, y lo hizo por nosotros. El
era el Hijo, y no tenia porque
aprender la obediencia, pero
nosotros sí. Debíamos y
deberemos siempre apren-
derla. Por tanto el Hijo asu-
mió nuestros rasgos huma-
nos y por nosotros se ha
dejado “educar” en el crisol
del sufrimiento, dejándose transformar por
este, como el grano de trigo que para dar fru-
to debe morir en la tierra. A través de este
proceso, Jesus se ha “perfeccionado”.
La pasión fue para Jesus, pues, como
una consagración sacerdotal. En la Euca-
ristía El ha anticipado su Sacrificio, un Sacri-
ficio no ritual, sino personal. En la Ultima
Cena El actúa movido por ese “espíritu eter-
no” con el que luego se ofrecerá en la Cruz,
(…) Es esta fuerza divina la que transforma
esa extrema violencia y extrema injusticia en
acto supremo de amor y de justicia.
Esta es la obra del sacerdocio de Cris-
to, que la Iglesia ha heredado y que perseve-
ra en su historia, en la doble forma de sacer-
docio común de los bautizados y del ordena-
do por sus ministros, para transformar el
mundo con el amor de Dios”.
“Debemos saber reconocer que
perder algo, incluso a nosotros mis-
mos, por el verdadero Dios, el Dios
del amor y de la vida, es en realidad
una ganancia, un reencontrarse en
plenitud.
Quien se encomienda a Jesus
experimenta ya en esta vida la paz y
la alegría del corazón, que el mundo
no puede dar, y que tampoco nos
puede quitar, una vez que Dios nos
las ha concedido.
¡Vale la pena pues dejarse tocar
por el fuego del Espíritu Santo! El
dolor que nos trae es necesario para
nuestra transformación”.
Benedicto XVI
La Cadena
del Amor
Desde un lugar remo-
to de Zimbabwe, Afri-
ca, una religiosa ha
enviado a Ayuda a la
Iglesia Necesitada un mensaje de sincero
agradecimiento por haber enviado cientos
de rosarios
destinados a personas pobres
que sienten la oración como su única
esperanza.
Sor Clara ha explicado que los rosarios
han sido distribuidos en toda su “Mision
Fatima” como parte de un programa pastoral
que invita a los parroquianos a consagrar sus
casas al Sagrado Corazón de Jesus. “Esta-
mos muy felices con los rosarios. Desde que
comenzamos a distribuirlos, nos ha sorpren-
dido gratamente la respuesta de la gente”,
escribe Sor Clara. “Las personas estaban
inmensamente alegres por lo que estaba
sucediendo y cantaban y bailaban, emocio-
nadas, dándole gracias a Dios, que de esta
manera les estaba visitando.
Estando en contacto con los africanos, se
da uno cuenta de que tienen un gran sentido
de Dios, y un gran deseo de conocerLe a tra-
vés de las Sagrada Escritura. A lo que
mayormente responden es a la oración
comunitaria, como comunidad, y la iniciati-
va del rosario es una manera maravillosa
para hacer esto.”
Algunos informes muestran que la gente
en todo Zimbabwe occidental se halla en
condiciones de pobreza a causa de la políti-
ca gubernamental de inversión y desarrollo,
que favorece más otras regiones más afines
al régimen.
(Fuente: Ayuda a la Iglesia Necesitada)
2
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Estar con
“Y Jesus instituyo a doce para que estu-
vieran con El” (Mc 3,14). Jesus no escoge a
héroes, profetas, sanadores, exorcistas, o
mensajeros. Escoge a los doce para que
estén con El. Mas tarde serán enviados.
Escoge en primer lugar a compañeros de
vida, no a personas que hagan cosas para El,
sino para “hacer casa” con ellos.
El primer objetivo de Jesus no es la
conversión, sino la compañía de sus hom-
bres, la comunión.
Y tal vez el Reino
empieza con hacer mas afectuosa la vida.
Todos experimentamos el esplendor de
este estar con: con la persona amada, con el
amigo, con el compañero. Estar con la per-
sona amada nos ayuda a sobrellevar las
amarguras cotidianas; caminar con el amigo
nos ayuda a recuperar esos pasos perdidos.
Estar con nos ayuda a redimir nuestras
jornadas vacías o inquietas.
Estar con las personas a las que quieres
es la primera sanación de la vida, terapia
base de la existencia.
Estar con es librarse de la condena de la
soledad enemiga. El alma que se aísla,
enferma; el hombre enfermo y solo, muere.
El amar, siendo amados, basta para llenar
nuestra vida, y la de muchos.
Estar con el amado o el amigo o el espo-
so es salir del reino de la obligación y de la
competitividad y entrar en el reino de la gra-
tuidad.
Jesus escogió a doce para “hacer casa”
con ellos, para que hicieran experiencia de
vida con El. La sanación de la vida es librar-
la de la enfermedad de la soledad, de la tira-
nía del hacer, de la fascinación por la canti-
dad, y proponer de nuevo la fascinación por
la comunión.
Crear comunión es el objetivo prime-
ro de la historia sagrada. Es la vertiente, la
lama que separa los dos lados de la historia.
Por un lado los constructores de comunión,
que hacen lo mismo que Dios, creando pro-
ximidad y alianza. Y son llamados amigos
de Dios, amigos del genero humano, custo-
dios de la historia. Por el otro lado, los
constructores de separaciones, de enemis-
tades , de desconfianzas , de miedo y de
muros.
Y son los que hacen lo que el diablo
hace. Como indica su nombre, (diabállo,
separo, contrapongo) que significa precisa-
mente “el separador”, el que aleja el hombre
del hombre, que lo separa de si mismo.
Estar con, y luego vendrá seguramente
la capacidad de actuar, y de hacerlo con el
estilo del que “hizo casa” contigo.
Maria, en el Evangelio, es creadora de
relaciones. Incluso en la casa con Jose, el
centro de la vida no era el yo, ni siquiera el
tu. El centro estaba en la relación, en el
encontrarse y en el hallarse, a través de la
distancia, en un nosotros, nudo que une y ata
las vidas.
Nuestra generosidad nos lleva a veces a
saltarnos etapas, a saltarnos las fechas.
Cuando hemos encontrado a Cristo, hemos
sentido la urgencia de hacer algo por los
demás. Y esto es algo muy bello y a la vez
prematuro. Tal vez hayamos saltado esa pri-
mera etapa como discípulos: ese estar con
El. ¿Tal vez porque vemos menos gratifican-
te una hora de oración que una hora de ser-
vicio? Para una plenitud de existencia es
necesario construir, hacer casa…”.
(fuente: Las casas de Maria – E. Ronchi)
En los rostros humanos
de Francesco Cavagna
Hay personas que llevan esculpido en su
rostro el amor de Dios. Estas personas reve-
lan en cada una de sus acciones Su presen-
cia, Su bondad infinita. Las podemos hallar
por las calles que recorremos a diario. A
menudo no las detectamos, concentrados
siempre en nuestras tareas personales. Pero
a veces, cuando nos llega una situación difí-
cil o cuando alguna oración nuestra excava
en nosotros ese vacío tan valioso y necesa-
rio, de repente las encontramos… Debemos
estar despiertos, tener ese soplo de su Espí-
ritu que abre los ojos de nuestra alma. Y es
entonces cuando las reconocemos, o mejor
dicho, reconocemos a Dios en el rostro de
esas personas.
El Señor se sirve de ellas para hacer el
bien, las usa como instrumentos suyos, se
sirve de sus acciones más sencillas para
manifestarse al mundo, para llegar a todos
sus hijos. Ese es su deseo más grande. Quie-
re que todos Le conozcan, que los más leja-
nos se acuerden de El. Y estas no hacen nada
de extraordinario. Viven y aman: su amor es
extraordinario.
¿Todavía nos extrañamos de esos peque-
ños milagros que acontecen a diario? Son
personas como nosotros, que tienen su rostro
lleno de esperanza, ojos limpios, una sonrisa
clara aún viviendo en este nuestro mundo,
tan sufrido y tan lleno de contradicciones.
Custodian la vida de Dios en su interior.
Me hallaba en la estación de Mestre,
hablando con un coetáneo mio que Dios me
presentó. Decía el que no creía, pero me pre-
guntaba constantemente sobre lo que estaba
ocurriendo, sobre el porque tantos jóvenes,
serenos y normales elegían
dedicar su tiempo a estar
con los pobres de esa
inhóspita estación. Cuando
las personas se enteran de
que estudio teología suelen
dirigirme infinidad de pre-
guntas de carácter filosófico… consigo
entonces mantener discretamente la conver-
sación, pero me doy cuenta de que no hay
teoría que sacie esos corazones tan ansiosos
de saber. Sencillamente le pregunté: “Pero
tu, ¿Reconoces a Dios en el rostro de ciertas
personas?”.
Me contestó que no, pero en
seguida miró a su entorno y me pidió que le
mostrara a esas personas. Y se puso a obser-
var con una mirada distinta los rostros sere-
nos de los que estaban a nuestro alrededor,
casi como buscando, casi como intentando
“mirar más allá” como yo hacía.
Nos lo ha dicho el mismo Jesus.
“Me lo habréis hecho a mi”
“Mis hermanos más pequeños”
Para nosotros siempre es fácil, estamos
concentrados sobre lo que los demás deben
darnos, esperamos algo para nosotros, y de
esta manera nuestros intereses ocupan el pri-
mer y único lugar en las relaciones con los
demás. No somos ya capaces de contemplar
el misterio que cada persona esconde en sí
misma. No sabemos ya maravillarnos con los
silenciosos milagros que suceden a diario.
Pero el Señor no cesa en perseguirnos, y
a veces usa a estas personas para abrir de
repente nuestra mirada, para decirnos que El
existe, para reconducirnos a El. Aquí inicia
el camino para buscarle siempre, para esfor-
zarnos en encontrarle en el prójimo.
Porque estas personas son como antor-
chas encendidas, y en verdad también noso-
tros debemos intentar llegar a ser tales, pero
la gran revelación es que Dios está en cada
uno de nosotros. Dios ha escogido encarnar-
se, tomar rostro humano, y ha sancionado
eternamente la dignidad de cada vida.
Si, cuando sepamos reconocerle incluso
en esos rostros marcados por la tristeza y por
el sufrimiento, en esas miradas bajas y afli-
gidas, en las cicatrices de las víctimas de la
indiferencia de hoy día, solo entonces podre-
mos decir que hemos comenzado a amar.
Sabremos y sentiremos que Dios está en
cada uno de nosotros, que Dios está en todas
partes, y que Dios es Dios. Y dejaremos de
comportarnos como dueños de nuestras
vidas. Cada cosa retomará su justa dimen-
sión. Y seremos libres, libres para amar.
INDIA: “El espíritu
de la antigua Iglesia”
Monseñor John Kattrukudiyil, obispo de
la diócesis de Itanagar, India, nos explica
cómo es su Iglesia, viva, joven y ¡Capaz de
hacer milagros!
“Los apóstoles tras la Resurrección de
Jesus quedan muy turbados. Algunos vuel-
ven al trabajo ordinario que tenían antes; no
saben en realidad que hacer. Después de
Pentecostés, en cambio, de tímidos pescado-
res pasan a ser evangelizadores porque guar-
dan en sus corazones la paz y la fuerza que
recibieron del Espíritu Santo.
También en mi Diócesis obra con poder
el Espíritu Santo: la presencia de Catequis-
tas en mis Comunidades, para mi desde lue-
go es un milagro. Hay una Iglesia que está
viviendo, que evangeliza porque hay
muchos laicos que trabajan desde hace
muchos años. ¡Me sorprenden por su pro-
funda fe! En nuestro país hay muchos ani-
mistas (el 37%) y no ha sido fácil hacer
nacer el Cristianismo, pero muchos jóvenes
se dieron cuenta que para acercarse a Dios
no hacen falta sacrificios, matar animales,
etc… Un joven me dijo que durante un tiem-
po siguió a un catequista que le transformó
la vida porque le dio a conocer a un Dios
grande: junto a otros jóvenes comenzó a
orar. En Arunashal se crean muchas nuevas
parroquias porque hay grandes signos de la
obra de Dios. La teología a menudo no toca
el corazón del hombre, se detiene solo en la
mente, en el pensamiento. La Palabra de
Dios, en cambio, va derecha hacia el alma y
transforma interiormente.
Aquí se vive una Catequesis que parte
desde los comienzos, precisamente como en
las primeras Comunidades cristianas. Hay
tanta frescura en los creyentes y el Bautismo
se ofrece con alegría a quien desea recibirlo.
Asistimos a veces, a experiencias como las
que vivió San Pablo en Damasco; hay de
hecho personas que llegan a una bellísima
conversión tras haber perseguido a los cris-
tianos durante mucho tiempo. Muchos oran
para que la conversión del corazón llegue
también a muchos otros; hay también
muchas oraciones de sanación. El Espíritu
Santo ofrece sus dones que se ven incluso en
quien no sabe ni leer ni escribir, pero que tie-
ne una fe profunda.
Es esta una Iglesia joven que con los
años crecerá siempre más en número y en la
fe. Por todo ello, agradecemos a Dios Padre
y a la acción del Espíritu Santo. La existen-
cia de las castas en la sociedad indú crea
algunas divisiones pero el cristiano, aún con
esfuerzo, será capaz de resolver.
(Lidio)
3
Eco 211
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Hacerse
cargo
“¡Que me suceda a mi antes que a uno de
mis hijos… cien veces a mí!”
Una frase como esta tiene un fuerte peso,
y aún así muchas veces me parece haberla
oído, y en seguida me dije a mi misma:
“Pero esto no es normal, porque los hombres
tienden siempre a descargar los males en los
demás, a “salvar el
pellejo” a toda costa!
¿Qué es pues, lo que
le lleva a un padre a
pronunciar una tal
afirmación?
No existe razón
concreta, porque esta
predisposición al
sacrificio, en realidad
no es fruto de la men-
te, de un cálculo men-
tal, sino que nace de
un amor inmenso,
puro, totalmente
altruista, tendido
hacia los demás…
Es con este tipo
de amor que Maria
en Medjugorje nos ama y nos invita a
amar al prójimo.
Un amor capaz de hacer-
se cargo de las penas que podrían pasarle a
nuestro prójimo para salvaguardarlo, asu-
miendo las eventuales consecuencias y que-
mándolas en un amor que “todo lo sufre…
todo lo cree, todo lo espera, todo lo soporta”
(1Cor 13,7).
Querer el bien del prójimo (esa es nues-
tra intención cuando decimos a alguien: “¡Te
quiero mucho!”) no es un deseo, sino un
acto que nos implica activamente: rechazan-
do el mal que lo amenaza, conseguimos el
bien para nuestro prójimo. Y la mejor mane-
ra es poner como escudo nuestra propia
vida, precisamente como hace una madre
con su hijo.
No siempre es fácil ni cómodo. A veces
la mordida del dolor se hace muy aguda en
nuestra carne, cuando ofrecemos nuestra
vida a Dios para salvar a alguien. Notamos el
peso, vivimos sentimientos negativos que no
tienen razón de existir, llegamos a sentirnos
aplastados por el mal… es un precio que se
debe tener en cuenta si queremos ser eficaces
en nuestra acción de salvación. Pero el vene-
no no entrará en nuestro interior, porque el
mismo Espíritu lo hará inocuo si nos ofrece-
mos a Dios con corazón sincero y generoso:
“ Y el niño de pecho jugará sobre la cueva del
áspid, y el recién destetado extenderá su
mano sobre la caverna de la víbora…” nos
asegura el profeta Isaías (11, 8).
Entonces, nuestra vida asumirá un
carácter sacerdotal, capaz de asumir las
consecuencias del mal para consumirlo en el
brasero del amor, para así hacerlo llegar al
cielo “como un olor fragante, sacrificio
acepto, agradable a Dios.” (Fil 4,18).
Seremos sacerdotes, padres y madres,
capaces de engendrar al prójimo a la vida,
preservándoles de la muerte. Pero también
nosotros obtendremos beneficio: sanando en
el amor, que se hará santo e inmaculado en
la medida en que se olvide de sí mismo y se
de a los demás… “Sobrellevad los unos las
cargas de los otros, y cumplid así la ley de
Cristo.” (Gal 6,2).
Stefania Consoli
Oír la voz de Dios
de
p. Kreso Busic
Hay un continuo susurrar de voces que se
multiplican y que corren por todo el planeta;
voces que se suman a otras, voces que se con-
traponen y a menudo solo generan bullicio…
“Mis ovejas oyen mi voz, y yo las conozco, y
me siguen”
dice Jesus en el Evangelio (Jn
10,27).
Quien quiere seguir al Señor y dejarse
guiar por la única voz que es “verdad plena”
debe saber reconocerla entre todas las demás.
Pero, ¿Cómo podremos en realidad recono-
cerla? ¿Cómo y dónde podemos oír la voz de
Jesus?
A menudo, cuando decimos que debemos
oír la voz de Jesus, pensamos en algo sobre-
natural, en locuciones interiores, en pedirle a
uno de los videntes algo particular nuestro.
Pero esa es en realidad una actitud inmadura,
porque todos nosotros debemos estar prepara-
dos para una “nueva escucha”, para oír la voz
de Dios y estar seguros de que El es quien nos
guía.
Lo fundamental para nosotros es puri-
ficar y sanar la imagen deformada de Dios
que tenemos dentro de nosotros,
y esto solo
se puede realizar experimentando a Jesus
vivo, real, en nuestra propia vida. Y ¿Cómo
hacerlo? Deberíamos hacer madurar dentro de
nosotros nuestro “si” a Dios, un “si” siempre
más libre y sencillo. Podremos así experimen-
tar la paz, que es el toque del Espíritu Santo,
en la medida en que crecerá en nosotros un
“si” más profundo a la voluntad de Dios.
Varias veces en las páginas de Eco se
ha hablado del ofrecimiento de vida como
el camino correcto para un mayor conoci-
miento de Dios. El ofrecimiento no es sino
otra expresión de ese “si” interior, y este es
en realidad el único pasaje que existe entre la
tiniebla y la luz, entre lo viejo y lo nuevo.
Porque sin ofrecimiento a Dios no entrare-
mos nunca en un contacto inmediato con El,
sino solo con un reflejo suyo, con una obra
suya o con una idea de Dios. Quiero hacer
algo por Dios pero en realidad tengo miedo
de acogerle. Entonces el contacto con la vida
divina se debilita, y se hace cada vez más
“sofocante”. Y así el cristiano, tras muchos
años de camino espiritual en lugar de elevar-
se para poder ser creatura nueva, inicia un
proceso de decadencia, de cansancio, se cie-
rra de nuevo en sus formulas religiosas, en
sus “casillas”, donde el espíritu de pasividad
interior cede ante las pruebas de la vida.
El ofrecimiento es la capacidad del
alma de escuchar el sonido de Dios, su
armonía, y conocer la voz de Aquel que me
habla, me forma, me plasma; esa verdadera
voz del Buen Pastor que nos hace más libres
y más fuertes.
Todos sabemos que los animales siguen
los olores y las voces: estas dos facultades
les permite reconocer a la persona que tienen
delante y estar seguros de ello. Pues ¡Cuánto
más debemos nosotros desarrollar las capa-
cidades y los poderes que nuestra alma
posee! La capacidad principal es precisa-
mente la de estar a la escucha, la de abando-
narse en confianza a El.
De ese reconocer y escuchar la voz de
Dios, nace la apertura interior, la capaci-
dad de donarse, el espíritu de sacrificio; nace
la paz interior que permanece incluso en las
dificultades de la vida y sana la confianza y
la fe en Dios. Entonces, para mí, como cre-
yente, es importante conocer a Aquel en el
que he puesto mi confianza, y comprender
mejor lo que El ha revelado. Cuanto más
escuche la voz de Dios, mas desarrollo mi fe
que me lleva a conocer de modo más profun-
do a la persona de la que me fio; y cuanto
más conozco a esa persona, o sea a Jesucris-
to, mas lo amo. Porque conociéndole, descu-
bro el verdadero valor de su sacrificio, de su
perdón, en resumen, descubro cuanto, en
realidad, Jesus me ama.
Solo de esta manera se disipará la nie-
bla creada por el miedo, por la descon-
fianza y por la impaciencia.
Y solo así
comenzará a morir en mí ese hombre viejo
con todos sus modos de mirar la vida y de
juzgar al mundo: dejando mi egoísmo y per-
mitiendo que el amor de Dios forme en mí
una creatura nueva, que ve la realidad con
unos ojos renovados y libres. Comenzaré a
pensar de una nueva manera, a mirar a las
personas de modo distinto; aprenderé a orar
de una manera más original y a relacionarme
con la creación reconociéndola como don de
la infinita bondad de nuestro Señor.
La caridad lleva a hacerse “a todos de todo”
“La caridad lleva a hacerse “a todos de todo”, (1 Cor 9,22), para adecuarse
no solo a las necesidades de los hermanos, sino también a la mentalidad, al carác-
ter, a los gustos, a la personalidad de cada uno. Amar al prójimo motivados por
Dios, reconociendo en cada hombre la imagen, la creatura, al Hijo del Padre
celestial, no significa desencarnar la caridad reduciéndola a una forma de amor
frio, estereotipado, que abraza a todos en masa sin tener en cuenta a las personas
singularmente.
Cierto es que Jesus amó a todos los hombres con amor divino; sin embar-
go a través de las páginas del Evangelio podemos notar que su amor asumía dis-
tintos matices según a quien se dirigía. No era un amor estandarizado el suyo y
tampoco indiferente a las particulares exigencias de cada uno. Pensemos, por
ejemplo, en la diversidad de su comportamiento hacia cada discípulo suyo, o
bien hacia sus amigos de Betania: no trataba a Pedro como a Juan, o a Marta
como a Maria.
La caridad nos hace atentos al tratar a cada hermano según su circunstan-
cia particular – temperamento, sensibilidad, calidad, límites – para hacerle sentir
el calor de un afecto que se adecúa a su persona, aligerando sus penas. “Pero el
Dios de la paciencia y de la consolación – escribe San Pablo – os de a vosotros
un mismo sentir según Cristo Jesus… Por tanto, recibíos los unos a los otros,
como también Cristo nos recibió, para gloria de Dios” (Rom 15,5-7).
Anónimo
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No necesitamos
nada
más
Todo es tan sencillo. Natural y más nor-
mal de lo que podamos pensar. El amor de
una madre es algo evidente, es inmediato.
En cierto modo, instintivo, si bien requiere
voluntad para que la madre halle tiempo y
espacio para su creatura.
El amor de una madre no debe estudiar-
se o analizarse para que sea comprendido.
Se aprende desde el nacimiento. Se recibe
abundantemente en la infancia hasta que
asume en nosotros rasgos indelebles de edu-
cación, de crecimiento, de formación….Nos
acompaña siempre, incluso en el recuerdo
que se hace nostalgia cuando sufre aleja-
miento o ausencia definitiva.
“He aquí a tu madre” dijo Jesus mori-
bundo al discípulo fiel, a los pies de la cruz.
“He aquí a tus hijos…” sigue repitiendo el
Señor a Maria, que sigue presente en Med-
jugorje día a día con un amor incomparable,
lleno de gracia.
Hemos entrado ya en el trigésimo año
de las apariciones y son cada vez más
numerosos los peregrinos que acuden aquí.
¿Para hacer qué? ¿Qué es lo que les empuja
a emprender este viaje? Cada cual tiene sus
motivaciones. Distintas son las maneras y
los acercamientos. Sin embargo todos hallan
una misma cosa: una madre que les acoge
con un amor inmenso. Un amor que genera,
que sana, que conforta. Un amor que orien-
ta nuestros pasos hacia Dios, eternidad de
bien.
No necesitamos nada más. Es todo tan
sencillo… ¿Porqué nos rompemos la cabeza
dándole vueltas a la interpretación del Mis-
terio, para luego acabar enjaulándolo en
estériles juicios humanos? Como niños
pequeños, dejemos que su amor nos alcance
y nos llene. Todo se nos hará entonces más
claro y comprensible. Sabremos bien lo que
hacer en ese tiempo que nos espera. Podre-
mos responder con firmeza y convicción:
“Heme aquí Señor, hágase en mi tu Voluntad
plena”. Como ya hizo Ella en su día.
Tierra
de
sabiduría
“¡He aquí el esposo! ¡Id a su encuentro!”
grita una voz a medianoche y las mujeres se
levantaron para ir a su encuentro. Para ver,
llevaron unas lámparas consigo, y el aceite
para mantenerlas encendidas y no quedarse
a oscuras.
Es una elección que bien conocemos. La
explica Jesus en una parábola del Evangelio
de San Mateo (Mt 25, 1-13). Una escena de
alegría, porque las mujeres se habían apro-
visionado de aceite para iluminar su amoro-
sa espera: el aceite de la esperanza, confian-
do plenamente en que el esposo llegaría.
Otras, sin embargo, menos atentas, tal vez
perezosas o distraídas, y sin duda superficia-
les, no se aprovisionaron de ese aceite, pen-
sando en que sus amigas lo harían por ellas
también…
Gota tras gota, después de treinta años,
Maria nos ofrece en Medjugorje el aceite
de la gracia,
de la fe: “Queridos hijos: Hoy
os invito a que junto a mí, empecéis a cons-
truir en vuestros corazones el Reino de los
Cielos y a olvidar lo personal, y guiados
con el ejemplo de mi Hijo, penséis en lo
divino. ¿Qué es lo que El quiere de voso-
tros? No permitáis a satanás que os abra los
caminos de la felicidad terrena, los caminos
en los que no está mi Hijo. Hijos míos , estos
son falsos y duran poco. Mi Hijo existe. Yo
os ofrezco la felicidad eterna y la paz, la
unidad con mi Hijo, con Dios, el Reino de
Dios. ¡Os doy las gracias! ,
le dijo la Virgen
a Mirjana el pasado 2 de agosto.
Años de espera, junto a Maria, por ese
Reino que está por venir. Años en los que
necesitamos acumular gracias a través de
una vigilancia fiel y sabia: “…orad por la
paz, a fin de que cuanto antes reine un tiem-
po de paz, que mi corazón aguarda con
impaciencia…
(25.6.95). “Deseo renovar
con vosotros la oración e invitaros al ayuno,
el cual deseo ofrecer a mi Hijo Jesus por la
llegada de un tiempo nuevo, un tiempo de
primavera.”
(25.10.00), nos dijo la Madre
hace ya tiempo.
Pero ¿Donde nos hallamos hoy? Basta
con que miremos alrededor nuestro y que
leamos los periódicos… Es la noche de la
espera. El esposo vendrá, eso es seguro.
Pero mientras tanto, mientras esperamos,
llenemos nuestras lámparas interiores con
oración ardiente, que sepa iluminar la oscu-
ridad que oprime y que hace tenebroso el
mundo nuestro. Tengamos
reservas suficientes de esa gra-
cia que Maria nos transmite
con su ejemplo, con sus pala-
bras, con su presencia viva y
vivificante. Poseeremos esa
luz que nos permitirá ir al
encuentro del Señor, que viene
para recapitular todo a sí
mismo.
Uno de los secretos con-
fiados a los videntes habla de
un signo visible e indestructi-
ble que aparecerá en Medju-
gorje y quedará para siempre.
Pero “será demasiado tarde”
para el que no haya acogido a
tiempo la invitación a convertirse, nos
advierte Maria. No podrá participar al ban-
quete de la fiesta. Tal como les sucedió a las
vírgenes necias de la parábola, que se que-
daron sin ese aceite de la fe: mientras tanto,
hay personas esperando que “todo esté bajo
control” antes de decidirse por entregarse a
Maria y a sus proyectos de salvación. Pero
el tiempo va pasando y la puerta puede lle-
gar a cerrarse. “Señor, Señor ¡Ábrenos!”,
gritan las jóvenes. Pero El les contestó: “¡En
verdad os digo, que nos os conozco!”
Caminar hacia la fe requiere compro-
miso, creatividad y a menudo también ese
dolor de no poder cambiar nuestro corazón.
Requiere esfuerzo, sinceridad y mucha bue-
na voluntad.
No siempre estamos dispuestos a impli-
carnos totalmente y así aplazamos nuestro
“si”, o bien le pedimos a otro que haga ese
esfuerzo. “Velad pues, porque no sabéis ni
el día ni la hora”, concluye Jesus en la pará-
bola.Pero hay una invitación mas para aque-
llos que en cambio, ya desde hace años,
viven con amor los mensajes de Maria,
manteniendo resplandecientes sus lámparas
interiores. Antes de que estos pasen por la
puerta y ésta se cierre a sus espaldas, pueden
abrir sus brazos en cruz y apuntalar las puer-
tas abiertas para dejar paso libre a aquellos
que puedan retrasarse y que, a pesar de todo,
tengan deseos de entrar.
Aceptar mantenerse erguidos, sosteni-
dos en la propia cruz con generosidad y
coraje para ventaja de los demás, es una
caridad muy grande. Si además lo vivimos
en comunión con otros, seremos aún mas
fuertes y robustos; así las puertas del Reino
permanecerán abiertas para que toda la
humanidad pase y se salve.
Tiempo de gloria,
tiempo
de
cruz
A mediados de septiembre nos llega la
fiesta que exalta la Cruz de Cristo (es el
día 14 del mes). Es una celebración muy
sentida en Hercegovina – como ya anuncia-
mos en otras ocasiones - y cada año ese día
la cima del Krizevac se llena de gente que
sube para rendir homenaje a la gran Cruz
blanca, memoria de la aquella que sostuvo a
Jesus en el Gólgota.
Es seguramente ocasión de hacer fiesta,
dado que precisamente a través de la Cruz,
el Señor nos dio a todos la salvación. Pero
es también muy fácil festejar cuando la Cruz
no toca nuestra carne, cuando
queda lejos de nosotros…Se
hace en cambio más arduo,
cuando, en la prueba, vemos
esfumarse esos sueños de
gloria
en los que deposita-
mos nuestra esperanza mien-
tras seguíamos a Jesus “hacia
Jerusalén”.
Intentemos ser más concre-
tos. En el camino hacia Dios,
generalmente, hallamos
siempre a alguien que nos
puede guiar bien y orientar.
Nos encomendamos y nos
fiamos de el, a pesar de que
el itinerario sea compromete-
dor y los senderos, estrechos y arriesgados.
A pesar del esfuerzo, seguimos mirando a
nuestra guía con estima y con respeto, iden-
tificamos nuestros pasos con los suyos, con
el riesgo de idealizar al hombre, esperando
que el llegue a ver las cosas como nosotros
las vemos…
Llega sin embargo el momento en el
que el ideal se pone a prueba y no nos pro-
mete ya el consenso, es más, a veces, puede
darnos su público disentimiento. “Señor, dis-
puesto estoy a ir contigo no solo a la cárcel,
sino también a la muerte”, dijo Pedro a
Jesus. Pero El respondió: “Pedro, te digo que
el gallo no cantará hoy antes que tu niegues
tres veces que me conoces” (Lc 22,31-34).
Los caminos de huida frente al peligro
están siempre abiertos y atraen nuestra
debilidad, nuestra inseguridad y nuestro
miedo. A veces sería suficiente reconocer el
propio temor y encomendarnos humilde-
mente a quien nos puede ayudar, para per-
manecer coherentes con lo que habíamos
creído y sostenido.
Y así, permanecer en paz, dejando que los
eventos que no dependen de nosotros lleven
su curso, aunque no sean siempre previsi-
bles y claros a nuestros ojos.
La dificultad nos quita la máscara,
Reflejos de luz
desde la
tierra
de
Maria
de
Stefania Consoli
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pone a prueba la pureza de nuestras inten-
ciones. “¿Estoy con El porque me conviene,
porque antes o después recibo un provecho?
¿O bien porque libremente comparto un
camino que puede penalizarme, pero que
merece la pena ser vivido hasta el final?”
Deberíamos preguntarnos esto con sinceri-
dad.
La amenaza de la derrota esta siempre
al acecho. No nos gusta. A nadie le gusta el
riesgo de parecer un perdedor, de sentirse
fracasado. No es cómodo ser impopular, y
mucho menos acusado u objetivo de alguien.
Pero ese es el precio que pagar para dar fru-
to, sobretodo en nombre de Cristo, que esco-
gió ésta como única vía: “Bienaventurados
los que padecen persecución por causa de la
justicia. Gozaos y alegraos, porque vuestro
galardón es grande en los cielos; porque así
persiguieron a los profetas que fueron antes
de vosotros (Mt 5, 10-12).
Jesus lo explica de manera clara: “Si
el mundo os aborrece, sabed que a mí me
ha aborrecido antes que a vosotros…
Si a
mí me han perseguido, también a vosotros
os perseguirán” (Jn 15, 18-20). Pero, enton-
ces, si nos consideramos cristianos, porque
huimos ante la Cruz? ¿Por qué abandona-
mos nuestro lugar tras haber caminado tan-
to, aún tratándose de un lugar tan innoble
como es el Calvario?
Son preguntas profundas y personales, a
las que cada uno si quiere podrá responder en
lo secreto de su corazón. Pero celebrar la Cruz
y su exaltación presupone por lo menos el
deseo de estar con Cristo, pobre y crucificado,
que la escoge como trono suyo de gloria, y no
causa de traición o de fuga.
“Dios acoge en Su eternidad lo que
ahora, en nuestra vida, hecha de sufri-
miento y amor, de esperanza, de alegría
y de tristeza, crece y se desarrolla. El
acoge al hombre por entero, toda su
vida es tomada por Dios, y en El, una
vez purificada, recibe la eternidad… El
Cristianismo no anuncia solamente
alguna salvación del alma en un impre-
ciso mas allá, en el que todo lo que en
este mundo se considera valioso, pasa a
ser borrado, sino que promete la vida
eterna, “la vida del mundo que vendrá”:
nada de lo que ahora consideramos
valioso en nuestro mundo se quebrará,
sino que hallará plenitud en Dios.”
Benedicto XVI
(Solemnidad de la Asunción de Maria)
Del diario de Sor Faustina
“Jesus le dice: “Hija mía, con la pacien-
te sumisión a mi voluntad me concedes la
mayor de las glorias y te aseguras meritos
tan grandes que no podrías conseguirlos ni
con ayunos ni con mortificaciones de ningún
tipo. Sepas, hija mía, que si sometes tu
voluntad a la mía, atraes sobre ti mi predi-
lección. Tu sacrificio me es grato y está lle-
no de dulzura. Hallo en él mi complacencia
,¡Es de verdad poderoso!”
“¡Oh, victima grata al Padre mío! Sepas
esto, hija mía, que toda la Santísima Trini-
dad tiene en ti su especial predilección por
el hecho de que vives únicamente de la
voluntad de Dios. Ningún sacrificio es com-
parable a este… Me uno a ti de manera
especial, porque tu amas mas mi voluntad
que las gracias”.
¡Ahora me toca a mí!
Hay momentos en la vida de cada uno en
los que sentimos una llamada muy especial,
dirigida directamente a nosotros. La intui-
ción y la escucha se abren camino en el alma
y en el espíritu y despiertan el corazón y la
mente. Como un rayo en la oscura noche,
nos llega un mensaje, una voz o un sonido
que de inmediato nos pregunta, esperando
una respuesta. En ese momento toda nuestra
persona, en su plenitud, está llamada a res-
ponder: ¿Porque Dios esta pidiéndome algo
justamente a mí y no a otro? La tentación de
mirar atrás para ver si ese dedo señala a
alguien detrás mío me hace girarme, pero
refuerza el mensaje de que es a mí a quien
llama. No hay duda. Ahora me toca a mí, y
El quiere que yo sea su instrumento.
Solo yo puedo realizar esta cosa, segura-
mente no porque sea el más capacitado ni el
más experto, es más, ¡Cuántos podrían criti-
carme! Sin embargo el Señor precisa de mí
para realizar lo que me ha pedido. Ta vez sea
justo por mi inexperiencia, que el Señor pre-
cisa de mi, basta solo con que le diga “si”.
Se llega así al encuentro con el Dios
vivo. La llamada y la gracia comulgan aho-
ra entre si y solo para mí. ¿Por qué ignorar-
las? En nuestra libertad podemos decir “si”
y estar alegres,y podemos decir “no” y reti-
rarnos con tristeza en el corazón.
En realidad, ¿De qué estoy realmente
preocupado? ¿De realizar lo que el Señor
me pide o del juicio de los hombres? ¡Cuán-
tas son las veces que le aconsejamos al
Señor lo que puede pedirnos!: “¡Dios mío,
pídeme cualquier cosa , pero no esto!...”
Pero si ofrezco todo a Dios, ofrezco también
mis brazos, mis manos, mi voz, …cierto es
que en ese momento es la gracia de Dios la
que actúa.
A menudo enterramos nuestro talento y
vivimos en la niebla para no provocar a
nadie y que no puedan criticarnos, pero aho-
ra es tiempo de gracia, en el que el Señor
necesita de mi. El Señor me pide algo origi-
nal, parece que esa voz nos golpea justo allí
donde somos más sensibles, como un viento
caliente que lleva los perfumes del mar y
despierta sensaciones nuevas. Ahora me
toca a mi salir al descubierto, ponerme
como lámpara sobre un celemín, para que
todo el mundo pueda verme en la verdad y
poder ser instrumento. ¡Cuántos fueron los
que se rieron de San Francisco tomándole
como a un loco! Y dejó que le vieran desnu-
do y mísero porque servía a su verdadero
Padre…
Hemos sido llamados a la vida desde la
eternidad y la llamada a la vida se repite
cada vez y de distintas maneras. Tendrá
colores y sonidos nuevos, pero tendrá un
solo nombre: Jesus. Ahora me toca a mí
encarnar el amor de Cristo en mi vida, para
ser templo santo de su presencia.
Alessandro Macinai
La paz que buscaba
Me hallé de nuevo, entre más jóvenes, en
Medjugorje, en el Festival de Jóvenes, a pri-
meros de agosto. ¡Esta
vez éramos de verdad
una multitud! Decenas
y decenas de miles,
según decían… Pero no
son las cifras lo impor-
tante del evento (que se
repite desde hace mas
de 20 años), sino la
calidad del encuentro,
el encuentro con Maria,
que como siempre sabe
cómo encontrarse con
todos nosotros, uno por
uno, en lo secreto de
nuestro corazón.
Había perdido la
paz desde hacía algún tiempo. Varias situa-
ciones de mi vida cotidiana me parecían ir
enrevesandose. Todo lo que deseaba, me
resultaba inalcanzable…Corría, me afanaba,
pero no conseguía lo que quería.
En la vida, se combate interiormente
entre la tentación al desánimo, y por tanto, a
la depresión, y la rebelión, y al final, busca-
mos distracciones que ocupan nuestra men-
te de manera superficial, para salir con faci-
lidad del problema…Pero luego cuando por
la noche cierras los ojos antes de dormir, las
preocupaciones vuelven como fantasmas y
te quitan el bien que más te sirve: ¡La paz!
Esto es por lo que acepté la invitación de
Maria, ¡Ella que de la paz se hizo Reina!
Llegué a Medjugorje con algunos ami-
gos: también ellos en busca de respuestas
para sus vidas. Juntos asistimos a lo que el
programa nos proponía. Los testimonios
fueron interesantes, los momentos musica-
les, divertidos, pero en realidad, las Adora-
ciones de la tarde, antes de la Eucaristía,
eran lo que más llenaba a los jóvenes. Les
daba, lo que más necesitaban: a Jesucristo
vivo, que te transmite su
ternura y su amor; que te
sugiere tomar por sendas
que nunca hubieras pensa-
do en tu vida; que te con-
suela y te conforta, ani-
mándote a vivir el dolor
como ocasión de creci-
miento y madurez…
La oscuridad de la noche
favorece la intimidad, el
coloquio de corazón a
corazón. La música, las
breves palabras de los can-
tos, ayudan a crear un
atmosfera de paz. Si, de
paz. Precisamente la que
venía yo a buscar a Medjugorje. La encontré
en el silencio de la Adoración, no en el albo-
roto… La encontré en mi corazón, dispues-
ta a resurgir de las preocupaciones que la
atenazaban antes de mi partida. La encontré
en Jesus, que allí me esperaba…
Desde entonces, no me abandonado: me
la lleve a casa, junto a Cristo, que seguirá
donándomela día a día, si dejaré que El siga
vivo y presente en mi corazón.
La tarea de custodiarla será mía. Sé que
las agresiones del mundo intentarán sustra-
érmela de nuevo. Pero si crearé un hueco
dentro de mí para vivir constantemente la
adoración “en espíritu y verdad”, nadie ni
nada me la podrá arrebatar. ¡Así podre ser
una hija atenta y responsable del don de la
Reina de la Paz!
Elisabetta Parente
T E S T I M O N I A N D O
. . .
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Acordarse
“Ahora voy a recordar las obras del Señor…” (Eclo 42,15)
Acordarse de un feliz evento es un poco como revivir la alegría de ese momento. Es
importante pues, acordarse de las obras que el Señor hace en nosotros y en los demás; es
importante acordarse de las gracias recibidas.
Acordarse del bien recibido ayuda a amar, a afrontar las dificultades de cada día. Este
recuerdo trae siempre gozo, como nos dice el salmo: “Cuando me acuerde de ti en mi lecho,
cuando medite en ti en las vigilias de la noche. Porque has sido mi socorro, y así en la som-
bra de tus alas me regocijaré.(Salmo 63). Si, no podemos dejar de gozar en el Señor cuan-
do nos acordamos de El. El recuerdo favorece la alabanza a Dios, el agradecimiento por
todas Sus maravillas. El recuerdo de las obras de Dios es belleza del alma y alimento, es
escudo y defensa frente al maligno. Así el futuro no nos dará miedo, porque morará en noso-
tros la Esperanza.
El demonio nos hace perder la memoria del Bien recibido y nos presenta un futuro siem-
pre oscuro, imposible de vivir, para atemorizar nuestra alma y hacerla así suya. La pérdida de
la “memoria” nos pone en una constante posición de debilidad, de desorientación, en el que el
mal puede tener buen juego. Por esto la “memoria” es un don importante que debemos pedir
al Señor: sólo El puede donárnosla. Nosotros deberemos custodiarla en silencio; sí, en silen-
cio, porque todo aquello que hace ruido en nosotros, como el resentimiento, la incomprensión,
la discordia, la envidia, la ambición, el afán de poseer, impide al alma recordar.
El Evangelio nos recuerda a una persona que vivía un silencio interior, que “conservaba
estas cosas y las meditaba en su corazón” (Lc 2,19). Esta persona sabemos que era Maria.
Es Ella la que nos ayuda a recordar las obras de Dios, es Ella quien nos recuerda continua-
mente el don más bello del Padre: Jesus. A Ella pues, recurrimos para no olvidar el bien reci-
bido. Encomendémonos pues a Ella, que quiere ser nuestra memoria. Así el bien recibido
no será estéril, sino que irá en beneficio nuestro y del prójimo.
La Poda
Estudios recientes demuestran que las plantas, cuando las podamos, “sufren”. Y así la
poda, que es indispensable para muchas plantas, sobre todo frutales, representa para ellas
un “sufrimiento”. Sin la poda, el fruto no se desarrolla sabroso y abundante.
Jesus, en el Evangelio de San Juan, nos habla de una vid, que es El, y de sarmientos, que
somos nosotros. Dios Padre es el agricultor que poda los sarmientos para que den mucho
fruto. Las podas que experimentamos en la vida de cada día no nos deben pues sorprender:
sin ellas nuestra vida sería estéril. Es impensable apartarnos de la Vid para no sufrir tales
podas, porque esto sería una ilusión, ya que: “el que permanece en mi, y yo en el, éste lle-
va mucho fruto; porque separados de mi nada podéis hacer.” (Jn 15, 5).
Acostumbrémonos pues a ver esas “podas” de cada día no como algo negativo, para evi-
tar, sino como un don, como una ocasión de gracia. Y no luchemos contra nadie que inter-
venga en nuestra poda: nos hallaríamos luchando solos, contra el único adversario que es
satanás, porque ciertamente Dios no estaría con nosotros luchando contra nuestro hermano.
Aprendamos de Maria que, solo amando, ha traído siempre fruto en abundancia. Pidámos-
le que nos de siempre un corazón atento para saber distinguir siempre al Agricultor que vie-
ne a podarnos, y para no alejarnos de el. Así tal vez daremos frutos de alegría para nosotros
y para el prójimo.
El mundo abraza al Eco
¡No nos esperábamos una respuesta tan
afectuosa y solidaria desde todas partes del
mundo! Fue un verdadero abrazo al Eco,
que sufre por una desproporcionada subida
de las tarifas postales – como ya os anuncia-
mos en el pasado numero (Eco 210).
Nos habíamos preguntado: ¿Nos detene-
mos aquí, o es solo un desafío más? Luego
nos tomamos nuestro tiempo para reflexio-
nar y esperar vuestras propuestas.
Fueron muy numerosas las que nos llega-
ron a través de cartas, teléfono y mensajes.
Hay quien ha ofrecido su disponibilidad para
ayudarnos. Otros han enviado donativos.
Otros más nos mostraron su estima animán-
donos: una verdadera invitación a “no tirar la
toalla” a pesar de las dificultades económi-
cas. En resumen, una prueba de solidaridad y
amistad que nos invita a desafiar la realidad
de unos costes muy elevados y a seguir con-
fiando en la Providencia, que, si lo desea, nos
seguirá ayudando paso a paso…
A todos vosotros, grandes GRACIAS,
porque si el Eco sigue visitando los rincones
más remotos de la tierra es merito de vues-
tra generosidad.
GRACIAS a vosotros por vuestras pala-
bras de comprensión y consuelo.
GRACIAS a quien ha enviado donativos
para nuestros gastos.
GRACIAS a quien ha ofrecido su dispo-
nibilidad para la distribución del Eco.
GRACIAS a quien lo descarga de inter-
net y aun así nos envía un donativo…
GRACIAS, mil veces gracias, a quien le
pide al Señor para que el Eco siga adelante;
para que siga “siendo eco” de la gracia que
Maria, en Medjugorje, nos ofrece en abun-
dancia.
Recomenzamos pues, con renovada
esperanza y con una fe en Dios “purificada
en el crisol” de la prueba. La fuerza de la
comunión alimenta y sostiene nuestro com-
promiso y la responsabilidad de llevar ade-
lante nuestra obra. ¡Por esto y por mucho
más, el Eco agradece, y a su vez, abraza al
mundo!
Red.
En espera
de una gota de agua
Acogiendo la invitación de una amiga,
pasé unos días en la isla de Fuerteventura,
en las islas Canarias. Desde hace tiempo
ofrecí mi vida al Señor y sé que todo lo que
me acontece está en sus manos y es recapi-
tulado
en El.
Me ha impresionado mucho la realidad
de esta isla y sus características exteriores
me han llevado a contemplar su dimensión
espiritual. Pude percibir
signos contradictorios: la
naturaleza, árida como
nunca la había visto:
desértica, y muy cerca,
construcciones (por suer-
te, no demasiadas) real-
mente impresionantes, circundadas por luju-
riosas palmeras y flores de muchos colo-
res… Estaba rodeada por el océano, por un
sol cocedor, y a pesar de ello el aire parecía
ligero como el de la montaña.
Debido a que en días laborables no se
celebraba Misa y la iglesia permanecía
cerrada, subí hacia la montaña a orar y pedir
al Señor que es lo que quería de mi trayén-
dome a ese lugar… la montaña era de piedra
volcánica, la tierra marrón oscura y polvoro-
sa. No había ni una sola planta, ni un insec-
to, ni un pajarito… esparcidos por aquí y por
allá, pequeños arbustos bajos, líquenes,
prácticamente secos, llamaron mi atención.
Estaban marchitos pero no completamente
muertos. Su vida parecía pender de un hilo.
Estaban allí, extremando su supervivencia,
en espera de una gota de agua…
Me llevó ello a pensar sobre el estado de
los hombres… del hombre “medio muerto”
de la parábola del Buen samaritano: herido
por el mal que encuentra en su vida, y en
espera de una gota de amor para poder con-
tinuar su camino y brotar en su originalidad.
Sobre el hombre de hoy, que el Señor,
por su gracia, gota tras gota, mantiene en su
existencia, pero cuyo espíritu está casi muer-
to; sin embargo, Dios, en su infinita sabidu-
ría y paciencia, no destruye ni deshace nada,
solo espera, se ofrece y ama…
Sobre las almas del purgatorio, que nece-
sitan ser ayudadas por nosotros a través de
nuestra oración, para acoger el ofrecimiento
de Jesus para luego levantarse y entrar en la
plenitud de la vida…
Surgió entonces en mi una oración
espontánea de bendición y de intercesión
para los vivos y los difuntos de la isla: de
súplica al Padre para que el viento fuerte que
soplaba trajera el Espíritu Santo a las almas
necesitadas; que las diera vigor y que les
concediera una ocasión de conversión y de
vida plena… Me vino a la mente el paso
bíblico de los huesos áridos (Ez 37, 1-14)
que se lee la vigilia de Pentecostés: “Profe-
tiza al espíritu, profetiza, hijo del hombre, y
di al espíritu; Así ha dicho Jehová el Señor:
Espíritu, ven de los cuatro vientos, y sopla
sobre estos muertos, y vivirán… Y profeticé
como me había mandado, y entró espíritu en
ellos, y vivieron, y estuvieron sobre sus
pies…”
En este lugar impracticable y abierto a
todo tipo de espíritu, he podido vivir mi
sacerdocio real para ser yo esa gota de amor
ofrecido, capaz de mitigar cualquier seque-
dad y de devolver a la vida lo que parece
muerto.
Elena Ricci
P
ENSAMIENTOS
S
ENCILLOS
de
Pietro Squassabia
7
background image
Los lectores escriben
Elena Belotti, desde Montello ,Berga-
mo, Italia: “ …Para vuestro sustento en este
momento crítico, seguiré enviándoos mi
donativo anual según mis posibilidades; os
pido que no me mandéis ya mas el Eco a mi
casa; lo bajaré de internet ya desde el próxi-
mo número. Le pido a la Virgen os siga sos-
teniendo para que vuestra voz siga llevando
testimonio de fe a todas las casas del mundo”.
Piero Lucani, desde Bolonia, Italia:
“Tras haber leído en el numero de mayo
sobre la necesidad de reducir costes, os
informo que puedo bajar de internet los pró-
ximos números y así evitaros el envío a mi
casa. Gracias por lo que hacéis y deseo que
podáis seguir con la ayuda del Señor”.
Arda Ramos, desde Puerto Rico: Os
envío multitud de bendiciones de todos los
que reciben el Eco en Puerto Rico: muchas
personas obtienen beneficio de esta bella
revista que nos habla de ese lugar bendi-
to…”
“Rompo el silencio
para animaros…”
Padre Peter, desde Certosa di Pleterje,
Eslovenia: “Os agradezco por el Eco que
como siempre me trae un poco de tierra san-
ta – Medjugorje – a la que llegué hace 21
años desde América, mi tierra natal, para
pasar el verano…Así son los caminos del
Señor…y yo tengo confianza de que, tal
como en su día abrió El un camino para los
judíos en el Mar Rojo, así preparará un
camino para el Eco, por el que yo pido todos
los días en mis oraciones, especialmente
sobre el altar.
En Medjugorje fui el primer monje
extranjero entre todos los de Hercegovina, y
luego vine aquí a Certosa hace dieciocho
años, donde más tarde fui ordenado sacerdo-
te. Ahora rompo un poco el silencio y la vida
de retiro de Certosa solo para animaros a
seguir en esta línea. Muchos son los hijos de
Maria en este mundo que oran por esta
intención. Se inicia un año jubilar para Med-
jugorje: treinta años desde la primera apari-
ción sobre el Podbrdo. ¡Estoy seguro de que
la Reina de la Paz no nos dejará huérfanos
del Eco!
Distribuidor del Eco,
con 90 años
Padre Diego Camia, desde Rapallo, Ita-
lia: “Queridísimos, leí ayer noche de un
tirón vuestro numero 210. Lo he encontrado
muy bello y muy útil para cristianos y no
cristianos. Cito solo una frase: “No sois
conscientes del gran amor con el que Dios
os ama..” ¡Cuanta verdad hay en lo que la
Virgen dice y hace para nosotros!
He oído sobre vuestras dificultades eco-
nómicas para los envíos postales .Si queréis
enviarme en mi paquete copias para los sus-
critos de Rapallo, yo me ofrezco con gusto
para enviárselos a todos ellos. No es ningún
esfuerzo para mí y para la Virgen lo hago
con agrado, aunque ya tenga 90 años cum-
plidos; la Virgen Santa sigue dándome fuer-
zas y salud. Os incluyo el donativo por el
paquete recibido, el doble de lo acostumbra-
do, para animaros ante estas dificultades
económicas. La Reina de la Paz os ayude y
os de sustento porque nos hacéis un gran
bien. Os agradezco por todo y oro por voso-
tros, os saludo deseándoos toda clase de
bien”.
Sergio León, desde la Habana, Cuba:
“Hace ya algún tiempo que el Eco no llega-
ba a este lugar…Os agradecemos por todo lo
que hacéis para nosotros los misioneros de
nuestra comarca, Campesinos. La Santísima
Trinidad os bendiga y Maria os ayude…”
Elsa Molina, desde Cuba: soy lectora
asidua de Eco de Maria. Cuando llega un
ejemplar a mis manos lo paso a más perso-
nas que gustan mucho de leerlo. Enviadnos
regularmente varias copias y, a pesar de que
nuestra situación actual no nos permita
enviaros donativos, confiamos en el Señor
para que os de sustento y seguir así recibien-
do estos escritos tan bellos…”
Barbara y Luciano Forlini, desde Lido
di Jesolo, Venecia, Italia: Os agradecemos
de corazón por el Eco, que cada dos meses
nos lleva a otra “dimensión”, lejos de los
fútiles problemas de esta tierra. Lo hallamos
siempre en nuestra parroquia, que Dios os
bendiga. Os enviamos un modesto donativo.
Si es posible enviadnos alrededor de 50
ejemplares para poder distribuir y divulgar
mas a Maria Santísima, Reina de la Paz”.
Odette Ostwalt, desde Erstein, Fran-
cia: “Gracias por el Eco…Me acuerdo que
cuando trabajaba en Roma encontraba el
Eco en la Basílica de San Juan. Estuve en
Medjugorje en 1987 y, al regresar en coche
con mi hermano y su mujer tuvimos un acci-
dente mortal. Yo quedé encajonada detrás
sin ningún daño serio. Al regresar a Roma
un colega mío me dijo que lo mío había sido
un milagro…Me pregunto aún hoy si era esa
una señal para cambiar mi vida…”
Manuel Navos, desde Filipinas: “He
recibido el paquete de los Eco de Maria. Os
lo agradezco a vosotros y a Dios a través de
nuestra Madre bendita porque lo que me
habéis enviado me es de gran ayuda en mi
misión hacia los presos. Espero que podáis
enviarme el mayor número posible de ejem-
plares para que pueda yo distribuirlos en las
prisiones que visito, que son muchas…Los
detenidos recambian a ustedes con oracio-
nes”.
Rita y Paul, desde Six fours les Plages,
Francia: “Gracias por vuestro boletín, gra-
cias porque seguís enviándomelo y gracias a
Maria por la paz que Ella distribuye a través
del Eco….”
Marilene Batt, desde Weillcourt,
Francia: “Distribuyo el Eco a muchas per-
sonas (peregrinaciones, viajes, etc.). He
sabido de vuestras dificultades económicas.
Estoy segura de que será algo pasajero. Os
envío un donativo personal… no desesperad,
y no os detengáis. La Santa Virgen desea que
esta pequeña revista siga tocando los cora-
zones de mucha gente. Satanás no desea eso,
¡pero no debemos escucharle! Maria os ayu-
dará para que sigáis ayudando a mucha gen-
te a través del Eco”.
Sor Laure-Marie, desde Carmelo de
Frileuse, Francia: “Queridos amigos, tras
haber leído la noticia sobre vuestras dificul-
tades, siento que debo agradeceros tanto por
este pequeño periódico que profundiza en la
Palabra de Dios y nos ayuda a vivir en el
espíritu del Evangelio, como la Virgen
Maria…”
Jacqueline Hiver, desde Saint Calais,
Francia: “Vuestro Eco es una publicación
santa y excelente, que da paz interior y gra-
cia, y desarrolla a su vez en nuestra alma el
deseo de santificarnos. Es un gran valor de
la Iglesia, que amo tanto…Que Maria os
asista en vuestro apostolado, bello y valien-
te. Puedo ayudaros solo con la oración y con
el ofrecimiento de mis enfermedades y
humillaciones…”
Josette Bugaut, desde Zournus, Fran-
cia: “Queridos amigos, ¡Que contenta estoy
de haber recibido el Eco! ¡Qué bien habéis
escrito sobre la bendición en el nº 208…!
Soy consciente de que la bendición es nece-
saria y no salgo de la Iglesia sin haberla reci-
bido. Luego, la llevo conmigo a todas par-
tes…Os mando un pequeño donativo, que
renovaré a menudo porque quiero que la Vir-
gen Maria sea venerada en el mundo entero”.
Villanova M., 8 de septiembre 2010
Resp. Ing. Lanzani - Tip. DIPRO (Roncade TV)
Cuando digo “HEME aquí, Señor”,
entonces llega la respuesta de Dios. El
me concede el don de amar, me da su
toque de dulzura y de ternura; me da un
abrazo que nadie en la tierra me puede
dar, y yo acepto vivir su vida, y me
encamino hacia una fe renovada.
Esto sucede, porque gracias a esa
experiencia viva, creo con mayor firme-
za que es El quien guía mi vida, que es
El quien guía los eventos en el tiempo y
en el universo.
¡Feliz camino a todos vosotros!
El Eco de María
vive sólo de donativos
que pueden hacerse
por VÍA BANCARIA:
Associazione Eco di Maria
Banco de Valencia
(Grupo BANCAJA)
IBAN: ES59 0093 0999 1100 0010 2657
CUENTA CORRIENTE Nº:
0093 0999 11 0000102657
Para nuevas suscripciones o para
modificaciones en la dirección escribir a la
Secretaría del Eco
ECO DI MARIA
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Italia
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E-mail redacción: ecoredazione@infinito.it
“Vivir una verdadera vida en Cristo Jesús
es caminar en el mundo haciendo nuestra
vida a la luz de Dios. Es trabajar, amar,
vivir con la mente en las cosas celestiales y
de esa manera las cosas de la tierra se verán
iluminadas y vivificadas por la vida de
Dios”
Claudio
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