Comentario del Mensaje, 25 de septiembre de 2008

Decidanse por la Paz


¡Queridos hijos! Que su vida sea nuevamente una decisión por la paz. Sean portadores alegres de la paz y no olviden que viven en un tiempo de gracia, en el que Dios, a través de mi presencia, les concede grandes gracias. No se cierren, hijitos, más bien aprovechen este tiempo y busquen el don de la paz y del amor para su vida, a fin de que se conviertan en testigos para los demás. Los bendigo con mi bendición maternal. ¡Gracias por haber respondido a mi llamado!

Nuestra vida está llena de decisiones diarias. Tenemos siempre que tomar decisiones para todo. Algunos se deciden por una cosa, otros por otra. Tendremos que tomar decisiones mientras vivamos. En su último mensaje, la Virgen nos invita a que nuestra vida se convierta en una decisión por la paz. El decidirse por la paz significa decidirse por Cristo: “Porque El mismo es nuestra paz” (Ef 2,14), escribió San Pablo en su Epístola a los Efesios. Jesús trae una paz que no es una paz superficial o falsa como la de los hombres. Es una paz que se consigue a través de pruebas y luchas. Envuelve los corazones humanos y transforma a la gente desde dentro. Jesús dice: “La paz os dejo, mi paz os doy; no os la doy como el mundo la da.” (Jn 14,27). Jesús vino a esta tierra a derribar el muro de la hostilidad y del hastío que ha reinado entre el hombre y Dios, y a establecer el Reino del amor, de la alegría y de la paz. La paz que Jesús nos da no es una ausencia de inquietud o de guerras, sino es una relación filial y pacífica con Dios. La paz que Jesús trae es una paz que toca, cambia los corazones humanos y transforma el mundo.

Todos los mensajes de la Virgen que hemos recibido a través de estos veintisiete años están empapados de humildad, amor y paz. En el tercer día de las apariciones, mientras los videntes bajaban de la colina, la Virgen se apareció a Marija Pavlović y le dijo: “¡Paz, paz, paz - y solamente paz! ¡La paz debe reinar entre el hombre y Dios, y entre toda la gente!” La Virgen se ha presentado en Medjugorje como la Reina de la Paz. Ella llama a todos personalmente a ser portadores alegres de la paz porque vivimos en un tiempo de gracia en el cual Dios nos da grandes gracias. Precisamente estos veintisiete años han sido un tiempo verdadero de gracia porque la Virgen ha estado muy cerca de nosotros de una manera especial. Eso lo testimonian millones de peregrinos que en ese lugar han encontrado el significado de la vida y la paz espiritual.

La Virgen nos llama a ser testigos. Cada uno de nosotros debe convertirse en un testigo. La fe nos da fuerza para ser testigos de Jesús en este mundo. Gracias al testimonio de la Bienaventurada Virgen Maria, de los Apóstoles y de los mártires de la primera Iglesia hemos recibido la fe en el Dios Trino.

Los testigos verdaderos nos han precedido en el Reino, especialmente los que son venerados como santos por la iglesia. Están presentes incluso hoy como parte de la tradición viva de oración de la Iglesia, con el ejemplo de sus vidas, los escritos que dejaron y su oración. Ellos contemplan a Dios, lo glorifican y no dejan de ocuparse de la suerte de aquellos que quedaron en la tierra. Ellos son verdaderos testigos que al entrar en la alegría de su Señor, han sido colocados por sobre muchos otros. Su mediación es el servicio más alto en el proyecto de Dios. Nos enseña el Catecismo de la Iglesia Católica que podemos y debemos pedirles que intercedan por nosotros y por el mundo entero (cf. CIC 2683).

Por lo tanto, todo el que desee seguir a Jesús y luchar por la verdad, debe saber que encontrará resistencia y desaprobación. Hay solamente un camino que conduce a la victoria, y ése es seguir a Nuestro Señor Jesucristo, porque solamente de esa manera llegaremos a ser instrumentos de paz, según las famosas palabras pronunciadas por San Francisco de Asís. Oremos para que con la ayuda de la bendición maternal que nos da la Bienaventurada Virgen María, podamos realizar ese propósito.

Fr. Danko Perutina
Medjugorje, 26.09.2008


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Para que Dios pueda vivir en sus corazones, deben amar.

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